Del amor y la felicidad intermitentes

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Partes de este escrito las puse en Facebook ayer, pero quiero compartir toda la reflexión o disertación o elucubración que me salió hoy a la madrugada, después de una conversación sobre el amor y la separación con mi hijo de once años. ¡Eso sí es fuerte! Y esto fue lo que salió.

El único amor que quiere ser exclusivo, es ese mismo que también quiere ser para siempre, y no logra ni lo uno ni lo otro. Invento del ser humano para retener, poseer y al final, al no lograrlo, sentirse abandonado. 

En cambio, el amor de amigos, amigas, de hijos, hijas, de padres, madres, de familia en general, el amor de mascotas, es incondicional, limpio, continuo y transparente. Y aunque ese amor no usa las palabras «para siempre», logra traspasar fronteras de tiempo, distancia y hasta la muerte, porque ama en libertad y sin apegos.

Ninguna de las dos partes crea expectativas diferentes a amarse con la certeza (desde el inicio) de que también es posible amar a otro amigo, amiga, hijo, hija, padre, madre, pariente, animal. Y al no haber esa «presión» nadie tiene desilusiones, nadie termina «herido» (y si pasara, sería porque no era amor de verdad, sino del inventado).

Tal vez es esa incapacidad de «amar» a un(una) amante con libertad y querer y creer que prometerse «fidelidad» hará a ese tipo de amor más fuerte y «para siempre», tal vez eso sea lo que precisamente lo impide, lo limita y por eso nos duele tanto cuando se acaba, cuando nos acaba.

Y claro, en el discurso suena hermoso y lo único que habría que hacer es no amar para siempre, no amar en exclusiva, no amar en posesión. Suena tan fácil como cuando dicen que hay que estudiar para ser «alguien», conseguir «un buen trabajo», casarse «bien» y antes de los treinta, tener hijos -ojalá la parejita- y ¡ojo! casarse «hasta que la muerte los separe). ¿Para qué? para lo mejor: para «ser feliz».

¿Por eso será que -para algunos- la felicidad dejó de ser un fin lejano y la convertimos en instantes que nos regala la vida a cada instante? Una montaña despejada, un día de lluvia, un jardín de flores, la tarde charlada con las amigas, un orgasmo de placer (no de amor), un chiste en el trabajo, una sonrisa en la calle, un logro personal… Tantos momentos de felicidad que no tienen precio ni tratan de competir con un podio de felicidad eterna. Para qué.

Todo esto para decir que la felicidad no es «para siempre», como tampoco lo es el amor de ningún tipo. Nada es para siempre, todo es temporal, pero nos crece un gen colgado del tuétano, que no vemos y no podemos botar o cambiar, que nos impide amar así; el mismo gen que sin querer y sin creer nos pinta una relación «perfecta» (que es disque la que queremos) donde no cabe la sinceridad sino la fidelidad, palabra más aterradora que no entendemos claramente por la misma enajenación que nos causa el amor (que tampoco es amor sino el deseo y la excitación desmedida de cualquier relación cuando comienza), que nos hace pensar o creer o soñar o esperar que no vamos a necesitar a nadie más para dormir, para tirar, para reír, llorar o simplemente para hablar. 

Y sí, tarde que temprano el ahogo de la exclusividad cargado de la cotidianidad nos va a hacer buscar algo o a alguien más y caeremos en el juego del engaño, pero buscando un poco de libertad y de esa misma sensación que un día nos trajo hasta aquí pero que nos abandonó cuando dejamos de caminar y buscar.

Sí habrá amor y sí habrá felicidad, pero como bien dice el poeta Marwan, será intermitente.

*Perdón tantas comillas pero son muchos conceptos sin un significado que entienda realmente.

Así brotaron las palabras a las dos de la mañana, así las dejo. Nada es personal, no hablo de nadie ni para nadie, sólo es mi corazón y mi mente peleando, tratando de sentir y razonar lo sin sentido y sin razón.

Publicado por carocaracolina

Carocaracolina es una caracola que escritora, viajera y podcastera. Y todo esto pasa en Lapensadera.

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