«El Camino es la vida misma condensada en unos días..»
A Seixas – Arzúa: 30 kilómetros
A dos días de llegar a Santiago…
Hoy fue uno de esos días geniales, de esos inolvidables y, como siempre, es un regalo del Camino. No por lo paisajes, o las montañas, o el mar. Hoy fue por seres humanos, seres que amo en esta vida que sólo existe aquí, ahora, para mí. Mis amigos del Camino.
Fue nuestro último día juntos y en esta etapa pasábamos por un lugar muy especial: Melide, ciudad reconocida por su pulpo. Además, aquí se unía el Camino Francés a nuestro Camino Primitivo, un gran cambio -y una gran prueba para quienes veníamos caminando en la paz y la soledad del Primitivo y sobre todo, del Norte.
Arrancamos a caminar (ya saben, Vicente y yo). El amanecer estuvo hermoso de toda hermosura, como los más bellos del Camino del Norte. Caminamos por varios pueblitos sin ningún lugar para parar -es muy chistoso esto de no encontrar ni una tienda, ni una panadería, nada!-. Como a los 10 kilómetros por fin un lugar donde tomarse un café. Allí llegaron al rato los ingleses y Juan y quedamos de vernos en Melide para comer pulpo.
A los quince kilómetros llegamos a Melide y lo primero que nos sorprendió fue la cantidad de peregrinos: salían de todos lados, de todas las calles, de cualquier tienda. Peregrinos y más peregrinos. Wow… a prepararse. Vicente y yo nos despistamos un poco y terminamos a la salida de la ciudad, con lo que nos tocó regresaron para ir a la pulpería donde habíamos quedado con los ingleses. Dos kilómetros pa’trás.
Llegamos a la famosa Pulpería Ezequiel. Ya habían llegado Juan, Richard y Tony. Pedimos nuestro pulpo. La verdad tenía miedo de si me iba a gustar o no, porque lo había probado en Fonsagrada y no me gustó, pero éste estuvo D E L I C I O S O; tan delicioso que pedimos dos raciones, con botella de vino blanco completa entre Vicente y yo. Luego tarta de queso de la casa, y orujo para finalizar.

Salimos de allí recontentos, muertos de risa, con un solazo que castigaba las risas que nos echábamos con todo el vino que teníamos. Y a caminar con ese sol y con esa cantidad de gente… era impresionante, estábamos aturdidos del vino y del montón de gente que veíamos. No se podía caminar sin decir «permiso, permiso» porque todo el tiempo gente en el Camino.
Cuando nos faltaban como quince kilómetros paramos a tomar algo, cerveza, jeje, y al rato pasó Richard también con cara de moribundo. Paró, se tomó una cerveza también y seguimos los tres juntos. En Azúa habíamos reservado un albergue todos juntos, así que no teníamos prisa por llegar. La cama estaba asegurada.
Cuando llegamos a Arzúa, ya estaban Felipe, Atonio, Juan y Tony tomando cervezas! mejor dicho, esos hombres iban a celebrar a lo grande! Nos bañamos, Richard regaló lavada de ropa para todos en máquina (ehhhh!) y nos quedamos el resto de la tarde ahí hablando y riéndonos. A las ocho nos fuimos a cenar todos juntos, nuestra última noche. Qué grupo tan maravilloso; tan diferente y a la vez unidos. Los quiero a todos, es la verdad.
Me alegra que el Camino me haya dejado estar sola esa primera etapa del Norte y que luego me regalara estos chicos, porque fue una manera de reencontrarme con «el otro» muy especial, sin presiones, solo por un día que se convirtió en una semana y más. Qué increíble es poder vivir y sentir así, de verdad. ¿Cómo podría ser que a vida fuera solo esto? El día. Nada más existe, no hay expectativa diferente, no hay renuncias ni decepciones. Sólo lavar la ropa y que se seque. Y seguir caminando…
