Volvimos a la montaña, a la alta montaña, a la inmaculada nieve, esta vez «en el corazón de nuestros Andes», la Sierra Nevada del Güicán, El Cocuy y Chita, que también es Parque Nacional Natural y tierra sagrada para los U’wa.
¿Ya escucharon el podcast? Aquí se los dejo 🙂
Como lo mencioné en el podcast, este viaje fue el final de una travesía maravillosa y muy retadora -sobre todo para mí- de tres días en bicicleta, desde Bogotá hasta El Cocuy. Esa parte del viaje la narramos en dos videos que puedes ver AQUÍ y AQUÍ. Valen la pena, se los aseguro.
La cosa la planeamos así: El 27 de diciembre salimos de La Calera rumbo a Tunja (Boyacá); primera etapa de la travesía «Falta un Cocuy pa’las doce». Esa noche dormimos allí y al otro día (segunda etapa) salimos temprano rumbo a -según nosotros- Soatá, pero el camino fue más largo, o mejor con más desnivel de lo pensado, y nos demoramos mucho, nos cogió la noche -muy noche- y dormimos en un pueblo antes que fue Susacón. Un pueblo donde no había hotel, solo un señor con una tienda y un cuarto que alquilaba… qué más les puedo decir, imaginen el resto (Ah! y un perro me mordió la nalga).
A la mañana siguiente, nuestra última etapa, terminamos de bajar el cañón del Chicamocha y comenzamos la subida, muy dura. A menos de la mitad de camino yo no pude más. Realmente me pareció una etapa muy dura y pues renuncié. Me monté a la camioneta y seguí como escolta de Dani que la hizo completa, obviamente. De todas formas fue un gran reto para ambos, cada uno haciendo su propia «cumbre».
A El Cocuy llegamos el 29 de diciembre en la noche, a celebrar en un hotel maravilloso donde dormimos delicioso, camita rica, agua caliente (en Soatá nos tocó bañarnos con ¡agua fría!) y descansamos. El 30 nos fuimos a Güican a conocer a Diana, nuestra guía y a inscribirnos en la oficina de Parques Nacionales. Dimos una pequeña caminata y esa noche dormimos en una finca más cerca al punto del que saldríamos al siguiente día.
Fue muy lindo dormir en ese lugar, una casa completamente campesina, con perros y gatos, pájaros cantando y montañas para donde miráramos.
El esperado 31 de diciembre
Cómo disfrutamos darle sentido a estas fechas. Más allá de celebraciones de mucha gente, comida y trago, nos gusta conectarnos con nuestra amada montaña, agradecerle a Dios, a la vida, a la misma montaña todo ese año de viajes, retos y aventuras, y soñar con lo que se viene.
Así fue ese diciembre de 2019. Nos levantamos 3 de la mañana y salimos hacia la entrada del parque. Allí nos revisaron nuevamente que estuviéramos inscritos y comenzó nuestra caminata.
Lo primero que nos encontramos, como lo digo en el podcast, es el hermoso valle de Lagunillas… ver esos frailejones desde la cima en la que estábamos, tapando el valle como un tapete mullido es una belleza. Recuerdo que algunos que vimso estaban aún con hielo de la helada de la noche anterior: buen augurio de día despejado, como también nos lo hizo saber el cielo.
Cuando pasamos el río Lagunillas y comenzamos el ascenso, pudimos disfrutar de toda la luz de la mañana iluminando este paisaje que se regalaba solo para nosotros. Aquí les dejo algunas fotos del lugar.
Luego comenzó el duro ascenso por la roca laja, pero nos divertimos saltando y molestando los tres. Recordábamos otras aventuras, nos poníamos a cantar o a reírnos de las canciones, y así el tiempo se nos pasó volando, solo maravillados por ese impresionante paisaje que les narro en el podcast. Ver la vegetación crecer en tan inhóspito paraje era un milagro de la vida, de la Madre Tierra, del amor con el que ese lugar cuida a sus hijos los frailejones.

Llegar a la cima fue la mejor celebración del año. Solo estuvimos nosotros por mucho rato (luego llegó otro grupo), por lo que pudimos contemplar la belleza del Púlpito del Diablo y del Pan de Azúcar súper nítida. Llegamos hasta el borde de nieve, como siempre respetando los lineamientos del Parque. Y esa fue nuestra cumbre, y allí fuimos tremendamente felices unos minutos más.
Celebramos la Vida y el Amor, como siempre, agradeciendo ese maravilloso año que tuvimos, lleno de viajes, carreras, familia y un proyecto que nacía con todo el «perrenque» posible: Estoy Vivo.

Para finalizar, quiero compartirles la carta completa de los U’wa a la humanidad, la que cito en el podcast porque, aunque es triste y dura, es la verdad… nada de lo que dice se puede negar de nosotros, los Riowa, pero cada uno sí que puede intentar hacer una diferencia: con sus pensamientos, decisiones y acciones; en cada uno de nosotros está cambiar esa historia. De a poquitos, dando más ejemplo y menos crítica dañina, a lo mejor un día seremos muchos…
Carta del pueblo U’wa a la humanidad
Más de mil veces y de mil formas distintas les hemos dicho que la tierra es nuestra madre, que no queremos ni podemos venderla. Pero el blanco parece no haber entendido, insiste en que cedamos, vendamos o maltratemos nuestra tierra, como si el indio también fuera persona de muchas palabras…
Nosotros nos preguntamos: ¿acaso es costumbre del blanco vender a su madre? ¡No lo sabemos!, pero lo que los U’WA sí sabemos, es que el blanco usa la mentira como si sintiera gusto por ella: sabe engañar, mata a sus propias crías sin siquiera permitir a sus ojos ver el sol, ni a su nariz oler la yerba; eso es algo execrable, incluso para un “salvaje”.
Sabemos que el riowa ha puesto precio a todo lo vivo, incluso a la misma piedra; comercia con su propia sangre y quiere que nosotros hagamos lo mismo en nuestro territorio sagrado conruiria, la sangre de la tierra a la que ellos llaman petróleo… Todo esto es extraño a nuestras costumbres. Todo ser vivo tiene sangre: todo árbol, todo vegetal, todo animal, la tierra también, y esta sangre de la tierra (ruiria, el petróleo) es la que nos da fuerza a todos, a plantas, animales y seres humanos.
Pero nosotros le preguntamos al riowa: ¿cómo se le pone precio a la madre y cuánto es ese precio? Lo preguntamos, no para desprendernos de la nuestra, sino para tratar de entenderlo más a él, porque después de todo, si el oso es nuestro hermano, también lo es el ser humano blanco. Preguntamos esto porque creemos que él, por ser “civilizado”, tal vez conozca una forma de ponerle precio a su madre y venderla sin caer en la vergüenza en que caería un primitivo. Porque la tierra que pisamos no es sólo tierra, es el polvo de nuestros antepasados; caminamos descalzos, para estar en contacto con ellos.
Para el indio la tierra es madre, para el blanco es enemiga. Para nosotros sus criaturas son nuestras hermanas, para ellos son sólo mercancía. El riowa siente placer con la muerte, deja en los campos y en sus ciudades tantos hombres tendidos como árboles talados en la selva. Nosotros nunca hemos cometido la insolencia de violar iglesias y templos del riowa , pero ellos sí han venido a profanar nuestras tierras. Entonces nosotros preguntamos: ¿quién es salvaje?.
El riowa ha enviado pájaros gigantes a la luna (Siyora): a él le decimos que la ame y la cuide, que no puede ir por el universo haciéndole a cada astro lo que le hicieron a cada árbol del bosque acá en la tierra. Y a sus hijos les preguntamos: ¿quién hizo el metal con que se construyó cada pluma que cubrió al gran pájaro? ¿Quién hizo el combustible con que se alimentó? El riowa no debe engañar ni mentir a sus hijos: debe enseñar que aún para construir un mundo artificial el ser humano necesita de la madre tierra… Por eso, hay que amarla y cuidarla…
El ser humano sigue buscando a ruiria (el petróleo) y en cada explosión que recorre la selva, oímos la monstruosa pisada de la muerte que nos persigue a través de nuestras montañas. ¡Este es nuestro testamento!
Al ritmo que marcha el mundo, habrá un día en que un ser humano reemplace las montañas del cóndor por montañas de dinero. Para ese entonces, esa persona ya no tendrá a quien comprarle nada; y si lo hubiera, ese alguien no tendría nada que venderle. Cuando llegue ese día, ya será demasiado tarde para que el ser humano medite sobre su locura…
Todas sus ofertas económicas sobre lo que es sagrado para nosotros -como la tierra o su sangre- son un insulto para nuestros oídos y un soborno para nuestras creencias. Este mundo no lo creó el riowa ni ningún gobierno suyo, ¡por eso hay que respetarlo! El universo es de Sira (Dios) y los U’WA únicamente lo administramos. Somos tan sólo una cuerda del redondo tejido de la ukua (mochila sagrada para cargar coca), pero el tejedor es Él. Por eso los U’WA no podemos ceder, maltratar, ni vender la tierra ni su sangre, ni tampoco sus criaturas, porque éstos no son los principios del tejido.
Pero el blanco se cree el dueño, explota y esclaviza a su manera; eso no está bien: rompe equilibrio, rompe ukua. Si no podemos venderles lo que no nos pertenece, no se adueñen entonces de lo que no pueden comprar.
Algunos jefes blancos han horrorizado ante su pueblo nuestra decisión de suicidio colectivo como último recurso para defender nuestra madre tierra. Una vez más nos presentan como salvajes. Ellos buscan confundir, buscan desacreditar. A todo su pueblo le decimos: el U’WA se suicida por la vida, el blanco se suicida por monedas. ¿Quién es salvaje?
La humillación del blanco para con el indio no tiene límites: no sólo no nos permite vivir, también nos dice cómo debemos morir… No nos dejaron elegir sobre la vida… ahora elegimos sobre nuestra muerte.
Durante más de cinco siglos hemos cedido ante el blanco, ante su codicia y sus enfermedades, como la rivera cede en tiempo de verano, como el día cede a la noche… El riowa nos ha condenado a vivir como extraños en nuestra propia tierra. Nos tiene acorralados en sitios escarpados muy cerca de las peñas sa-gradas donde nuestro cacique Güicaní y su tribu saltó para salvar el honor y la dignidad de nuestro pueblo ante el feroz avance del español y del misionero.
Quizá una vez más el ser humano blanco viole las leyes de Sira, las de la tierra y aun sus propias leyes, pero lo que sí no podrá evadir jamás es la vergüenza que sus hijos sentirán por los padres que marchitaron el planeta, lo llevaron a su extinción y robaron la tierra del indio; porque al final de la fría, dolorosa y triste noche, aciaga para el planeta y para el indio, la misma noche que parecía tan perenne como la yerba, el error del ser humano será tal, que ni sus propios hijos estarán dispuestos a seguir sus pasos, y será gracias a ellos, a estos nuevos hijos de la tierra, como empezará a vislumbrarse el ocaso del reino de la muerte y comenzará a florecer nuevamente la vida… Porque no hay veranos eternos, ni especie que pueda imponerse por sobre la vida misma…
Siempre que el ser humano actúe con mala intención, tarde o temprano tendrá que beber del veneno de su propia hiel. Porque no se puede cortar el árbol sin que mueran también las hojas, y en el pozo de la vida nadie puede arrojar piedras sin romper la quietud y el equilibrio del agua. Por eso cuando nuestros sitios sagrados sean invadidos con el olor del hombre blanco, ya estará cerca el fin no sólo del U´WA, sino también el del riowa. Cuando él haya exterminado la última tribu del planeta, antes que empezar a contar sus genocidios, le será más fácil empezar a contar sus últimos días. Cuando estos tiempos se avecinen, los vientres de sus hijas no parirán fruto alguno, y en sus cada vez más cortas vidas el espíritu de sus hijos no conocerá sosiego. Cuando llegue el tiempo en que los indios se queden sin tierra, también los árboles se quedarán sin hojas, y entonces la humanidad se preguntará, ¿por qué? Sólo muy pocos comprenderán que todo principio tiene su fin y todo fin su principio, porque en la vida no hay nada suelto, nada que no esté atado a las leyes de la existencia. La serpiente tendrá que morder su propia cola para así cerrar su ciclo de destrucción y muerte. Porque todo está entrelazado como el sendero enramado del mono.
Quizá los U’WA podamos seguir nuestro camino. Entonces, así como las aves hacen sus largos viajes sin nada a cuestas, nosotros seguiremos el nuestro sin guardar el más pequeño rencor contra el riowa, porque es nuestro hermano. Seguiremos cantando para sostener el equilibrio de la tierra, no sólo para nosotros y nuestros hijos, también para él, porque también la necesita. En el corazón de los U’WA hay preocupación por el futuro de los hijos del blanco, tanto como por el de los nuestros, porque sabemos que cuando los últimos indios y las últimas selvas estén cayendo, el destino de sus hijos y el de los nuestros será uno sólo.
Si los U’WA podemos seguir nuestro camino no retendremos las aves que nacen y anidan en nuestro territorio; ellas podrán visitar a su hermano blanco si así lo quieren. Tampoco retendremos el aire que nace en nuestras montañas; él podrá seguir tonificando la alegría de los niños blancos y nuestros ríos deberán partir de nuestras tierras tan limpios como llegaron. Entonces la pureza de los ríos hablará a los seres humanos del mundo de abajo de la pureza de nuestro perdón.
Pueblo U’wa, Colombia. (2008)
La carta está en muchas páginas web, yo la saqué de AQUÍ.