«He perdido el rumbo / pero he conocido la vida en el Camino. He caído / pero he visto las estrellas en mi descenso / y el desplome ha sido un sueño». Elvira Sartre
Oviedo – San Juan de Villapañada: 30.5 kilómetros
Son las 4:30 pm. Ya llegué al albergue, me bañé, lavé la ropa (que no se va a secar… hoy está muy húmedo), estiré y me estoy poniendo hielo. Pero la buena noticia es que… ¡Casi no me dolió la pierna! ¡No lo puedo creer! Días y días ya casi acostumbrada al dolor y hoy hice 30 kilómetros -que hace rato no caminaba tanto- y sólo sentí algo a los 25kms, pero paré en Grado, almorcé y arranqué ¡fresca como una lechuga!
Esa, definitivamente, es la mejor noticia del viaje. Siento que estoy «desatando el nudo» como quiero llamarle a esos dolores de-mentes, jeje. El camino de hoy me sirvió para pensar en «eso» que necesito sacar, desenredar, organizar y alinear a mi vida. El Camino me está hablando cuando no lo esperaba. O mejor, cuando estaba lista para escucharlo. Qué poderoso…
Hoy caminé tan contenta… nada más salir de Oviedo comenzó una subida, dejando la ciudad atrás y adentrándome en un hermoso bosque con agua muy cerca. Qué felicidad volver a los bosques, a la montaña, a los senderos y las trochas; escuchar pajaritos y el golpe de los zapatos en las hojas otoñales. Los diferentes verdes y amarillos del bosque son encantadores, hay imágenes que parecen salidas del Laberinto del Fauno. Me encanta.
Hice mis paradas técnicas. A los 10 kilómetros me senté a la ribera de un pequeño río y saqué fruta para comer: me pasaron varios peregrinos que seguro comenzaban el Camino Primitivo -como yo-. Uno se saluda: «hola» o «buen camino». No hablé con nadie pero fue chévere ver nuevas caras.
Después de Grado me encontré un chico y al saludarlo supe que era español (qué felicidad, jeje, hablar el mismo idioma). Caminamos juntos hasta llegar a Villapañada, albergue municipal. Fue todo de subida, pero fuimos conversando entonces ni se sintió.
Llegamos como a las 2:30 pm y solo había tres personas. Para las siete de la noche ¡ya éramos 22! ¡se llenó el albergue! Y muy variado: dos mexicanos, cinco españoles, un argentino, tres franceses, dos ingleses, una alemana y la colombiana, o sea yo. ¡Qué viva Latinoamérica! Por fin compatriotas de continente, jeje.
Ahí me hice amiga de Víctor, el madrileño con el que subí desde Grado. Muy chévere. Cenamos juntos compartiendo lo que teníamos de comida. Igual con otro español, los ingleses y un valenciano, con los que conversamos un rato.

Estoy contenta. Aliviar el dolor y reencontrarme con el Camino me hace feliz. Soy feliz de caminar, de observar, admirar y amar cada paso que doy, sea donde sea que me lleven mis pasos.