Relatos Sonoros de la Montaña. El Podcast.
Hola, espero que hayas tenido la oportunidad de escuchar el primer episodio del podcast. Está en casi todas las plataformas de Podcast y si no, aquí te lo dejo también para que lo escuches con calma.
Ahora, ya sabes mis motivaciones para haber comenzado este proyecto: salir de casa y caminar, esta vez con el corazón y los paisajes sonoros, por esa montaña (esas montañas) que tanto quiero y que tantas historias me han regalado, como ésta que quise contar para el primer episodio.
A pesar de meterme en mi armario a grabar, los relatos me transportan -y espero que a ti también- a otro lugar, en este caso, al Parque Nacional Natural Chingaza.

Estoy frente a ti -montaña-
para celebrar tu vida y la mía.
Estoy aquí pidiendo tu permiso para entrar,
para descubrirte, amarte y cuidarte
Recibo tu energía y tu amor
y la comparto con quien me acompaña.
A partir de ahora mi cuerpo es tierra,
mi sangre es agua,
mi aliento es aire
y mi espíritu es fuego.
Parque Nacional Natural Chingaza. Refugio de Monterredondo
31 de diciembre de 2017
Llevamos dos días en el parque. Hemos recorrido algunos senderos, descubriendo lo que hay más allá de la mirada, más allá de lo que crees que ves. Dani está estrenando su cámara de fotos y sus mejores modelos han sido los venados de cola blanca y algunas aves que ha podido capturar al vuelo.
Esta mañana nos levantamos temprano, con el alboroto matutino que montan las aves hacia las cinco, cinco y media, y nos quedamos ahí, en la carpa, arrunchaditos, escuchándolas, intentando descubrir los diferentes cantos, pero como no somos buenos en esas lides, nos quedamos dormidos un par de horas.
A las siete y media quedamos de vernos con Emilse, una de las guía del parque, pero en el desayuno nos informa que debe volver al municipio de La Calera y no podrá acompañarnos, así que escuchamos sus indicaciones y salimos en la camioneta rumbo a nuestro destino de hoy, la Laguna de Chingaza.
El primer tramo del camino lo hacemos en la camioneta, lo cual no impide que igualmente sea un trayecto muy bello: los paisajes son vastos e imponentes, los planos de las montañas nos sorprenden en cada curva que da la sinuosa carretera destapada, así como los curiosos venados que nos encontramos a lado y lado del camino, un poco más tímidos que los del refugio.
Paramos infinidad de veces a maravillarnos con el paisaje… estas montañas, su soledad, su inmensidad nos sobrecogen y nos hacen venerar el lugar, tal y como lo hicieron en su momento nuestros sabios antepasados.

Cómo no estremecerse con el poder de la infinita tierra alejada de la mano del hombre, con su hermosa y única vegetación de frailejones, chusques, mortiños, encenillos; colchones de musgos y líquenes trepadores, cascadas que brotan de la nada… todo parece extenderse hasta perderse la vista en la lejanía, con el silencio ensordecedor que trae el murmullo del viento y la neblina que pasa dejando un velo de misterio entre nosotros y el camino.
Ahí estamos parados, maravillados con el más bello retrato natural que existe: la infinidad de las montañas. Y allí nos quedamos una vida entera dejando que el mundo siga y nos penetre por todos los sentidos.
Pasados unos kilómetros dejamos el carro a la orilla de la carretera y nos preparamos para comenzar nuestro viaje a pie, pero antes le pedimos permiso a la montaña, para que nos reciba con amor y nos permita disfrutar de todo lo que ella quiera regalarnos.
El camino es cerrado y tupido, lo que demuestra gratamente la poca presencia humana por aquí.

Unos 800 metros más adelante el túnel verde por el que venimos se abre y encontramos un descampado por donde podemos acercarnos a la laguna. Es la laguna de Chingaza, santuario para los indígenas que poblaron estas tierras, donde se realizaron peregrinaciones, festejos y ofrendas. Nosotros también traemos la nuestra: días atrás, en casa, tejí dos pulseras trenzadas en yute como símbolo de nuestra unión, amor, amistad, gratitud y vida juntos.
A la izquierda vamos viendo y rodeando la laguna, siguiendo las indicaciones que nos dio Emilse y la buena señalización del sendero.

Nos acercamos a la orilla por una playa de pequeñas piedras. En silencio escuchamos el viento, el agua, la montaña, el presente que nos dibuja en un retrato que se quedará guardado en nuestra memoria. Nos quitamos las pulseras, las anudamos juntas y las dejamos en el agua… en silencio, cada uno agradece a la madre tierra y pide con devoción algo para el nuevo año que nos espera mañana. Las pulseras desaparecen, rápidamente se vuelven parte de la naturaleza.
Nos sentamos un rato en las piedras a contemplar este cuadro fantástico, imposible de pintar o retratar, y detallamos el color del agua, su reflejo plateado por el cielo que está nublado, el delineado borde de la laguna que nos hace notar su grandeza, los picos que salen de las montañas de donde viene un hilo del río que llena la alguna. Los pececillos que entran por allí en una corriente rápida y helada, cuántos peces.

Comenzamos a caminar por la orilla del río, tratando de identificar los peces que lleva, cuando de pronto Dani alza la mirada y dice entre susurro y falta de aliento: el oso.
Ahí está, es un pequeño gran osezno, muy negro. Está a unos quince metros de nosotros, en el mismo llano pero con un pastizal alto que lo protege. Se alza en sus dos patas traseras para buscarnos y mirarnos… mueve su hocico de forma extraña, lo cual nos hace pensar que nos está oliendo, intrigado por saber quiénes somos, o qué somos. Nosotros, mientras tanto, nos hemos quedado estáticas, como en una película en pausa.
Muy lentamente Dani saca la cámara para tratar de hacerle algunas fotos. El oso no avanza pero tampoco retrocede, sigue muy curioso parándose en sus patas para no perdernos de vista, y cuando se agacha retrocede y mira para atrás, tal vez esperando ver a su madre, tal vez buscando un lugar seguro. Nosotros seguimos en el mismo sitio sin movernos, el oso está más cerca de los arbustos, de la montaña, de donde vino. Poco a poco comienza a echarse para atrás hasta que se da la vuelta y se pierde en el monte cerrado.
Apenas en ese momento nosotros volvemos a respirar, o así nos los parece. Nos miramos sin estar seguros de lo que acabamos de ver, nos acercamos y nos damos un beso. Es quizás el momento más bello para cerrar el año, es el regalo de Chingaza, de la tierra, de la vida entera.
Desde aquel día el oso andino, también llamado oso de anteojos, es como nuestro amuleto. Siempre está presente en nuestras conversaciones, en los recuerdos, en los dibujos y los sueños que tenemos. Ha sido el mejor regalo y por eso inaugura los relatos sonoros de la montaña.
FIN

Espero que te haya gustado leerlo. Es otra experiencia, ¿verdad?. Para mí lo es: escribir, no para que me lean sino para leer, leerle a alguien que está detrás de un celular, una tableta o un computador. Y me gusta, porque puedo imaginarlo, porque me pasa con los Podcast que escucho: algunos me apasionan tanto que dejo lo que estoy haciendo para sumergirme en la historia. Ojalá te pase lo mismo con este.
Y recuerda que sería genial si lo compartes con tus amigos y familiares, o por las redes sociales, para que más personas puedan acceder a este tipo de historias. No es fácil hacer publicidad o promoción, por eso el «voz a voz» de amigos y oyentes es lo que más funciona.
Gracias y nos escuchamos pronto 🙂
