Como algunos ya saben, uno de mis propósitos para este 2016 es viajar más, y qué mejor que viajar por nuestro país que posee todos los destinos: mar, montañas, desiertos, selvas, nevados; todos los climas, vegetaciones y paisajes están aquí y hoy más que hace unos años, algunos se pueden visitar, lo cual, para quienes hemos vivido este casi terminal conflicto armado, es un privilegio.
Hace unos meses escribí sobre mi viaje al volcán Puracé y ahora en las vacaciones de verano fui con mi hijo a Bahía Málaga.
“¿Bahía Málaga?, ¿Dónde eso?”. Sí, muchas personas me preguntaron -y aún me preguntan- cuando cuento el viaje, que dónde queda y que qué hace uno por allá. Sólo como abrebocas de lo que será esta crónica de cinco días, voy a ubicarlos geográfica, natural y socialmente en este destino.
La Bahía de Málaga está ubicada en toda la mitad de la costa Pacífica Colombiana, en el municipio de Buenaventura, departamento del Valle del Cauca. Desde el año 2010 toda esta zona hace parte del Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga, con un área protegida de 47.094 hectáreas (equivalentes a 137.34 millas náuticas cuadradas). A escala regional, el Parque se articula al «Corredor de Conservación» con los Parques Nacionales Naturales Farallones de Cali y Munchique (ya con esto ya se pueden dar una idea del paisaje), y mundialmente (así muchos de nosotros no la conozcamos) es reconocida por ser uno de los sitios de destino de la migración estacional de poblaciones de la ballena jorobada (Megaptera novaeangliae), uno de los motivos que nos llevó a conocer este hermoso lugar. También allí se encuentran y conviven cinco comunidades afrodescendientes: Juanchaco, Ladrilleros, La Barra, Puerto España – Miramar y La Plata.
Esa es Bahía Málaga. ¿Y por qué decidí conocerla? Porque después de la increíble aventura que fue el viaje al Puracé (con avistamiento de cóndores y ascenso al volcán) de la mano de mi gran amigo y excelente guía de los más espectaculares viajes que se puedan imaginar, Julio Pérez, y en medio de ese momento de locura y lucidez pos-viaje, lo llamé y le dije: “Julio, yo quiero seguir viajando y conociendo Colombia, ¿qué sigue?”. Él, gran conocedor de los lugares más exóticos de nuestro país, y de mi pasión por viajar, sin dudarlo un minuto me dijo: “Tenés que venir a Bahía Málaga”. Ahora entiendo el porqué.
Y he decidido organizar las experiencias, vivencias y emociones de este viaje en dos grandes regalos, que a su vez nos ofrecieron más y más regalos, y que fueron los que hicieron la diferencia en este destino, convirtiéndolo en uno de mis favoritos para próximas aventuras. Sin dudarlo, el Pacífico es un tesoro por descubrir.
EL AGUA
Las formas del agua en Bahía Malaga sobrepasan lo conocido, lo visto y lo aprendido. Rozan la exageración, se regodean en su belleza y nos llena el cuerpo de una humedad que, a diferencia del mar caribe, sienta bien, se siente rico, se acaricia con la piel. Agua salada de mar y de manglares, agua dulce de ríos, de esteros, de cascadas, de lluvias torrenciales y, cómo no decirlo y degustarlo, de agua de coco.
Montados en los kayaks pudimos disfrutar de cerca la belleza del agua dulce y el agua salada: remando, remando, surcamos olas y le ganamos a la corriente sus ganas de regresamos a la orilla o de desviar nuestro curso; remando, remando visitamos islas y nos bajamos en sus playas, también nos tiramos del kayak en cualquier momento a descubrir salidas de agua dulce, nadar en el mar o entrar por pequeños ríos selva adentro. ¡Qué increíble artefacto el kayak! Aunque tiene su ciencia y puede llegar a ser un deporte extremo en aguas “profesionales”, tiene facilidades que, con algunas recomendaciones y práctica, logra regalarnos un contacto mucho más cercano con el mar o los ríos. Además se practica en parejas, así que fue una hermosa oportunidad para compartir con el pequeño Emilio y maravillarme de su fortaleza, coraje, y como buen hijo de su mamá, amor por el mar.
Pero volviendo al agua veamos qué mas nos regaló este viaje: cuando nos metimos con los kayaks por los ríos o los esteros selva adentro, vimos y disfrutamos de enormes cascadas de hasta 40 metros de altura, como la Sierpe o el Ostional. Cabe anotar que sólo los nativos pueden llevar a los turistas a estos remotos lugares, ya que esta zona está llena de esteros, salidas o ramas de agua que entran o salen (no me queda claro aún) y entonces todo parece similar, es como estar en algún barrio que no conocemos pero en el que creemos que todo es igual.
Otro de los regalos del agua fueron los aguaceros que, como muchos saben, en el Pacífico no son lo mismo que en el interior del país. Allí se abre el cielo y llueve tal cantidad de agua que pareciera el diluvio universal, y casi siempre acompañado por uno que otro rayo que hacen estremecer no sólo las casas sino a sus habitantes. Tremenda tormenta nos tocó una noche con caída de rayo a pocos metros que nos sacudió la cama y dejó sentados del susto. Pero también el estruendo del rayo fue un regalo: algo poderosísimo que sí, puede dar miedo, pero también manifiesta genuinamente el poder de la naturaleza y eso, queridos lectores, es un obsequio al que no se le puede calcular un valor.
Por último, y lo dejé al final para poder hablar del regalo más emocionante e inolvidable del viaje, está el mar. El mar tranquilo, verde, plateado, silencioso, y con él las ballenas que, aunque no eran el motivo principal de este viaje, no dejaba de ser un aliciente poderoso pensar que tendríamos -de pronto- la oportunidad de ver estos hermosos mamíferos en su hábitat natural, procreándose o pariendo, dos de los actos más maravillosos de la naturaleza. Y sí, la naturaleza nos premió y nos dejó ver una familia de tres ballenas, una de ellas (posiblemente el ballenato) dando saltos y las otras dos escoltándolo. Luego muy cerca vimos otra familia de dos y de pronto, si proponérnoslo (porque el lanchero fue muy cuidadoso de seguir las instrucciones de estar a más de 100 metros de las ballenas), nos salió una a menos de cinco metros de la lancha.

La emoción que se siente no la puedo describir con palabras, pero puedo compararla con momentos igual de mágicos e intensos, para que me entiendan, como cuando se ve una estrella fugaz, cuando se ve por primera vez el rostro del hijo, o cuando se corre por las montañas y de pronto aparece inexplicablemente un paisaje inimaginable. En esa milésima de segundo falta el aire, el cuerpo se paraliza, los ojos se inundan de lágrimas y una sonrisa brota inmediatamente de los labios. Nunca olvidaré ese instante, que ha quedado grabado en mi memoria poética junto con los otros que mencioné.
“…La mar que lava las vidas. Ya no recuerdo cuánto tiempo he roto y de cuántas naves me he despedido entre olas desde que llegué a esta soledad”.
Verso de Sakoto Tamura.

LA TIERRA
El segundo regalo de la vida, del viaje y de la naturaleza fue la tierra, en este caso la verde y profunda tierra pacífica, que comienza con los inmensos y majestuosos Farallones de Cali, que se levantan desde el Valle para separar las cuencas del Pacífico y del río Cauca en la imponente Cordillera Occidental. Todas las mañanas, cerca a la playa, podía ver su majestuosidad cubierta de neblina o mostrando sus picos y bordes desafiantes. Tan lejos y a la vez tan cerca de toda esta tierra costera. Y es que todas esas montañas y lo que rodea a Bahía Málaga tierra adentro es selva, selva virgen, selva madre cuidando un tesoro que nadie puede siquiera imaginar de lo que se trata.
Otro regalo: esas selvas húmedas de exuberante vegetación que brotan de la tierra de una forma desproporcionada pero maravillosa. Un árbol quiere ser más alto que el otro y sí, todos miden hasta 50 metros y crecen rectos hasta las copas. Otra imagen que quedó grabada en mi memoria. La forma, la textura, el tamaño y el color de troncos, flores, hojas y semillas a veces bordea la ciencia ficción.
«Te hablo de un bosque extasiado que existe sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas…»
Fragmento de «Morada al Sur» de Aurelio Arturo.
Y luego están las playas, enormes y solitarias, del color de un diamante negro que brilla con el sol y con la luna: toda una gema que se aprende a valorar. Y custodiando las playas están los acantilados desde donde pudimos deleitarnos de los atardeceres en el mar… otro momento para la memoria poética. Pasábamos más de cuarenta y cinco minutos hipnotizados por la luz que moría entre las nubes o el mar y cambiaba de color a cada momento; y las bandadas de pelícanos que iba a dormir a las islas vecinas. (Cuando lo escribo cierro los ojos y lo veo nuevamente en mis párpados… los mil naranjas y azules del atardecer y la felicidad de todos nosotros…).
LINA Y JULIO
Ya sé que dije que eran dos regalos, pero no podía dejar por fuera a estos dos seres maravillosos a los que el universo me unió hace más de veinte años, y aunque casi no nos vemos, nuestra amistad y admiración es genuina.
Julio Pérez es un personaje digno de conocer y sobre todo de escuchar por las mil millones de historias que tiene de viajes y viajeros, de lugares, momentos, experiencias y consejos. Con un humor único y su acento caleño bien arrastrado, encanta a nativos, viajeros y turistas, y puedo decirles que no hay ni un solo lunar en su gestión y manejo de toda la programación que ofrece en sus salidas.
Lina es la mejor compañera para este terremoto de Julio que no para ni dormido. Es la mejor coequipera, esposa y amiga, y en este viaje hizo que nuestra experiencia gastronómica viajara más allá de lo esperado. Cada comida tuvo la sazón del pescado y los ingredientes del mar, pero con la sutil intervención de una conocedora de la buena cocina y mimándonos a todos con preparaciones más elaboradas y jamás esperadas en un lugar tan remoto. De verdad que es un plus muy importante la cocina de Lina.
Un último regalo: los compañeros de viaje que sé que cuando lean esta crónica, revivirán conmigo esos maravillosos días que pasamos juntos, donde pudimos conocernos un poco y respetarnos en la diferencia. Gracias a todos de verdad por haber sido parte de esta aventura, y por haber tomado las fotos que acompañan este relato; ninguna es mía porque decidí no ver nada detrás de ninguna pantalla y conectarme solo con la naturaleza y sus regalos. Tal vez por eso estas letras son más apasionadas que otras veces, porque todo lo que pasó se me impregnó en los poros y todo el tiempo solo tuve atención para lo que pasaba a mi alrededor. Recomendación para viajeros: desconectarse para conectar.
Termino este inolvidable viaje con el itinerario completo y organizado, por si alguno se quiere apuntar al próximo. De verdad que es una experiencia que hay que hacer, y así, de la mano segura de Julio, mucho más.
TRAVESIA POR EL ANTIGUO CAMINO QUE COMUNICA LAS BAHIAS DE BUENAVENTURA Y MÁLAGA ANTES DE LA LLEGADA DEL MOTOR.
UNA AVENTURA ENTRE GRANDES CASCADAS.
Día 1: Viaje Cali – Buenventura (5:00 am). Navegación en el estero de Agua Dulce, luego caminata por el Istmo de Pichidó por una linda trocha en medio de selva húmeda (hora y media) para llegar a la cabecera del estero Natal en Bahía Málaga. Recorrido en lancha hasta las Cascadas de la Sierpe, 3 cascadas entre 20 y 40 mts de altura que formaron unas piscinas naturales que permiten bañarse entre agua dulce y salada. Navegación entre esteros rodeados de abundante vegetación con predominio del manglar y hasta las Cascadas de Ostional, enormes saltos escalonados, donde el más alto mide aprox. 50 mts. Navegación frente a Playa Chucheros y llegada a Juanchaco donde se pernocta las cuatro noches.
Día 2: Paseo en kayak a 3 islas donde se visitan varias playas y cuevas. En la tarde lancha para avistar aves marinas en Isla Palma y Ballenas en el Arrecife de Negritos.
Día 3: Caminata por playa y cuevas formadas en acantilados con mas de 10 mts de altura. En la tarde navegación en kayak el estero la Despensa y la cueva Incoder.
Día 4: Paseo en kayak a Playa Juan de Dios, Playa Dorada y cueva Sol y Luna considerada, la mas linda de la zona.
Día 5: Retorno (Juanchaco – Buenaventura – Cali).
Más información: www.kayakcolombia.net/
Gracias a Julio, Alejandro, Andrés, Doris y Soraya por las fotos que acompañan este texto.

Tienes razón Carolina. La pasé muy bien con mu hija Susana.
El grupo fue excelente y la atención de parte de Julio y Lina fue extraordinaria.
Caro, qué belleza. Me imaginé esas travesías en kayak por mares, ríos y esteros. Me parece además, que la voz de Aurelio Arturo acompaña perfectamente la narración.
¡Quiero ir!
Me has hecho viajar con tu relato tan minucioso y emotivo.- Bellísimos paisajes, experiencia única…con el plus de haberla compartido con tu hijo.- Un gran abrazo desde Chaco, Argentina.-