«Me haces volar, me haces soñar, me haces sentir tranquilo en la oscuridad. Me haces sentir, me haces llorar, me haces sentir que ya no existe gravedad. Me haces reír, me haces cantar, me haces pisar el suelo de la realidad…» Zoé
Ese es el camino… todo me lleva a él.
Güémez – Boo de Piélago
Cantabria. Después del día endemoniado de ayer, ya dije, esta mañana fue apacible y serena… me dejé envolver por la luz naranja del amanecer y los sonidos azules del campo: los pájaros, los cascabeles de las vacas y las ovejas, las campanas de la iglesia vecina, el sonido de mis pasos acompasados… el silencio de mi mente en calma. No hay rumores, no hay nadie por aquí. Amanece en mi cuerpo con la calma de un camino que no lleva prisa. Tengo que aprender a ir más lento.
Caminé sola hasta Galizano y allí se me unió un rato un español de Valencia. Siempre es que una colombiana en estas lejanías llama la atención, y él quería saber por qué estaba aquí (buena pregunta, jeje. Ojalá encuentre la respuesta). Al llegar a ese pueblo se podía tomar un «atajo» de 3 kms por la carretera o irse por un caminito de tierra bordeando el mar… obviamente me fui por el caminito que resultó ser un acantilado y el regalo fue una obra de arte: 3 kms de costa, campos de maíz a la izquierda y el inmenso mar Cantábrico a la derecha; acantilados y playas de surfistas.
Pasados 12 kilómetros, una enorme playa para cruzar. Me quité los zapatos y caminé descalza; me encanta el agua fría en los pies. Llegué a Somo, me comí un bocadillo de tortilla de chorizo, café con leche y rumbo al embarcadero. Fueron 20 minutos en barquita para cruzar a Santander, capital de Cantabria. Amo este mar…
Pasado el barco me encontré con Nacho, el madrileño con el que estuve conversando anoche y me invitó a una cerveza! Wow! Qué delicia cerveza, jeje. Cruzamos juntos la cuidad por una alameda muy bella y fresquita.
Salimos de la ciudad, él se quedó tomándose algo en otro lugar y yo continué con el sol acuestas por una vía paralela al tren, la bauticé «la vía de las lagartijas» porque salían de todos lados, es más, me tocaba esquivarlas porque sino las pisaba. El sol estaba pegando durísimo; me remangué el pantalón (muy sexi, por cierto, jajaja) para sentir brisa en las piernas. ¡Qué calor! Llevaba 24 kms a cuestas pero bien, tranquila. Hoy era mi día.
Llegué a Bezama sobre las 3pm. Un pueblo extrañísimo. Yo no sé aquí la gente dónde hace la compra, porque no hay una tienda ni por equivocación. Parecen pueblos fantasmas. Al que se le acaben los huevos o la leche, ¡de malas!
Faltaba poco para llegar pero estos son los peores kilómetros. Estaba contenta de que no me doliera la pierna, por fin creo que es prueba superada, pero me comenzó a doler el hueso de abajo del talón derecho. ¡Noooo! ¡Es un chiste! Jajajaja! ¡Si no es aquí es allá, o más acá! …muchos kilómetros encima.
Y yo sé que más de uno lee esto y pensará «pero qué loca, qué necesidad hay de hacerse tantos kilómetros, por qué no para y ya, pero quién la persigue, pero qué es lo que busca, pero, pero… bla bla bla». En cambio otros, los «tostados» como yo, saben que «esas no son penas», saben de lo que hablo.
Saben que cada kilómetro me hace más fuerte, que cada vez que creo que no puedo -y puedo-, creo más en mí. Que esto es la vida, echar pa’ lante, que estar loco es parte de lo que hace esta vida fascinante. Que si no se sabe que no se puede, entonces sí se puede.
Cuál es la gracia de que todo venga del super… noooo!!! Sufrir tiene sus recompensas. El ánimo que me dan mis amigas y amigos, la Pandilla Atómica, mi mamá que es la más orgullosa de mí, Emilio que descubre a través de mí un mundo con otra mirada. Eso es más importante que parar e irse a un hotel o tomar un tren y volver.
Tengo que dejar que el dolor fluya, sentirlo y dejarlo ir. Cojear sí, hasta que ya no cojee más. Porque ese día llegará, y cuando vea para atrás seré más fuerte y estaré muy orgullosa de mí.
– El paso de la barquita de Somo a Santander costó 2,80 euros.
– Estoy en Boo de Piélago, en el Albergue de Peregrinos de Piedad. 12 euros y es el más «chic» hasta ahora. Dos camarotes en el cuarto, toalla «de verdad» y sábanas! No hay que dormir en la bolsa, jejeje!!! Mucho lujo para una peregrina como yo 🙂
– Paré en un barcito a comer un pincho de jamones y había cuatro viejitos y fui la sensación: no me dejaban comer preguntándome de dónde venía, para dónde iba, por qué lo hacía… jajaja! ¡Al final lo voy a saber seguro!
– Arnau va fuerte en Laredo, en plenas fiestas. Dani va delante corre que corre, llegaba hoy a San Vicente de la Barquera. Carlos y Stefanno van una etapa delante de mí, en Santillana del Mar; son muy buena avanzadilla con los consejos que me mandan. Qué grupo tan bello, caminamos juntos pero separados, pendientes uno del otro. Qué increíble cómo se cruzan las vidas en este Camino (que es la vida misma), y unas personas se quedan en ti, otras siguen. Ya son más los días que no estoy con ellos y sin embargo ahí vamos todos.
Querida Caro,
Qué bonito eso de la gente que camina contigo sin ir juntos. Me hace pensar un montón en el desapego y en poder decir adiós cuando vamos a diferentes ritmos. Eso no es un drama sino algo muy bello.
Hoy estuve en entreviñetas y compré muchos stickers y dos serigrafías muy bellas para colgar en mi casa nueva (que todavía no sé dónde es). Te pensé todo el tiempo. Me imaginé lo locas que nos hubiéramos puesto con tantos impresos tan bonitos. El próximo año vamos seguro.
Llega también la semana de receso y yo me voy a hacer mi propio camino. Voy a internarme unos días en Iguaque, a subir y bajar esa montaña y a explorar en soledad. Con el reloj y unos mapas del Agustín Codazzi me lanzo a la aventura. Te pensaré todo el tiempo y te llevaré en mi corazón, mi compañera de caminos aunque estemos en caminos diferentes.
Sigue fuerte Caro.
Abrazo a la distancia.
C.
Te quiero…