«Amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la distancia entre uno y lo que se ama». Simone Weil
Fonsagrada – Castro Verde: 33 kilómetros
Gran etapa. Larga, de montaña, muy verde, como más me gusta.
Salimos con las primeras luces del sol, hacía un frío que pelaba. Caminamos entre la neblina bajando como diez kilómetros, hasta que llegamos a un bar súper bonito -y bien dispuesto- en el final de un bosque como de cuento, todo de piedra, con chimenea prendida. Ah… qué bien se estaba. Entramos a desayunar y a calentarnos un poco.
Ya saben que cuando hablo en plural es con Vicente, mi fiel coequipero. Tenemos buen ritmo de caminata, buen rollo para la charla y lo mejor, nos reímos un montón. Aunque me está haciendo falta caminar sola… pero bueno, ya tendré tiempo de «volver a mí» cuando comience las etapas a Fisterra. La verdad es que me la paso muy bien con todos estos tipos: los ingleses, Juan, Felipe, Antonio y Vicente. Sólo es disfrutar lo que te regala el Camino, porque estoy convencida de que tiene un propósito, porque así es la vida, nada es gratuito, lo que pasa es que nos cuesta ver «las señales», encontrarle el sentido. Esto es lo que hay y todos son grandes personas y me tratan con cariño. Debo ser agradecida. Mejor dicho, lo soy y por eso soy feliz en este presente que me gratifica cada mañana, cada día, cada semana… recibo lo que llega con amor porque estoy abierta a entender «el por qué» me llega, en todo encuentro un sentido muy interno, muy para mí, regalos de la vida, del Camino.
Caminamos entre subidas y bajadas los treinta kilómetros. ¡Wow! vuelvo a caminar un montón, a muy buen ritmo y soy la más feliz de todas. Llegamos al albergue, muy bonito también, como todos los de Galicia. Como llegamos pasada la hora del almuerzo, nos tocó comprar en el súper y hacer de comer. Todos terminamos comiendo juntos porque a todos nos tocó lo mismo, entonces fue gran parche: todos compartimos algo de comer o de beber: papas fritas, aceitunas, cerveza, hasta Cava compraron los ingleses, deliciosa! Y nos quedamos echando lora (o sea, hablando bobadas) hasta la hora de cenar y el combo se creció y nos fuimos a un bar todos a comer juntos. Hamburguesas con tocinera, jajaja, muy chistoso comer eso por aquí, pero estaban buenas.
La noche fue pesadilla sin fin. Todos en el mismo cuarto, roncaron por lo menos cuatro diferentes. Parecía una banda de guerra. Dios… me estoy volviendo quejetas con lo de los ronquidos, jeje, pero de verdad el nivel de tolerancia va bajando drásticamente. Falta poco, falta poco.
(Qué gracioso, acabo de decir que soy agradecida y disfruto de todo, pero los ronquidos me tienen desesperada! mentiras, de verdad me molesta pero he sido súper tranquila, hay otros peregrinos que amanecen echando madres, yo no 🙂 )