El día en que ella se marchó

A veces el amor duele…

Cerré la puerta tras de mí como si así pudiera sepultar de algún modo mi pasado, mi vida con ella, nuestro amor. Como cuando se cierra con esa gran piedra el sepulcro de alguien que se ha ido y duele, y no se pueden soportar ni los recuerdos.

No iba a abrir nunca más esa puerta. ¿Para qué? Ella ya no estaba aquí, ni afuera, ni en el mundo. No estaba en mi mundo. De alguna manera que no pude comprender salió de mi órbita sin tan siquiera entenderlo. Porque yo la amaba, pero no con el amor que ella quería, porque ella era más que amor… ella me lo dio todo: cariño, deseo, ternura, lujuria. Ella era mi amiga, mi amante, mi compañera. Y yo… yo solo la tenía… No, ni eso, porque si la hubiera tenido nunca la hubiera dejado ir.

Con la correspondencia en la mano, apoyado en la puerta para que el peso de mi tristeza me tuviera en pie, caminé hacia el salón y me senté en el primer sillón que encontré. Me desplomé en él como si cargara una pesada piedra y cerré los ojos. Allí también hicimos el amor, pensé. Pero ya no, ya no está.

Como un autómata comencé a mirar sin ver los sobres que traje del buzón: recibos de servicios, una postal publicitaria, cupones de descuento, y un sobre blanco con el borde dorado que llamó mi atención. Le di la vuelta para saber quién lo mandaba y de inmediato reconocí su letra, y sentí una punzada seca en el corazón. ¿Cuándo lo había mandado? Acabábamos de despedirnos en el café de siempre, pero con la conversación más dolorosa que nunca.

Instintivamente olí el sobre, quería saber si ella aún estaba allí, porque su aroma lo conocía más que al mío, porque cuando ella estaba cerca de mí el universo no solo cambiaba de olor sino de color y de sabor. El mundo –para mí- era otro cuando ella atravesaba el aire. Pero nunca se lo dije.

Olí el sobre con los ojos cerrados, tratando de imaginarme cuándo lo había escrito, lo había cerrado y lo había enviado. Lo toqué como si acariciara su mejilla, mis dedos lo rozaron como cuando rozaba sus labios. Sentí miedo de abrirlo, pero inmediatamente lo rompí, como ella rompió mi corazón.

Eran tres hojas de un papel muy lindo, muy delicado, con borde dorado. Estaban escritas de su puño y letra con un plumón azul. Mi ojos alcanzaron a humedecerse de la belleza del sobre, del papel y de saberla a ella allí, un día escribiendo esto…

“Quiero recorrerte a punta de besos. Poblarte con mi lengua, con mi saliva. Quiero recorrerte con el tacto de mis labios, con cada una de mis papilas gustativas. Será una lengua de caricias que extenderé por todo tu cuerpo y tu olor se fundirá con mis suspiros.

Partiré de tus ojos, tu nariz y tu boca. Chuparé tus orejas para así humedecerte todo. Y bajaré por el cuello hasta tus hombros. Besaré tus brazos que tanto me gustan cuando me abrazan o me sostienen. Lameré todos tus dedos como objetos prohibidos del deseo.

Entraré en tus axilas y las inundaré, morderé tus tetillas con delicadeza, mirándote de vez en cuando para que te guste, para que quieras más. Y bajaré por tu pecho como quien pinta un lienzo con la lengua… hasta llegar a tu ombligo. Allí quiero rodearlo, besarlo, beberme todo de ti.

Seguiré bajando con mi respiración agitada y mi boca llena de deseo, deseo de ti. Llegaré a tu vientre… rodearé tu sexo para excitarte, para que me quieras allí, pero no. Aún no, aún quiero mojarme contigo. 

Te lameré y te chuparé las caderas como si quisiera comerlas –comerte- completo. Como la anaconda cuando abre su boca para tragar entera a su presa. Todo tú eres mi presa.

Y con la punta de mi lengua llegaré a tu sexo. Shhhhh…. Cierra los ojos para que puedas sentirme, sentir la electricidad que te recorre al tenerme allí para ti, queriéndote, regalándote el placer más antiguo y vibrante de la historia de la humanidad. Como la historia de nuestro mundo, comienza y termina allí.

Voy a comerte entero con mi boca, con mis manos, con mi cuerpo, con mi sexo. No quedará un lugar en ti donde yo no haya estado, donde no me hayas sentido, donde no hayamos muerto juntos”.

En la tercera hoja, un solo párrafo decía:

“¿Aún estás ahí? Escucha lo que ahora quiero decirte desde la tristeza que me invade: No era tu cuerpo lo que quería de ti, porque tu cuerpo, sin tu amor, no me alcanzó, no me permitió entender cómo llegar a ti, a tu corazón. Tu cuerpo dentro de mí y yo dentro de ti se habitaron, sí, se conocieron y fueron uno solo, pero las almas no… te busqué por todos lados y no pude encontrarte. Y no es que te perdiera, es que nunca te tuve. Tal vez eso es más triste que perderte, porque yo quería dártelo todo, porque mi amor lo tenía guardado para ti.

Que sepas que toda mi parte viva estuvo contigo. Violeta”.

Fue en ese momento cuando la enorme piedra -o la tristeza- que tenía encima me hundió tanto que me ahogué en el sillón.

Publicado por carocaracolina

Carocaracolina es una caracola que escritora, viajera y podcastera. Y todo esto pasa en Lapensadera.

2 comentarios sobre “El día en que ella se marchó

  1. Hola, hermana; ¿éste es el cuento del que me hablaste; el que enviaste a un concurso?

    DIEGO ECHEVERRI GARRIDO

    Traductor e Intérprete Oficial: Español – Inglés – Español

    Res. 1724 del 07/07/1989 Ministerio de Justicia de Colombia

    Tels. 2742805 / 7026055 Celular: (316) 3504787

    Bogotá, Colombia, Sur América

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