“Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas, nunca la podrá olvidar”.
Proverbio Tibetano
Campiello – A Mesa: 32 kilómetros
La más bella…
Ruta Hospitales. Hoy sin duda ha sido de las etapas más bellas y gratificantes del Camino. La estaba esperando desde que Dani pasó por aquí (hace ya como seis días) y me contó de su belleza, pero desafortunadamente él no pudo subir por el mal tiempo, y tuvo que tomar el desvío que es con mucho desnivel, pero sin la belleza de la ruta de Hospitales. Dani, ahora sí te la voy a contar…
Gracias al tiempo maravilloso que está haciendo desde hace dos días, la recomendación de los hospitaleros tanto de Bodeyana como de Campiello, fue tomar la vía Hospitales para llegar a Berducedo, el siguiente pueblo.
Los pros: Una belleza inigualable por los paisajes que veríamos al subir. Las ruinas de tres hospitales muy muy antiguos y lo mejor: las vistas de trescientos sesenta grados a 1.200 msnm.
El contra: No hay agua ni comida en toda la ruta, porque nada más pasar Borres ya no hay pueblos hasta llegar a Berducedo. Pero ¡bah! ¡Esas no son penas para una montañera como yo!
Esta mañana todos tan emocionados… fue tan bonito ver a todos los grupitos felices de poder tomar esta ruta… me encantó. Yo hice equipo con Víctor y Vicente y salimos los tres apenas comenzó a amanecer. Al llegar a Borres ya era de día y llegamos al famoso desvío de «Hospitales». ¡Ay qué emoción!
Comenzamos a subir. No me pareció para nada dura la subida. Yo creo que nos habían dicho tanto que era dura que al final me la imaginaba peor; y bueno, es que después de subir Nevados (Colombia), ejem… esto fue, como dirían los gringos «piece of cake».
Pero lo que no podía ni imaginar era lo bellos que serían los paisajes. Montaña tras montaña, la neblina baja, el amanecer, el sol, las vacas arriba en la cima, luego una manada de caballos… cada vez que subíamos un poco más el paisaje era más bello. Planos y planos de montañas como si fueran el mar, no se acababan y nosotros felices tome y tome fotos. Además, con el transcurso del día, la neblina cambiaba un montón el paisaje. Fue mágico, maravilloso. Simplemente hermoso. No quería que se acabara este día.
En la primera cima (Puerto de Marta), donde estaban las ruinas de uno de los hospitales, merendamos. Y luego en el Puerto de Palo, la segunda cima, comimos los bocadillos que nos habíamos hecho la noche anterior. Allí nos encontramos con Felipe y Antonio, y más adelante con Richard, Tony y Juan; todos igual de maravillados que nosotros. El regalo del Camino Primitivo fue haber podido hacer esta ruta, definitivamente.
Luego vino una bajada salvaje, de esas que me encantan correr, jeje, así que me puse en marcha y bajé como una cabra loca, delicioso! me dolió un poquito una pierna pero ¡bah! ya no le paro bolas a eso, sólo estoy disfrutando de sensaciones: la inmensa alegría que me producen las montañas, la adrenalina de correr, la felicidad de reírme a carcajadas con estos dos manes que son mis amigos peregrinos, el inmenso agradecimiento que siento en lo profundo de mi corazón, gracias a Dios que me permite estar aquí con todo mi cuerpo y mi mente sanos, gracias a mi hijo, mi mamá… cuando pienso en lo afortunada y bendecida que soy siento muchas ganas de llorar, obviamente de gratitud y felicidad. No me puedo quejar de nada.
Después de la bajada brutal me separé del equipo y se me acabó el agua. Y faltaban como seis kilómetros y el calor era salvaje. Ahí padecí un poco porque como que había quemado toda mi energía en la gran subida y en la gran bajada. Pero el camino que faltaba fue muy bonito entre bosque y había moras, mis favoritas, jeje, así que comí para mitigar la sed.
Víctor me pasó en un punto. Llegué a Berducedo y ya estaban Richard, Inés (la alemana) y Víctor. ya habíamos dicho que llegábamos hasta allí, pero estaba temprano y el siguiente pueblo con albergue estaba a 5 kilómetros, así que retomamos fuerza e hicimos una hora más hasta llegar a A Mesa, donde tuvimos una de las cenas más inolvidables del Camino.
El albergue municipal era manejado por Conchita, quien además de ser la hospitalera vivía en el pequeño pueblo y se ofreció a hacernos la cena por un «donativo». Bueno, pues nos fuimos a su casa (suya de ella, de su marido y su hijo, todos campesinos, de vacas, tomates, calabazas) y entre todos hicimos la cena. Fue tan bonito… estábamos Víctor, Vicente, Iván, Fernando, Inés y yo.
La cena
Para comenzar nos puso jamones curados, queso de cabra, chorizo y pan, ese pan que me tiene enloquecida de lo delicioso.
Tomamos vino de la casa y agua, todo lo que quisimos.
De primer plato fue un «potaje», que es una sopa con carne licuada y otra sopa de ajo. ¡Dos sopas!
De segundo fue carne desmechada con patatas y ensalada. De haber sabido que era tan rica, hubiera comido menos de los jamones y la sopa, jeje!
De postre… requesón con miel y mermelada de arándanos cultivados por ellos.
Para acabar (a reventar), chupito de orujo
La llenura de cuerpo y alma nos hizo dormirnos felices. Qué bellos momentos los vividos hoy. Nunca olvidaré el amor de Conchita para prepararnos esa cena en su casa, con su familia y nosotros, su otra familia. Eso sí que es amor.