Este texto va dedicado a mis amigos Catalina, Vanessa y Andrés, cómplices de este gran amor.
Quienes me siguen desde el año pasado (o más atrás), saben que desde octubre de 2015 comencé a correr. Fue una decisión que yo no tomé, llegó a mí, me atrapó, me enamoró, me clavó par de besos (o par de tenis) y se quedó.
Así que puedo decir que lo mejor que pudo haber pasado en ese año fue encontrar en mí esa pasión por correr, y como ya dije, no me la debo a mí misma. Las «culpables» fueron Catalina y Vanessa, mis amigas corredoras, que no sólo me iniciaron sino que me llevaron a esa mágica montaña de la Sierra Nevada de Santa Marta que, de camino a Ciudad Perdida, nos mostró cómo disfrutar los paisajes desde otra mirada, cómo sentir la piernas, la respiración, la mente a mil y a la vez en blanco.
Esa última tarde, ya bajando de Ciudad Perdida (lo conté en otra publicación), nos cayó un diluvio universal en la cabeza y yo sólo podía correr y correr, estaba embriagada de selva, de lluvia, de energía de la Pacha Mama. Ese día amé correr.
Ya son seis meses desde mi iniciación en este deporte-placer (a veces sufrido, si, pero ¿Qué placer no duele a veces?) y salgo regularmente a correr, con mi súper equipo Trail Zissou, con el que corro mínimo una vez a la semana, y luego salgo también sola, o corro en la elíptica si el tiempo no me deja salir; la cosa es que sigo corriendo y sigo disfrutando mi avance, porque cada día doy más, cada vez que salgo trato de mejorar mis marcas, de parar menos, de no caminar, aunque casi siempre que me encuentro con un perro me toca parar para salvar las piernas, pero ese es otro motivo, no es por cansancio.
Hoy en la mañana salí. Quería hacerlo temprano con Catalina, pero llovió. Luego escampó, volvió a llover, volvió a escampar, volvió a llover y escampó nuevamente. Mientras tanto esta corredora novata (o sea yo) miraba por la ventana, vestida de corredora y alborotada, desesperada por aprovechar una salida de domingo, que pueden ser las más largas.
Al final, hacia las 11:00 am y en un momento que parecía estaba despejando por fin, salí. Salí feliz y comencé con buen ritmo y buena marcha a subir la montaña. Y comenzó a llover, a diluviar. Aún estaba cerca del pueblo así que me escampé unos 20 minutos debajo de un techo. Cuando bajó un poco el agua y recordando las palabras de mi hijo: «En las carreras también te vas a mojar si les llueve, y no por eso vas a dejar de competir», decidí retomar la ruta, y pasado cinco minutos estaba completamente mojada. Pero estaba feliz.
No había llevado audífonos, que casi siempre lo hago para concentrarme en la música y darme «apoyo musical», pero no importó; la música de hoy fue la más especial: la lluvia cayendo sobre mi cuerpo, cayendo en la carretera, el canto de los pájaros, mis pasos entre los charcos y el barro de la vía y a veces los miles de pensamientos que pasaron por mi cabeza haciéndome ser consciente de ese momento que estaba viviendo y, aunque calada hasta los calzones, también disfrutando.
Todo el camino llovió. Cuando hacía los seis kilómetros tuve la opción de acortar la ruta y lo pensé, claro que sí, estaba empapadísima! pero no tenía frío, en ese punto el cuerpo está caliente y a un ritmo ya más constante (no tan cansado como los primeros tres, por ejemplo. O por lo menos así es mi cuerpo). Dudé un momento entre seguir o regresar a casa, pero la verdad fue duda pasajera porque seguí, estaba feliz de poder hacer la ruta, disfrutando de la soledad, acompañada todo el tiempo solo por la lluvia que me hizo recordar esa tarde de Ciudad Perdida en la que fui tan feliz, y en ese momento pensé en escribir este artículo, porque sé que como yo tantos y tantos disfrutan este deporte; salir a buscar rutas por la montaña, por pueblos, por veredas.
Y llegué a casa pensando en esta frase: «correr me da felicidad» y hablé con Cata y Camilo que también se animaron a correr bajo la lluvia y estaban felices, porque a pesar de todo, viento, lluvia, frío, altura, barro, somos felices. Tal vez somos gente rara, como el video que me encontré hoy en Facebook y que representa vívidamente estos seres apasionados por el deporte, que miran las montañas con otros ojos, que no salen de paseo sin sus tenis y una muda para correr, que se leen libros de corredores, ultramaratonistas, que mejoran su alimentación y se acuestan temprano, todo por el placer de correr.
Aquí va el video porque la verdad me pareció lo máximo. Y sí, esta es mi otra pasión. Ya van tres: escribir, correr y ser creativa. Ahí veré cómo mezclarlas todas.
Al final hice nueve kilómetros 🙂
Buenisimo!
Caro! Que placer y que privilegio es correr con amigos como tú. Te dejo la canción que te había prometido ayer, me parece a mí que es ideal para correr por las veredas como un venado hembra feliz.
Carolina: grcs x compartir la animación p los q corren.
🙂