Los colores de la tierra

A Emilio, mi compañero y guía de la vida

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Viajar a Caño Cristales es de esos deseos que tenía en la lista pendiente de destinos mágicos. Hace como unos cinco años, cuando se comenzó a hablar más de esta prometedora tierra, lo tuve entre mis planes, pero uno y otro motivo -y uno que otro viaje- fueron postergándolo, hasta que le llegó el día.

En agosto de este año mi hijo me dijo: «Mamá, y nuestro viaje de aventura juntos, ¿qué? Hace rato que no lo hacemos». Tenía razón. Y me encantó que, no solo me lo recordara, sino que lo añorara, sobre todo por lo de «aventura», porque me gusta llevarlo a descubrir destinos que no hagan parte de su diario vivir o su querer, que no le sean fáciles pero que se conviertan en inolvidables.. Así fue que decidí que nos iríamos a Caño Cristales: para tener un viaje de los dos y para conocer un nuevo y mágico lugar.

Y con la típica imagen del río de los siete colores, busqué en internet una buena agencia, conseguí un paquete (una buena forma de viajar seguros) y nos fuimos, no sin antes ponernos la vacuna de la fiebre amarilla y ubicar a La Macarena en el mapa, el primero de los grandes aprendizajes de los viajes de aventura: conocer el país, conocer las regiones apartadas y convertirlas en parte de nuestra propia vida, o por lo menos de los mejores recuerdos.

Viajamos desde Bogotá a La Macarena, en un increíble Focker que llevaba hasta gallos de pelea en la bodega, lo que hizo que el vuelo de una hora fuera muy particular, pues los gallos no pararon de cacarear (la bodega en este avión es en la parte de atrás).

Llegamos al pueblito, muy pintoresco, de calles empolvadas, solo las del parque pavimentadas y comenzó nuestra travesía: primero con la charla de Parques Nacionales Naturales y Cormacarena sobre la importancia de cuidar el río Cristales y la Macarenia Clavigera, el alga más atesorada en estas tierras, la que le da esos colores al agua del río en esta época del año, época de lluvias.

Pero esta crónica no se trata de volver a narrar los lugares que visitamos, porque tal vez esa información sea la misma que se encuentra en las páginas de las agencias que ofrecen esta salida. No. Lo que quiero es intentar revivir los sentimientos que despertaron en mí los lugares que visité, la gente maravillosa que conocí, y el recuerdo vivido en un instante que no se borrará de mi memoria, y menos ahora que lo dejo plasmado en estas líneas.

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Lo primero, decir que La Macarena no es solo Caño Cristales. No venga con esa idea, no piense que éste es un lugar de «atractivos turísticos», no. Aquí no se viene a ser turista, aquí se viene a ser caminante, observador, ‘escuchador’ (creo que me acabo de inventar esa palabra), ‘sentidor’ (y ésta), ‘callador’… aquí se debe estar atento al movimiento del río, del bosque, del cielo. Los animales que no estamos acostumbrados a ver, los monos, tucanes, la pava, tortugas, caimanes, hasta el delfín rosado, están ahí tranquilitos, sin problema a que los veamos, solo si queremos verlos.

Otra recomendación: no venga a mirar el celular, no pierda el tiempo en esa pantalla cuando lo que tiene frente a usted es un paraíso de inigualable belleza. Se lo digo así: no hay paisaje parecido a éste, no lo puedo comparar con nada de lo que haya visto antes, ni en este país ni mucho menos fuera de él. Así que no pierda el tiempo en su celular porque ahí no hay nada que supere lo que sus ojos, en vivo y en directo, estarán viendo.

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Intente que sus fotos abarquen más paisajes y menos selfies, porque este lugar es un tesoro de imágenes. Por favor, no mire a la cámara: mejor que alguien más le tome la foto contemplando la serranía infinita y sus formaciones rocosas, o la profundidad de la selva que se pierden en el horizonte. Busque un buen ángulo en el puerto para retratar el colorido de los botes con sus sillas de bus intermunicipal, o en el mismo río Guayabero donde en sus aguas se esconden delfines rosados y tortugas. Capture la majestuosidad de los atardeceres que se esfuman entre rojos y naranjas, o de los amaneceres que brotan del llano. Que no lo encandile la luz del celular, solo la de la luna o las estrellas.

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No llegue con más expectativa que sorprenderse de éstas y de todas las maravillas que lo estarán esperando en una tierra desbordada de vida, de verde y de rojo, de azul y marrón. Todo ese lugar respira vida porque está renaciendo, porque su luz vuelve a brillar después de muchos años de oscuridad y sombra. La Macarena -qué bello decirlo, así, en femenino- ESTÁ VIVA (y aquí va un corazón).

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Comienza y termina con el azul, como el amor.
Porque el amor es el centro/inicio de todo
y es lo único que quedará cuando ya no quede nada. Como el azul.

Luego viene el negro, la roca, la razón.
Se necesita -así sea en poca medida-
para no morir en esta idea loca
de amarte locamente,

Ahora el turno es para los rojos y naranjas,
la Macarenia Clavigera en todo su esplendor.
Hermosa, sensual, lujuriosa…
que me recuerda ese instinto de pasión que siento
al mirarte, al besarte, al tenerte.

Entonces llegan los verdes, las algas que brotan
como hojas bajo el agua mientras maduran para cambiar de color.
Llegan como el abrazo tibio después de la muerte,
como una caricia que acompaña el hombro amigo para reposar
un instante cómplice y furtivo como éste.

Así es la vida. Así es Caño Cristales. Así es nuestro amor.
Guárdalo, protégelo, sálvalo.

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La Macarena no es (solo) selva, río, llano o serranía. Es la combinación de materias que transpiran paz lo que lo convierte en un refugio único, poderoso, atractivo y seductor. Es la conjunción de colores con un propósito, con un mensaje clarísimo para la vida y el amor.

La Macarena es la transformación de un pueblo que se dio la oportunidad de reinventarse. Después de vivir años de guerra, de siembras ilegales y ganadería desmedida, encontró en la Paz un sustento para gran parte de su población.

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La Paz con la Naturaleza trajo un desarrollo sostenible para todos.
O por lo menos a eso aspiran.

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El guía, Manuel, quien lleva más de 16 años recorriendo estos caminos y que se ha capacitado con el Sena y otros cursos que les han ofrecido a través de Cormacarena; el hotel que está recién remodelado (aire acondicionado y baño privado) para dar un servicio de primera; el restaurante donde tomamos todas las comidas, que son realmente abundantes y deliciosas; el almuerzo viajero del día que visitamos Caño Cristales, una deliciosa ayaca (tamal) envuelta en hoja de plátano, atada con cabuya más la cuchara de metal (porque los plásticos están prohibidos en el Parque), los lancheros que, como ya describí, tienen sus botecitos de madera con un motor y silletería muy limpia y confortable, y los que nos llevaron a la enigmática Laguna del Silencio en potrillos, un bote más pequeño que mueven con un remo para mantener solo un rumor en el agua de la laguna.

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Los campesinos recios y amables que están dejando la ganadería para montar su cooperativa de caballos y hacer recorridos por las llanura, y que nos ofrecieron techo y almuerzo en la Cachivera; los hombres que manejan las camionetas que nos llevan a los diferentes senderos, las personas que trabajan a la entrada del parque, dándonos información valiosa sobre la protección de todo el tesoro que vamos a encontrar y preocupados por mantener todo el parque limpio revisan las maletas para que no llevemos plásticos de un solo uso o lociones como repelente o bloqueador que puedan dañar la bella Macarenia Clavigera, diosa del lugar.

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Si pudiera hacer un árbol de conexiones, creo que éste sería uno muy bello… donde todos pueden aportar y ganar.

Sólo nos falta a nosotros dejar de ser turistas y convertirnos en viajeros también sostenibles, donde visitar un lugar sea tener más experiencias reales y menos «estados» virtuales, donde viajar sea una forma de cultivar nuestra autoestima, ese maravilloso sentimiento de estar vivos.  Donde cada vez entendamos más la importancia de coleccionar momentos, así sean pasajeros, y no cosas (no hay que llevarse nada, ni vivo ni muerto, de los lugares que visitamos).

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Todo lo que me llevo de este paraíso está atesorado en un recinto especial detrás de mis párpados. Cierro los ojos y vuelvo a vivir -y sentir- aquellos momentos que ni siquiera la cámara de fotos pudo capturar, porque no hay belleza que se compare con mirar el encanto enigmático de estos paisajes, de la sabana, la serranía y por supuesto, el río.

No hay forma de contemplar un amanecer sino madruga y lo espera. No se contente con una postal, no es en un mug donde se lleva este lugar. Este lugar se queda en el corazón, recorriendo la sangre que, como la Macarenia, lleva la vida y los recuerdos a diferentes estados de felicidad. Solo viniendo se puede conectar con los colores de la tierra.

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Viaje al corazón de la tierra

«A pie
y con el corazón ligero
tomo el camino
que ante mí se extiende,
saludable, libre
el mundo que me lleva a donde quiera…”
Walt Whitman

El año pasado, en el colegio en el que trabajo, una mamá llevó un Mamo Arhuaco para que lo conocieran los chicos de bachillerato y entendieran un poco la cosmología indígena. El Mamo Arwawiko les contó un poco sobre cómo viven los Arhuacos, sobre sus tradiciones y la importancia de cuidar los recursos naturales, sobre todo la tierra, a quien llamó «la madre».

Recuerdo el sentimiento tan profundo que me causó: su voz calmada y suave, su rostro en paz, su tez canela, sus manos, sus mochilas… esa tarde solo hablé de él con Dani y de las inmensas ganas de conocer esa tierra de donde venía: Nabusímake. Imaginaba cómo sería estar en un lugar sagrado, en el corazón de la tierra, pero lejos de imaginarme que sería más pronto de lo soñado.

Y como «nada es casual, todo es causal», este año se dio la oportunidad de hacer un viaje a esa maravillosa tierra y lo mejor, con mi coequipero Atómico.

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El viaje comenzó en Valledupar, capital del Cesar, donde tomamos una camioneta 4×4 desde el aeropuerto hasta Pueblo Bello, allí almorzamos, y luego seguimos a nuestro destino final: Nabusímake, que en el idioma arhuaco significa «Tierra donde nace el sol» y que luego investigué, los españoles bautizaron San Sebastián de Rábago en 1750, cuando llegaron a evangelizar a sus pobladores. Menos mal no quedó ese nombre :/

Los elementos

Nuestro primer contacto con esta mágica tierra fue a partir del camino pedregoso y difícil que atraviesa una enorme montaña, que a su vez es la encargada de mantener a Nabusímake protegida del turismo desmedido y de cualquier otro fenómeno social no invitado. Más que una carretera parece el lecho seco de un río descuidado entre abismos y barrancos, pero que en su cima nos regaló una cadena de picos montañosos que, si no hubiera habido tanta bruma, nos habría regalado la vista del mítico pico Bolívar, la montaña más alta de Colombia (5.775 msnm).

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Luego vino el río San Sebastián, que cruzábamos cada día para llegar al hospedaje, un río de aguas heladas donde se bañaban muy temprano los arhuacos y así comenzaban el día limpios y bendecidos por el agua. En este río tuvimos la oportunidad de bañarnos nosotros unos días después, como regalo de limpieza del Mamo Arwawiko.

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Otro elemento primordial de nuestro viaje fueron las montañas, las faldas de la gran Sierra Nevada de Santa Marta que, desde ambos lados del río, custodiaban el lugar y nos invitaban a descubrirlas cuanto antes. Las montañas eran un plano sobre otro plano, cada vez más lejanas, altas, interminables, lo cual las convirtieron como en una especie de amuleto en este viaje, donde cada mañana buscábamos sus siluetas y nos imaginábamos cientos de caminos por recorrer.

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Y por último y no menos importante, estaban los arhuacos, pobladores ancestrales de estas tierras, nuestros hermanos mayores a quienes tantas veces vimos, a veces desde el hospedaje, otras cuando salimos a correr o en nuestras caminatas, siempre callados, yendo -o viniendo- por los senderos… concentrados en su recorrido; los hombres arriando alguna mula o con madera al hombro y las mujeres con sus hijos pequeños, descalzas, tejiendo alguna mochila, sin siquiera importarles que estos «bunachis» (como nos llaman a nosotros) estuviéramos por ahí.

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Dos de los tres días de nuestra estadía en Nabusímake madrugamos a correr, no solo porque nos encanta recorrer montañas, sino también como una muestra de gratitud hacia ese lugar místico y hermoso, y como una ofrenda a la tierra, a la naturaleza, lo cual nos hizo sentir más conectados individualmente (porque se trata de un ‘viaje’ de cada uno), como pareja y como un todo en el universo y sus cuatro elementos.

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Corrimos por senderos que iban por la ribera del río y entonces el canto del agua nos acompañaba; corrimos por las montañas, casi siempre empinadas, con una vegetación muy verde y cubierta de cantos de pájaros; corrimos por pequeños poblados indígenas que decoraban las laderas de las montañas, y en los que nos sentimos como intrusos (y lo fuimos); corrimos bajo la lluvia una tarde que veníamos de ver al Mamo y nos limpiamos por fuera y por dentro; corrimos en la oscuridad, acompañándonos, sorprendiéndonos, queriéndonos.

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Corrimos junto a niños arhuacos que iban a la escuela, todos con sus túnicas tan limpias y tan blancas, sus cabellos gruesos, negros y largos y sus mochilas tejidas por sus madres. Casi todos descalzos, algunos nos miraban curiosos, otros pasaban rápido esquivando la mirada. Uno que otro nos regaló con una hermosa y prístina sonrisa.

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Corrimos haciéndonos cada vez más conscientes de la luz del amanecer, de la montaña, de los seres que vimos, de nosotros mismos. Estar y sentirnos en el corazón de la tierra fue un regalo que aún no terminamos de comprender y agradecer.

El Mamo

Uno de los principales objetivos del viaje era ver al Mamo, tener una «entrevista» con él, y lo bonito y generoso de éste fue que no solo tuvimos una sino dos reuniones, y también pudimos conocer y conversar con una de las pocas mujeres Mamo que tiene esta comunidad.

Comenzaré contando un poco lo que fue la visita a ver al Mamo Arwawiko que, aunque es profunda y personal, hubo momentos muy significativos que se pueden contar en esta crónica.

Nos recibió en su casa, que quedaba como a cinco kilómetros del hospedaje, dentro de las montañas, al lado de un riachuelo muy cristalino que tenía una pequeña cascada y un pozo. Allí hablamos con él, su tono de voz era muy bajito así que tuvimos que concentrarnos mucho en lo que decía, pero poco a poco fue como si los otros sonidos (del agua, sobre todo y de los pájaros) fueran bajando el volumen para poder escuchar al Mamo.

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Nos habló de la importancia de cuidar los cuatro elementos presentes en el universo y en nuestro cuerpo: El agua que es la sangre, el aire que es el aliento, el fuego que es el espíritu y la tierra que es el corazón, el cuerpo. Nos habló de las energías vitales que fluyen por nosotros para todas las actividades que realizamos. Nos hizo un ritual de limpieza y nos mandó a las aguas heladas del río: poder sanador. Somos agua.

En la segunda visita nos llevó a un lugar que ellos llaman «el ombligo del mundo», cerca del río San Sebastián. A través de una explicación muy bella nos contó que los dos grandes picos de la Sierra Nevada de Santa Marta, el Colón y el Bolívar, son el cerebro de la tierra, y las dos piernas son Valledupar y Taganga. Entonces el ombligo estaba aquí, donde recibimos la «aseguranza», una manilla utilizada por casi todos los pueblos indígenas para protección. Ésta, lo más bello, es que se unió en una con los mejores deseos y pensamientos nuestros para nosotros mismos, así que además de protegernos, nos recordará siempre el porqué vinimos hasta acá, el porqué estamos y queremos seguir estamos juntos. Y ahí está la aseguranza… en mi mano derecha, representando todo el amor, cariño, cuidado y respeto que queremos para los dos.

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Saidin es la mujer Mamo o Zaga (como le dicen los Wiwas, otro pueblo de la Sierra Nevada de Santa Marta) que conocimos. Una arhuaca muy alta, recia y morena, vestida con su bella túnica blanca, un collar de cuentas negras que le daba muchas vueltas y sandalias. Saidín es feminista, ha estado en varios lugares de Colombia y Suramérica llevando el mensaje arhuaco, por lo cual su discurso es mucho más elaborado que el del Mamo. Nos recibió en un recodo del río en esa hora del día que yo llamo «la hora azul», cuando ya cae la tarde y se convierte en noche.

«Siempre hay que pedirle permiso al río, a la montaña para realizar nuestras actividades» nos dijo, lo cual me hizo reflexionar sobre el hecho de que a veces damos por sentado que todo está ahí para nosotros y tal vez no, tal vez ese ‘todo’ tenga otro propósito; por eso es tan importante agradecer, porque ese pequeño acto también es una forma de hacer «pagamento»: estar agradecidos con y por los cuatro elementos. Lo que dijo el Mamo tomó mucho más sentido.

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Cada conversación -o mejor, escucha- con estos seres fue alimento para el alma, la paz que nos transmitieron ellos -y su espacio habitado- será un lugar al que siempre querré y buscaré regresar.

Pueblito

Pueblito es donde están las casas más representativas de esta comunidad y hay que pedir permiso para entrar. Está encerrado por un muro hecho en piedra, con las calles de tierra y todas sus casas típicas de barro, caña brava, paja, hornilla de leña y piso de tierra. Algunas tienen jardines o huertas pero casi todas están cerradas porque sus habitantes viven en parcelas en las montañas y solo bajan de vez en cuando, lo cual le confiere al lugar un aire mágico y misterioso.

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Fuimos una tarde y el cielo nos regaló un atardecer precioso que pasaba de los rosados a los naranjas, y una bandada de pájaros nos deleitó con sus trinos. Caminamos sus calles solitarias hasta llegar a una tiendita, casi la única casa abierta, toda oscura por dentro, con olor rancio a guardado, donde vendían algunos alimentos básicos y muchas chucherías. De inmediato aparecieron niños (no sé de dónde) y el grupo con el que estábamos comenzó a comprarles dulces, lo cual me conflictuó un poco, pero hace parte de esa unión de culturas en la que para ellos -y sobre todo para nosotros- es tan difícil de buscar y encontrar el equilibrio que no violente tradiciones.

Nabusímake es un tesoro casi inmaculado, y digo «casi» porque es muy difícil que se viva aislado del todo de lo que nosotros llamamos civilización. Los arhuacos usan lo que necesitan, incluidos materiales de construcción, celulares, zapatos, algunos ropa, juguetes, elementos de uso diario, etc, pero dentro de ese sincretismo han logrado -y han querido- mantenerse alejados. La carretera los ayuda, la distancia y los precios que cobran las agencias, y tal vez esto resulte siendo una ayuda para que sus pobladores no pierdan su cultura, su lengua, sus creencias.

El mensaje

Nabusímake nos enseñó a hacer «menos ruido», a conectarnos más con nosotros y la naturaleza y menos con los aparatos, para así poder encontrar la verdadera conexión. Nos enseñó a hacer una respiración consciente (así solo sea una), acallar el alma y agradecer el Estar Vivos.

Aquí tuvimos el privilegio de ver, oír, sentir, oler y amar un lugar sagrado para nuestros ancestros. Montañas, árboles, pájaros, flores, animales y gente única… el universo entero se abrió generoso para que escucháramos su mensaje:

«Si no empezamos a querernos entre nosotros mismos y a vibrar con la naturaleza, corremos el riesgo de extinguirnos».
Mamo Arwawiko

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Si aún no has visto el video de esta aventura, aquí te lo comparto también.

 

Consejos para correr en solitario (que no es lo mismo que correr sola)

Una de las situaciones que más se me presenta cuando entreno, por el lugar donde vivo y porque no pertenezco a un club, es que salgo a correr en solitario.

Los tres años que llevo viviendo en La Calera me han hecho conocer-me y disfrutar-me caminos, carreteables y una que otra trocha. Pero lo que más he disfrutado es esa sensación de soledad, de estar conmigo misma, de concentrarme y enfocarme, de domar mis demonios y sacar lo mejor de mí. Bueno, también por algo hice los 950kms del Camino de Santiago sola, pero esa es harina de otro costal.

Como lo dije arriba, correr en solitario no es lo mismo que correr sola. No sé si sea un tema de significado o de interpretación, pero “correr sola” suena a que no tienes con quién correr. Sí, puede ser también ese el caso (a mí me pasa a veces, jeje), pero correr en solitario es una decisión, es una opción igual o más válida que correr en grupo.

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Hoy, por diferentes motivos, corrí en solitario, y mientras subía la montaña hice conciencia de ello, y pensé en las chicas que conozco y que seguro disfrutarían una ruta como la de hoy, para correr o caminar, para atreverse a salir consigo mismas. Entonces estuve acompañada de buenos pensamientos, de ideas para armar este texto que aquí les comparto y que espero les sirva, para que se animen a intentar esta gran aventura de correr consigo mismas.

Las que ya siguen a @estoyvivocol saben que para nosotros es muy importante la seguridad, y ahora estamos manejando cuatro frases que a su vez nos conectan con otras que son recomendaciones.

Me preparo, me cuido, me protejo y disfruto.

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ME PREPARO

Importante que conozcas la ruta antes, ya sea porque la hayas hecho o porque la tienes en alguna aplicación de rutas (Strava o Wikiloc, por ejemplo).

También revisa el estado del tiempo que se pronostica para saber cómo vestirte y qué elementos llevar (gorra, gafas, impermeable, etc). 

Ten en cuenta la distancia, ya que depende mucho de tu nivel, pero yo pienso que si aún no eres Paola Fierro (mi heroína), planea una distancia que te permita sentirte cómoda todo el tiempo y volver más o menos pronto a casa (10-20 kms).

Cuéntale a alguien a dónde vas. No al Facebook, por favor, ese solo es chismoso. Cuéntale a un familiar, a tu pareja o a un amigo. Dale indicaciones de dónde vas a estar y cuánto te vas a demorar aproximadamente.

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ME CUIDO

Descansa bien el día anterior, duerme mínimo las ocho horas recomendadas y recuerda estirar antes y después de la salida. 

El estado de ánimo y la seguridad emocional son muy importantes para una salida en solitario. Yo nunca salgo si no me siento segura, y sé que entiendes a lo que me refiero. Las mujeres tenemos más riesgos, por decirlo de alguna manera, al salir en solitario, pero para mí sentirme segura es lo primordial; enfocar mi energía en la emoción de la salida, en lo bien que me lo voy a pasar es muy importante. 

Esto no quiere decir que no pueda pasar algo. Siempre puede pasar, con o sin compañía, pero ese debe ser un temor manejable por el lugar y el tiempo que estaremos fuera. Lo importante siempre debe ser nuestra genuina motivación. 

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ME PROTEJO

Lleva mochila de hidratación para que cargues suficiente agua (min. 1 litro) y suficiente comida (fruta, bocadillo, barritas). También es importante que lleves un documento de identidad, dinero para cualquier eventualidad (regresarte en bus, comprar algo en una tienda, etc.) y el celular cargado al 100%, más los “otros” que ya conoces: protector solar, impermeable, gorra, pito, etc.

Para los perros, que a veces pueden salir y son terroríficos (a esos sí que le tengo miedo), les dejo cuatro consejos: 

1. No corras cuando llegas a una finca con perros y sin cerca cerrada; camina tranquilamente y trata de no mirarlos mucho, ladran pero no se salen. 

2. Coge una varita en el camino: sirve para sentirte protegida y, en caso de que atacaran (que es muy raro porque no es para asustarlo), puedes defenderte con ella. 

3. Si ya ves el perro muy bravo y cerca tuyo, agáchate como a recoger una piedra, pero trata de no tirarla, solo es hacer el amague. Te agachas y te levantas, suele funcionar para alejarlos.

4. Yo suelo llevar un aparatico que compré en Amazon y emite un ultrasonido que los desubica o algo así. No hace daño, sólo es un pitido (que no oye el ser humano). Si el perro me ladra oprimo el botón unas cuantas veces y ya. Si se me viene como a morder, lo oprimo y doy una orden: ¡A la casa! 

Por lo general los perros solo ladran porque ven pasar a un extraño, pero debo confesar que hay algunos que me erizan la piel. Sin embargo, nunca he tenido un accidente, creo que mantener la calma y dar una orden fuerte es primordial. 

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DISFRUTO

Disfrutar es una palabra que me encanta porque lo abarca todo. Disfrutar habla de complacerse, recrearse, deleitarse con alguna situación, en este caso una caminata o un entrenamiento. Es una manera maravillosa de darle placer a tus sentidos mientras haces una actividad que te encanta en el lugar más sagrado que puedes encontrar para ello: la montaña.

Ahora que estás lista, con una hermosa ruta por delante, agradece al universo este momento y ofrécele a la montaña el camino, para que sea ella quien te guíe pasos y pensamientos.

Y corre… “¡corre como el viento!”, diría Woody.

Porque ahora comienza lo mejor de esta salida: correr o caminar en solitario -que no es lo mismo que sola-. Porque cuando vas a la montaña encontrarás infinidad de seres que estarán a tu lado: desde la gente del campo, que están labrando la tierra, ordeñando vacas o que pasan en moto o en sus tractores y te regalan esas sonrisas puras y asombradas que solo encuentras lejos de la ciudad, hasta las vacas -madres modelo- con sus terneritos, los caballos que suelen ser los más curiosos, uno que otro burro y, por supuesto, los perros que te saludan o te quieren morder (pero ya hablamos de ellos).

Habrá pájaros en cantidades regalándote sus trinos, árboles que te traen el susurrar del viento, flores que te invitan a descubrir olores; está el agua con esa bella melodía que canta y por último -no menos importante- están los regalos de la tierra, en este caso las moras. Si estás en un clima cálido serán naranjas, guayabas y todas esas bendiciones que regala el trópico. ¿No es algo hermoso? Todo el tiempo estarás acompañada y eso, si lo descubres y lo potencias, es lo más hermoso del viaje.

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Para las que alguna vez hemos estados en carreras, sabemos que, a veces, se nos olvida disfrutar: ya sea porque salimos muy ansiosas, o porque en el camino comenzamos a atraer pensamientos propios de la carrera: cuánto me falta, cómo tengo las pulsaciones, qué ritmo llevo, dónde están las cintas, cuántas mujeres van delante mío, tengo ganas de ir al baño… ufff, qué pereza. Entonces salir a correr por el solo placer de correr es un regalo para el cuerpo, porque definitivamente también estás entrenando, pero sobre todo para el alma.

Entonces sigue disfrutando: disfruta de mirar a lontananza, de descubrir cuántos planos tienen las montañas (era un juego que hacía con mi papá), de identificar el canto de los pájaros y verlos.

Disfruta de regalar sonrisas y saludar: cómo me gusta eso, porque de alguna manera desconcierta y sorprende que saludes. La gente en general ya no saluda, entonces regala tú un “¡hola, buenos días!” con una sonrisa; estoy segura -y lo he comprobado-, que sorprende y desarma en todos los sentidos.

Disfruta de la soledad y de los pensamientos que te llegan “con ella”. Este escrito salió de ahí, éste y muchos otros, porque cuando corro -como dice Murakami- “los pensamientos que acuden a mi mente se parecen a las nubes del cielo”.

¿Para qué está hecha la montaña, sino es para amarla y contemplarla?

No te “desconectes” poniéndote audífonos o tomándote selfies. Sí, unas cuantas fotos son necesarias, pero regálate este momento a ti y a tu soledad, que también es tu compañía.

Un último consejo, que sabes que también reforzamos desde EstoyVivo: regresa con tu basura. Puede ser que este tip lo tengas muy claro, pero recordémoslo: si pudiste traer el empaque lleno (ya sea una barrita, unas galletas, un paquete), ¿Por qué no regresarlo?. Y… si encuentras alguna basura y puedes, ¿Por qué no recogerla? Piénsalo, es a la montaña a quien le das un regalo al llevarte esa basura (así no sea tuya).

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Estos eran los consejos que tenía. Esto fue lo que fluyó mientras corría en solitario.

Espero que los puedas usar y te atrevas a correr solo contigo, estarás muy bien acompañada.

Y luego me cuentas cómo te fue.

Algo qué celebrar

En algún rincón del mundo, en este momento, hay alguien experimentando una auténtica y profunda alegría por Estar Vivo, por un logro cumplido, por un sueño realizado, por una cima alcanzada, por una meta finalizada.
En algún rincón del mundo, hay alguien que está sintiendo que su dicha es completa. 

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Lago Villarica, Pucón, Chile

Así me siento yo en este momento.

Después de haber tenido un 2018 repleto de aventuras, sueños y retos cumplidos, cerré el año con un viaje a Chile y Argentina como regalo de cumpleaños, en el que, una vez más, pude contemplar mi vida, mi nueva vida, la que yo he querido y construido para mí y me sentí inmensamente feliz, agradecida con el universo, bendecida por El de arriba y con más ganas de seguir soñando y logrando todo lo que me proponga.

El Cruce Columbia

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Los hermosos planos de las montañas… y al fondo, el Lago Villarica

Mi primera parada de este viaje fue en Chile para participar en la 17 edición de esta carrera. Cuarenta países, más de 3.000 corredores, una logística impresionante que incluía campamentos en mitad de la nada, al lado de un río helado donde llegábamos a descargar las piernas (delicioso), con carpas para dormir, carpas para comer y compartir con los corredores de otros países, carpas para atención médica, para cargar los equipos electrónicos (celulares, relojes), baños… todo lo necesario para esperar la segunda y tercera largada.

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Al fondo el volcán Rukapillán (Villarica) 

Fueron 100 kms por la Cordillera de los Andes Chilenos divididos en tres días, con 3.700 metros de desnivel positivo -una salvajada-, aunque la altura máxima fue de 2.000 msnm. Corrí entre volcanes, por la nieve, entre bosques de robles y araucarias centenarias; corrí por trochas llenas de raíces, por morrena de glaciar, por hectáreas repletas de retamos florecidos (no el espinoso sino otro); corrí por carreteables y asfalto, por playa; crucé ríos, árboles caídos, salté como cabra y hasta me eché un pique con un uruguayo en el segundo día. Corrí feliz.

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Al fondo el volcán Quetrupillán
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Pique a la llegada del segundo día

Los tres días me sentí inmensamente emocionada de poder estar ahí demostrando -primero a mí misma, luego a mi hijo y a mi mundo entero- de lo que era capaz, y no por la clasificación, sino por el reto, por planearlo, trabajarlo, sufrirlo y cumplirlo.

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Llegada tercer día

Corrí por el mero placer de correr y sentir esa energía que desbordan las piernas al iniciar, que luego se convierte en potencia y después de 70 kms en dolor, pero ahí entra tu cabeza y termina el trabajo. No se desfallece, no se abandona, no existen las excusas ni los pretextos. Se termina. Y se termina feliz.

La ruta de los siete lagos

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No siendo suficiente con estos 100 kms de trail, pasamos la frontera a Argentina con mi amiga Cata para hacernos ciento diez kms de bicicleta por la famosa Ruta de los Siete Lagos o ruta 40, la misma Panamericana que une Alaska con la Patagonia.

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Salida de San Martín de los Andes

Montar bicicleta para mí es como haberme reencontrado con un viejo amor al que nunca olvidé, porque cuando viví en Cali (siglo pasado, jeje) montaba mucha bici de montaña, y por X y Y motivos la abandoné. Pero he vuelto y el amor es el mismo. Así que me hacía muchísima ilusión hacer este trayecto: en bici, con Cata, por mi cumpleaños, en una región tan pero tan bella como lo es la Patagonia.

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Lago Hermoso, primer día

Pedaleamos entre 30 y 50 kms diarios por tres días, con unos 25 kilos en el trailer. Dormimos en dos campings muy buenos: Lago Hermoso y Lago Pichi Traful, pero pasamos frío en la carpa en la madrugada (el «verano» patagónico es helado), así que tuvimos que hacer «cucharita».

El segundo día nos llovió una jornada completa, y estuvimos heladas toda esa tarde, pero conocimos muchos mochileros en los campings, y nos enamoramos del hombre de montaña ❤

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Lago Falkner, segundo día

Nos reímos un montón: de nosotras mismas, de la otra, de nuestras mañas y manías. Hablamos, escribimos, leímos… tomamos té como locas (por el frío), nos pasábamos la tarde buscando el calor de la chimenea en el camping, nos bañamos una sola vez en ducha.

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Lago Espejo, almorzando atún

Pedaleamos, cada una a su ritmo, cada una con su fuerza, juntas, cuidándonos pero regalándonos los espacios y los silencios necesarios para disfrutar de nuestra compañía.

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El día de mi cumpleaños estaba el cielo despejado. Esos hermosos cielos azules y helados del verano. Estaba frente al Lago Traful, era muy temprano y aún hacía mucho frío. Me senté en un tronco a disfrutar de la vista: el cielo despejado, la montaña limpia con nieve en la cumbre, el lago turquesa, todo tranquilo… así me sentía yo.

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Lago Traful, tercer día

Entonces reflexioné: ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo llegué a esta vida tan fascinante que me invade de pasión todo el cuerpo? ¿Qué fuerza interior me llevó un día a correr, a correr montañas e ir por mis sueños? A ponerme estas metas, retos que me inspiraron a trabajar con ganas, a entrenar con disciplina, a ser cada vez mejor persona. A dejarle a mi hijo la mejor versión de su madre… no una mujer débil amarrada a una estructura social preestablecida (y tal vez en su momento autoimpuesta), sino una mujer fuerte, valiente, feliz, independiente, que disfruta desde dormir en una carpa, desayunar en un paradero de camioneros o correr 30 kilómetros de montaña muerta de frío y lloviendo, hasta hacer un viaje en avión, pagar un Uber, usar vestido y tacones y comer en restaurantes caros. No importa, es la misma.

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Y recordé las palabras Dani, mi gran amigo del Camino (de Santiago): «Una de las cosas que más me gustan de ti, es precisamente esa capacidad que tienes para saber valorar y apreciar las cosas, así sean pequeñas o grandes». Y me sentí feliz y agradecida de sus palabras, de que se note, porque me encanta poder contagiar, lograr que más personas se gocen la vida, con mucho o con poquito pero que noten la belleza y la bendición tan grande que es Estar Vivos. ¿No es algo maravilloso?

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Lago Lacar

Con todas esas bendiciones solo pude dar gracias a Dios, por contar con el amor incondicional de mi madre y mi hijo, que son el motor de mi vida, pero también por ese increíble compañero Atómico que tengo, que me regaló la vida porque me lo merecía y porque él también se lo merecía. Regalarle mi amor a manos llenas es una recompensa a sus otras vidas. Él es la llama que mantiene viva mi creatividad y mis ganas de aventura, y yo soy el motor que lo ayuda a navegar cada vez más seguro y más lejos.

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Lago Correntoso, tercer día

Con él y gracias a él tengo menos miedos y más ideas, me atrevo a todo y si dudo, él me da la mano y me convence, con su amor y su cuidado. ¿Quién iba a decir que llegaría alguien así? ¿Quién lo esperaba? Pero lo importante es que llegó, porque todos merecemos un amor que se nutra de amistad, respeto y honestidad, un amor junto a la mejor compañía, a una buena conversación, un compañero de sudor y lágrimas, y de  risas sin fin.

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Cerro La Viga, a 3.700 metros más cerca de las estrellas

Así cierro el 2018 y comienzo un nuevo año, con la firme ilusión de seguir creciendo, seguir corriendo montañas, escribiendo y apostándole a creer que se puede vivir de lo que te apasiona.

EstoyViva.

El Camino hacia mí

«Antes de renacer / te guardé en mi memoria
me prometí buscar / buscar y encontrarte…»

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«Caminar es el medio de transporte más lento y antiguo que existe, al que no prestamos atención y apenas valoramos porque es gratuito; lo realizamos desde temprana edad y damos por sentado que va ser siempre así. Sin embargo, caminar es un regalo, otro tiempo, otra realidad, es un privilegio llegar a los sitios por mi propio pie, reparando en infinidad de detalles que de otra manera pasarían desapercibidos… Es la demostración -literal- de que con pequeños pasos se puede llegar muy lejos». Libre y salvaje, de Ignacio Dean

A mis amigos del Camino

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20 de octubre de 2017

Si hay alguien capaz de hacerlo, esa eres tú.

Llegué al albergue de Finisterre como a la 1pm, empapada de todo lo que me había llovido desde que salí de Muxia pero, aún así, dejé la maleta y salí hacia el faro; era lo que tenía que hacer, así llevara 32 kms caminados ese día.

Había neblina por todos lados. Caminé una cuesta de 3.5 kms hasta que llegué. El mojón decía «Km. 0». Ese era -al fin- el fin. Saqué mi «ofrenda» y la carta que le escribí, y las colgué en la estructura del faro. Las miré… ahí estaba representado un pasado y lo que sea que hubiera sentido por él… lo traje hasta aquí para dejarlo. Allí se quedaba. En el final de la tierra.

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Si algo aprendí estos últimos 37 días de camino fue a recibir todo con gratitud, y esto era lo que había para mí hoy. ¿Qué significaba? Como siempre, debía averiguarlo. Pero así era hermoso: la montaña y los árboles dentro de la neblina… intuía el mar en algún lugar, o en todo el lugar, junto con el viento, rugiendo, soplando. Me senté en una roca, cerré los ojos, pensé en la ofrenda y en lo que le había escrito. Y lloré. Me sentía vacía pero a la vez tan completa… el Camino había acabado. Sólo el final de la tierra había podido detenerme. Todos estos kilómetros fueron un camino hacia mí.

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20 de octubre de 2018

¿Que por qué caminé? Porque nunca algo tan sencillo me hizo sentir tan viva.

Ha pasado justo un año desde que terminé a pie el Camino de Santiago. 950 kilómetros. Arranqué por el Camino del Norte (en Irún), montaña y mar, luego tomé el Primitivo (en Oviedo), pura montaña, hasta llegar a Santiago de Compostela y de allí me fui hasta Finisterra (el fin del mundo).

Hace un año… pero leo el diario y vuelvo a revivir tantos momentos increíbles, tantos paisajes… mi vida durante treinta y siete días dio un vuelco total y me convertí en una caracola feliz con su casita a cuestas: 5 kilos representados en una muda, la pijama, unas chanclas, el impermeable y el polar, el cuaderno de escribir, las cosas de aseo y la comida y el agua que recargaba cada tanto.

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A pesar de haber arrancado con una idea general de lo que sería el Camino, no podía haber imaginado a lo que en realidad me iba a enfrentar hasta que no comencé a vivirlo, a experimentarlo, a caminar… hasta que se convirtió en mi vida, en mi rutina.

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Cada vez que estaba en el portal de un albergue, lista para salir a caminar, me bañaba esa luz del amanecer, unas veces azul y otras ya naranja, y mi pecho se llenaba de alegría, de una inmensa felicidad de estar viva, de respirar, de cargar mi caracol y poder levantar un pie tras otro e ir haciendo un camino nuevo, una vida diferente, con la esperanza de llegar a algún lugar pero sin pensarlo o planearlo tanto.

Mis únicas rutinas claras eran llegar a un pueblo con albergue en horas de la tarde, tomar una cama, bañarme, lavar la ropa, comer/cenar, escribir mi día en el cuaderno y algunas veces hablar con otros peregrinos o salir a conocer los alrededores. ¡Qué sencillo era! No me preocupaba de trancones, de pagos programados, de qué ponerme, de agendas o calendarios.

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Por supuesto que hubo sorpresas, imprevistos y dolores del cuerpo y el alma que se me presentaron así, sin más, pero que al final fueron mensajes claros de lo que debía vivir, descubrir, sanar y soltar.

Sufrí por la convivencia multitudinaria de los albergues, pero eso me enseñó a ser más paciente, más tolerante. Sufrí la ausencia de mis seres amados, de mi hijo, y de cómo -si no estás- ya no existes, pero eso me enseñó a soltar, a silenciarme, a escucharme solo a mí misma; era la única que existía, donde fuera que estuviera. Sufrí el frío, la lluvia, las ampollas y un dolor de tibiales que hasta me detuvo un día, pero aprendí a ponerle nombre a todo: a limpiarme por dentro y por fuera, a desatar esos nudos internos que salen a través de dolores físicos. Y todo sanó, y renací (no sin antes guardarte en mi memoria).

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Pero no todo fue sufrir, lo que más hice en realidad fue vivir, sentir, gozar, maravillarme, agradecer. Amé el Camino y todo lo vivido en él.

Guardo las mejores postales en mi memoria -y en algunas fotos digitales-. Postales del mar y de sus amaneceres, de los bosques cuando arranqué en el País Vasco y luego en Asturias y Galicia y, por supuesto, postales de las montañas.

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GRL PWR

Hay muchas razones por las cuales se hace el Camino de Santiago. La principal, la religiosa. Y aunque soy católica, esa no fue mi motivación. Desde años atrás pensé en hacer el Camino como un reto físico y demostrarme a mí misma de qué era capaz. Y quería hacerlo sola y ese fue tal vez uno de los mayores retos: dejar mi casa, mi hijo, mi trabajo y viajar al otro lado del charco, y caminar sola… tantos senderos que recorrí, carreteras, caminos veredales, carreteables, la playa.

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Cierro los ojos y se viene a mi mente el sonido de mis pasos y del bastón que llevaba. Tas, tas, tas… y la mente -la loca de la casa- de un lado para otro. A veces tranquila me recordaba una canción y la tarareaba todo el rato sin darme cuenta; a veces solo estaba absorta en el paisaje, en el mar, en las aves, en la luz sobre las montañas. A veces hablaba conmigo misma, o tenía conversaciones con personas, o conversaciones pendientes -que al final nunca existieron-. A veces lloraba, de felicidad o de tristeza; una vez oí el balar de un cabrito muy pequeño y me recordó a mi hijo y su nacimiento, y lloré y lloré. Lloré de amor, lloré por estar ahí y no con él. Pero las lágrimas -del cielo o de mis ojos- me lavaban, y las palabras me acariciaban, y así poco a poco me hice más fuerte.

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Imponerse retos y lograrlos nos empodera, nos hace fuertes, nos mejora la autoestima y nos hace vernos a nosotras mismas como las mujeres fuertes que somos, desde hace miles de años.

Podría quedarme escribiendo más, tal vez haya hasta material para un libro, pero hoy solo quería agradecer a Dios y a la vida por haberme permitido realizar un viaje tan fantástico, y con la emoción de planear otro y otro y otro. Porque caminar nunca antes me había hecho sentir tan viva.

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«No, no he visto en el espacio algo que me guste tanto, que me guste como tú».