“Lo que llamáis azar no existe. Hay una causa para todo efecto / y todo efecto es la causa de otro efecto. El universo no es sino una gloriosa red de fenolenos casuales.” Mónica Gae
La Isla – Amandi: 26 kilómetros
La etapa de hoy fue muy bella, la he titulado “la etapa de las manzanas”, porque ha sido donde más he visto árboles y frutas de este tipo. Bueno, es que estoy en Asturias, la región de la sidra, una bebida hecha de manzana con algunos grados de alcohol. Deliciosa. Hoy la probé y me encantó porque además es todo un ritual tomarla. Ya les contaré.
Hoy, además de montones de sembrados de manzanos, pasé pueblitos de piedra preciosos, así como bosques y luego hacia la montaña, ya como despidiéndome del mar, no sé si sea la última vez que lo vea.
Caminé contenta desde la hora azul, sola, recibiendo sol, luz, la mañana, los sonidos de la naturaleza, los paisajes que me llenan cuerpo y alma y olvidando por un momento la pierna. Sí, vuelve a doler después de los 20K. No quiero ser un monotema pero la verdad la tengo más o menos dominada con la venda. Duele menos. Estoy tranquila.
Llegué a una ciudad que se llama Villaviciosa, que en español antiguo quería decir “tierra fértil”. Tiene un río precioso al lado, con mucha vegetación, es muy linda. Y pasando Villaviciosa llegué a Amandi, que también me encanta ese nombre, y fue el momento de probar la sidra.
Ya Dani me había contado cómo era el tema de la sidra, porque no te dan una copa: ¡te dan la botella entera! ¡Ayayay! ¡Qué susto! Entré a una sidrería, pedí un bocadillo (pan baguete con lomo de cerdo) y pedí mi sidra. La chica que me la puso sirvió la primera: mano derecha con la botella por encima de la cabeza; mano izquierda con el vaso de boca ancha lo más abajo que se pueda. Y se sirve así para que la caída alta la oxigene. Lo máximo.
Me tomé unos dos vasos y me llevé la botella al albergue. Este albergue también era de donativo y fue recomendación de Dani. Yo, a su vez, esta mañana le conté a mis compañeros peregrinos, y poco a poco todos llegamos allí. Sergio, el hospitalero, ser maravilloso, lo amé.
Cuando llegué y después de mi ritual le dije que si me daba hielo para mi pierna, y él me dijo: tengo algo mejor: tomó una silla plástica y me llevó a un pequeño recodo cerca a la casita albergue por donde pasaba un río precioso. Me puso la silla dentro del agua y me dijo: quédate un rato aquí y verás cómo el agua helada es mejor que el hielo. No pude tener mejor terapia esa tarde. Me quedé unas dos horas con los mies en el agua, contemplando el río y el bosque que se internaba en el agua. Escuchaba los pajaritos y por momentos pequeñas gotas de lluvia que caían al río. Los pececitos me mordían los pies -pedicure gratis-. El tiempo se me pasó volando. Estoy tranquila. Estoy feliz. No hay más pensamientos en mi cabeza y mi corazón que la belleza de los lugares que conozco.
¿Cómo lograré que todas estas imágenes no salgan de mí?
Datos interesantes
- Hoy me paró un hombre de un pueblo y muy querido preguntándome de donde venía, sorprendido del montón de kilómetros que había hecho y me dice: ¿Por qué no te trajiste una amiga para no caminar sola? Yo me pregunto: ¿Cuál es el problema de caminar sola? Creo que todavía la gente se asombra de que una mujer esté sin compañía… ejem…
- Sergio me mostró unos gráficos que hizo de las edades de las personas que han pasado por su albergue haciendo el Camino, y es muy curioso: la gente que más lo hace son jóvenes entre 18 – 25 años o adultos entre los 50 – 65 años. Es decir, adultos entre 30 – 40 años son los que menos. Mmmmmmm…. ¿qué será?