PERULOID

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Así nació Peruloid… en una pizzería de Huaraz

A toda aventura le llega la hora de contarse… 

Para Dani Caribe Atómico

Junio de 2018. PERULOID nació como todos los proyectos de mi compañero de vida, viajes y alegrías, Dani Caribe Atómico: de un sueño. El sueño por correr la Ultra Trail Cordillera Blanca en Huaraz, carrera emblemática de los Andes peruanos. 

El propósito del viaje, entonces, era 1. Hacer la carrera y 2. Conocer un poco de Huaraz y la Cordillera Blanca, región de Ancash.

Este es el relato de cómo lo viví yo. Ojalá pronto tengamos el relato Atómico también…

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Desde que partimos, la cara de felicidad fue nuestro mejor uniforme 🙂  

Huaraz

Hermosa palabra que en quechua significa ‘Amanecer’.

La primera vez que Dani me habló de Huaraz y de la Cordillera Blanca, fue en noviembre del año pasado, y fue como descubrir un lugar inhóspito del mundo. A pesar de ya haber estado en Perú -En 2015 hice el Camino Inca-, no había oído hablar de la Cordillera Blanca. Pensaba que las nieves andinas estaban en Salkantay (otro camino inca), pero nunca hubiera podido imaginar un lugar tan hermoso, ni siquiera estando ya allí. Y mucho menos que iba a hacer alta montaña o que haría un rapel de 30 metros. Lo cual demuestra que viajar con este hombre es y será siempre una sorpresa.

Primer mensaje: Gracias Dani por llevarme a lograr lo que no sabía que podía y estaba dentro de mí.

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Mi pasión por las montañas ya es conocida por familia, amigos y lectores. Parte de mi motivación por correr es porque es en la montaña. Yo no podría vivir sin ellas, sin sus formas, su piel, su textura y sobre todo, la energía que me regalan en cada camino que puedo recorrer para conocerlas. Así que ir a Perú (que amé) y conocer un lugar nuevo, con un montón de artilugios propios de la alta montaña (que solo había visto en las películas de escalada), era una gran aventura. No podía ser menos.

Nota: Siempre pienso que todo es como una película cuando estoy haciendo la maleta, hasta que llega ese momento de “vamos” y ya no me parece tan chévere, jeje. En realidad son tres momentos: 1. “¡Ay! ¡Qué nota!”, 2. “Mmmmm no… no es necesario…” y 3.“Ahhh!!! ¡Qué chimba! ¡Lo hice!»

Así llegué a Huaraz, con esa felicidad; primero, de viajar con él y a un lugar nuevo para los dos. Segundo, de ser su acompañante de carrera, su grupie -yo no la hice, había prometido no hacer carreras este año. Ya no lo cumplí- y tercero, de dejarme contagiar por su pasión por la “alta montaña”, fuera lo que fuera que significara este término.

No voy a alargarme en contar de la carrera, por obvias razones, aunque quiero rescatar el momento de su llegada, porque sentí cómo se fue un corredor y volvió un hombre de montaña (sin decir con esto que antes no lo fuera). Creo genuinamente que lo que pasó allá arriba recargó a Dani de una manera impresionante; la conexión que tuvo en la Laguna de Shurup y su entorno, resignificó lo que es la montaña y las carreras de montaña para él. Y eso lo he comprobado durante estos meses siguientes.   

Pero de lo que quiero hablar aquí es de nuestro tiempo juntos y, sobre todo, el tiempo que estuvimos juntos caminando y escalando la montaña, el tiempo mejor invertido del mundo, donde aprendí a conocerlo aún más, o dejó que lo conociera y eso, fue un regalo de la vida, de la montaña y de él, para mí.

Segundo mensaje: Gracias Dani por dejarme conocer ese TÚ, el mismo y a la vez uno nuevo, ese del que aprendo y me siento súper orgullosa todos los días de esta vida que vivimos juntos.

Laguna de Wilcacocha

Laguna del nieto’ en quechua.

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Laguna de Wilcacocha con la Cordillera Blanca al fondo

Qué no se habrá escrito de esta laguna… pero para mí su belleza no radicó solo en el agua, sino en el lugar, en el paisaje, en lo que significó para nosotros subir y subir más la montaña hasta estar solo los dos, más cerca de las estrellas, con toda la Cordillera Blanca en frente, esperándonos para presentarnos como dos caminantes humildes que queríamos recorrerla.

Pero iniciemos desde el principio: tomamos un busecito destartalado en Huaraz, con una señora de pie que decía todo el tiempo “SUBE, SUBE, SUBE”. El viaje fue corto, esta zona del Perú es muy desértica. El bus nos dejó a la entrada de un camino destapado donde comenzamos a caminar en subida todo el tiempo, bajo un sol inclemente, pero juntos la caminata no se siente: hablamos, nos reímos, Dani cuenta anécdotas -o se las inventa- cuenta chistes y no paramos de reírnos y de imaginarnos un mundo paralelo, uno donde todo es absurdo y a la vez perfecto. 

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Llegamos a la laguna sudando, con ganas de comer y beber algo. Fue un poco decepcionante la llegada porque había basura (plásticos, nuestro karma mundial) tirada por ahí, y eso nos molestó un poco por lo que, sabiamente, decidimos dar la vuelta y ver una montaña más alta que escoltaba la laguna. Claro… nos miramos y ya sabíamos que queríamos llegar hasta allí. Y ese momento es muy especial porque parecemos lectores de código de barras o algo así, detallando el mejor lugar por el cual subir.

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Las subida fue muy pendiente, hasta convertirse casi en escalada, con enterrada de espinas incluida y saludo a las cabras, más locas que nosotros. Llegamos a la cima desde donde pudimos apreciar la Cordillera Blanca en todo su esplendor… ver tantas cumbres cubiertas de nieve fue un regalo no esperado, por lo menos para mí. Fue como cuando te llega un bono “porque sí” de tu librería favorita (bueno, ya sé que eso no pasa, era solo un ejemplo), pero no podíamos parar de asombrarnos de esa cadena montañosa tan desconocida para nosotros. Dani estaba loco con semejante horizonte y las formas puntiagudas de las cumbres, nada parecido a las cordilleras y los picos colombianos -que también son hermosos-. Y ahí aún no sabíamos hasta dónde llegaríamos…

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Nosotros, a 3400 msnm

El Valle de Ishinca

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A pesar de tener la certeza desde Colombia de que queríamos hacer alta montaña, no teníamos muy claro lo que íbamos a hacer. Y por esas cosas de la vida, que a veces llamamos destino, casualidad, causalidad, o el universo, dimos con David, un guía que terminó siendo la horma para nuestro zapato, para nuestra bota de montaña y nos montó un recorrido que nos dejó emocionadísimos.

David, un guía peruano de alta montaña, nos llevó a conocer uno de los lugares más asombrosos, mágicos e inolvidables que haya visto en mi vida: el Valle de Ishinca, Cordillera Blanca.

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La llegada al Valle, donde además está el refugio, fue una caminata de unos 12 kilómetros, en los que poco a poco nos fuimos adentrando a un cañón desde el que veíamos muy altas las puntas nevadas de algunas de las cumbres de la Cordillera Blanca, hasta que se abrió el paisaje y vimos al indomable Tocllaraju (‘Nevado con trampas’ en quechua), guardián del Valle de Ishinca. Fue como una visión… aún recuerdo ese momento y parece mentira, nunca había visto una montaña tan alta, tan cerca y tan nevada. Esta montaña es de una soberbia magnitud, es impresionante, hipnotizadora. Acostumbrarse a ella sería imposible, porque su presencia sobrepasaba los límites de cualquier pensamiento, de la belleza y la grandeza. Desde que llegamos amamos ese lugar.

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Llegada al Valle de Ishinca

Esa tarde hizo un sol maravilloso que nos dejó calentarnos un poco. Hacía mucho frío ya que el refugio está a 4.400 msnm, creo que era la altura más extrema a la que había estado, y no era cumbre, jeje, era nuestro alojamiento.

La acomodación en el refugio fue en un cuarto con literas, lo que me hizo recordar mucho el Camino de Santiago, aunque aquí no estaba tan limpio. Pero estaba bien, el refugio estaba siempre tibio, había agua caliente (importantísimo) y muchos montañistas. Allí pasamos tardes entretenidas comiendo «pepitas» (como lo llamaba Dani), o sea semillas y tomando té de coca. Jugamos infinidad de veces «el ahorcado» y nos reímos como enanos, de todo y de todos. Qué rico es reírse, y acordarte y reírte otra vez.

Tercer mensaje: Gracias Dani por recordarme la importancia de la risa y ponerle alas y llevarme a la cumbre de nuestra montaña. Sin la risa… ¿qué sería de nosotros?
«Dos personas que se hacen reír tienen derecho a todo».

El Ishinca

Dos de la mañana. Salimos los tres con un firmamento plagado de estrellas… todavía lo recuerdo… la vía láctea en todo su esplendor. Como aún recuerdo las primeras cuatro horas de caminata, David adelante, luego Dani y luego yo, pegadita a él, escuchando sus historias. A pesar de la altura y de que no parábamos de caminar (lento, pero seguro), fuimos subiendo entre historias de vida (¿Las recuerdas?). Fue muy bonito.

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Ya cuando comenzó a amanecer alcanzamos el borde de nieve y cambiamos el equipo por crampones, piolet, casco, gafas y nos encordamos (técnico de escalada donde nos atamos entre nosotros a una cuerda de seguridad).

La subida fue dura, técnica, empinada. Bueno, eso es lo que a mí me pareció, tal vez escaladores profesionales no lo verían así, pero yo me esforcé un montón y la emoción no me cabía en el cuerpo. La sensación de clavar los crampones en la nieve y soportar todo su peso allí, mientras das otro paso, es increíble. Y el cielo fue cambiando de azul negro oscuro a ese azul profundo, azul mar, y las cumbres vecinas se vistieron de amarillo cuando el sol las tocó. Y ya no sabía cómo más sentir felicidad.

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El cuerpo lo dio todo, todo el tiempo, con piernas, brazos, pulmones, mente y corazón, hasta llegar a la cima, a 5.530 msnm que ganamos la cumbre del Ishinca. Nos miramos y nos abrazamos. Fuimos una gran cordada, los tres fuimos igual de fuertes y estábamos igual de enamorados por este lugar.

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La cumbre del Tolcllaraju vista desde el Ishinca

La cumbre nos regaló una sorprendente vista de otras cimas más: el Tocllaraju, el Palcaraju, el Urus, el Huantsán,… y el vecino Ranrapalca que intimida por sus dimensiones gigantescas. El paisaje blanco era infinito y puntiagudo (cumbre tras cumbre). El ambiente estaba helado pero nosotros no parábamos de reírnos, de tomar fotos, hacer videos y llenar los ojos con semejante majestuosidad. Estuvimos unos veinte minutos en la cumbre y bajamos entre risas y recuerdos del ascenso, del miedo o el frío o el hambre que sentimos al subir. Ahora el paisaje se abría ante nuestros ojos bellísimo e imponente, como no pudimos apreciarlo en el ascenso por la oscuridad.

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Atrás se ven otros grupos subiendo
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Mi Alta Cordada

Hacia la 1pm ya estábamos en el refugio, duchándonos, comiendo lo poco que llevábamos y a descansar.

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Allá abajo, chiquitico chiquitico, el refugio. Al fondo el Urus…

El Urus

El Urus (‘cerebro’ en quechua) fue la otra cumbre que hicimos. Con una ya a cuestas y mejor aclimatados, nuevamente a las 2am estábamos ascendiendo esta empinada montaña, muy rocosa al inicio -pura morrena-, así que nuestros pasos debieron ser cortos y seguros. Luego nos llegó la nieve, más pronto que en el Ishinca, y comenzaron innumerables ascensos técnicos que, sin el equipo adecuado y la energía física y mental que llevábamos, no habríamos podido hacer.

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El amanecer detrás de las montañas

Llegó el amanecer y con él las ganas de estar en la cima, pero también de no perderse nada de las impresionantes panorámicas que regala una altura como ésta. Tal vez «impresionantes» no sea la palabra justa con la imagen, con el deseo de tener más ojos, más boca y más pulmones para tragarse toda esa belleza. Tal vez es alucinante; o mejor sobrecogedor la palabra que estoy buscando.

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¿Qué más haces a 5mil metros? Caminar y molestar

Llegar a los 5.420 msnm, después de 3 horas de escalar es fantástico. No solo eres consciente de tu fuerza física y mental para llegar allí, sino que tu alma se despierta (con el amanecer y con tu energía) invadida de montañas, altas montañas, invadida de los cambiantes azules del cielo, del blanco de las nieves perpetuas, y del naranja, rosado y amarillo de un amanecer que no quieres que termine.

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David, Dani y yo en el descenso del Urus
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Borde de nieve, abismo, cañón y montañas en frente

Llegamos solos, los tres. Los otros equipos que ese día salieron iban detrás, así que tuvimos la cima como premio para nosotros, para disfrutarla al máximo, para hacer conciencia del lugar tan preciado en el que estábamos: la cumbre. Y de ahí surgió nuestra pregunta: ¿Cuál es tu cumbre? Porque no todos estamos hechos para escalar montañas y eso no quiere decir que no sueñes o logres tus cumbres.

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La cumbre es ese lugar al que queremos llegar: es la realización de un sueño, un proyecto, un objetivo o un plan. La cumbre es esa meta a la que quieres llegar: un viaje, un empleo, una relación, un emprendimiento, una carrera… Pregúntate: ¿Cuál es tu cumbre? Qué bellas metáforas nos regala la montaña en cada ascenso…

Si quieres ver nuestro video sobre la cumbre del Urus, has clic AQUÍ.

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Hay muchas más historias e imágenes en este viaje, en esta travesía de quince días por tierras peruanas, pero solo quería hablar de mi experiencia en las montañas y de alguna manera transmitir lo que me dejó, porque cuando pienso en ello pienso en el amor: amor por lo que hago, por quien me acompaña en el camino, por los lugares que visito, por las cumbres que voy logrando.

Cuarto mensaje: No te pido nada más, que me tomes de la mano y me lleves allá, arriba, a la cumbre. Y te olvides del resto.

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Gracias montaña por haberme dado lección de vida
porque fatigando he aprendido a gustar el descanso
porque sudando he aprendido a apreciar
un sorbo de agua fresca, porque cansado me he parado
y he podido admirar la maravilla de una flor,
la libertad de un vuelo de aves,
respirar el perfume de la sencillez;
porque en la soledad,
absorbido en tu silencio
me he visto en el espejo
y espantado he admitido mi necesidad de verdad
y amor, porque sufriendo he saboreado el gozo de la cumbre
percibiendo que las cosas verdaderas,
las que traen felicidad
se obtienen solo con la fatiga
y quien no sabe sufrir
nunca podrá entenderlo.

Battistino Bonali ’92

Este texto está en una pared del refugio de Ishinca

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La Cocha Trail 2018

En 2017 fue la primera versión de esta carrera de montaña, en una de las regiones -para mí- más bonitas del país.

En enero de ese año tuve la fortuna de hacer un viaje familiar a Nariño, y todo todo lo que ví y sentí fueron sorpresas: desde las vastas montañas que se me mostraron desde el avión, hasta los lugares sorprendentes que visité: la Ciudad Sorpresa, es decir Pasto, El Volcán Azufral con su hermosa laguna aguamarina, la imponente Catedral de Las Lajas, el mágico valle de Sibundoy (Putumayo) y -por supuesto- la Laguna de la Cocha.

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Laguna Azufral
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Páramo del Bordoncillo, camino a Sibundoy

Como era de esperarse, desde que llegué a la Laguna quería salir a correrla y recorrerla, pero en ese momento estaba con una lesión de talón y no me fue posible sino hacer un corto recorrido de 5 kms. Sin embargo, cada día por la mañana me paraba frente a la laguna, veía la hermosa montaña que tenía al oriente y pensaba: yo quiero subir allá, cómo se podrá ir. Era el cerro de la Cruz; en ese momento distante, hermoso, protegiendo la Laguna de La Cocha o Guamuez como también le llaman.

Pasó el 2017 y este año, mi coequipero atómico Dani, estuvo nuevamente invitado a correr La Cocha Trail 2018 y dijo: nos vamos para Pasto. Así no más. Yo feliz de volver a esas tierras que tanto amé, pero con la firme intención de no participar en la carrera, porque para este año decidí solo entrenar y enfocarme en mi reto de diciembre. Sin embargo, con el pasar de los días y la emoción que significaba tener la oportunidad de subir esa mágica montaña me inscribí. Sin pensarlo. A los 21 kilómetros.

Se nos llegó el  día del viaje.

Nuevamente pegarme de la ventanilla del avión para ver esas majestuosas montañas… el Macizo Colombiano, la reserva hídrica más grande de Colombia, catalogado por la Unesco como reserva de la Biosfera, el punto de inicio de nuestras tres cordilleras. Sin tantos apellidos ya es hermoso, pero con todas esas cualidades lo es aún más.

Nos recibió en el Hotel Morasurco Edwin Martínez, líder de Pasto Running y organizador de la carrera; un hombre visionario y soñador que me hizo parte de ese grupo de corredores élite invitados y  -por dos días- estuve codeándome con grandes del Trail como Natalia Marín, Hildebrando Machado, Julián Castaño y los Padua, sin más pretensiones que compartir con todos ellos, reírnos y conocer a personas sencillas, juiciosas y amantes de la montaña como nosotros (Dani y yo).

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Isla Corota. Foto Dani Caribe Atómico

La carrera

La Cocha Trail se define para mí como la carrera más bonita de todas las que he hecho, y no es por la ruta -que ya hablaré de ella- sino por el entorno, por todo lo que implica desplazarse hasta esta hermosa tierra y salir a las 5:30 de la mañana en un pequeño barquito por la Laguna de La Cocha, con la luz azul del amanecer y la neblina perezosa que aún no se levanta. Eso, por más que intento describirlo con palabras, no alcanza a describir su belleza.

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5:30 am Puerto del Hotel Sindamanoy

Unas quince lanchas llenas de corredores cruzamos un tramo de la laguna hasta el punto desde donde salía la carrera. Éramos ciento treinta y ocho corredores para los 23 kilómetros. Mi compañero atómico – a pesar de haber dicho que correríamos juntos, jeje, ilusión- desapareció antes de terminar el conteo regresivo: «cinco, cuatro, tres…» y ya no lo volví a ver. Me quedaste (o te quedé) debiendo el beso de la buena suerte 😉

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5:30 am Salida de los corredores de 23K

Salimos por una pequeña trocha muy enlodada, lo que quiere decir que en menos de 20 metros ya teníamos el pantano hasta los tobillos. Buen comienzo. El clima estaba muy nublado y con una pequeña llovizna, pero apenas se entra en calor con la carrera eso no se siente.

Pasados unos quinientos metros vino un carreteable de unos diez kilómetros y luego comenzó lo bueno, nuevamente trocha y la montaña que tanto anhelaba. Ya no la anhelo tanto, jeje, porque fue muy dura, pero la disfruté. Disfruté cada zancada, cada pisada con el barro hasta en la boca. Disfruté de la lluvia que nos acompañó todo el ascenso, y me concentré en los sentidos, en los sonidos de la naturaleza: ranitas, la lluvia, el viento, la vegetación nativa, hasta la humedad se escuchaba. El barro rodando como cascadas, los gemidos de los corredores cada vez que escalaban (sí, era escalada) un tramo más, uno más, y la cima de la cruz no llegaba. Pero yo estaba absorta con la belleza, con la lluvia y hasta con el frío. Saqué los guantes y me puse la chaqueta impermeable, no veía nada más allá de la espesura del bosque, la Laguna era un acto de fe porque las nubes estuvieron siempre muy cerca.

Disfruté y me concentré en la fuerza de mi cuerpo para arrastrarme, saltar, subir con mis piernas, mis brazos y las cuerdas de apoyo que aparecieron de vez en cuando. Pensaba en en Edwin, que se inventó la carrera; en Elkin, que trazó la ruta; y en mí, que vine desde tan lejos a hacerlo. Me pregunto… ¿Quién está más loco de los tres? qué felicidad esta locura colectiva por la montaña, por el deporte, por la paz y el gozo.

Llegó la famosa cruz y el frío era terrible. Frío y lluvia. Y comenzó la bajada que era mejor como un tobogán. Al principio muy técnica con unos escalones de madera muy desgastados (por allí es un camino de peregrinación religiosa) y luego más barro y resbaladas, azotadas, patonaje en el barro, fuerza del tronco y equilibrio para no caer. Hasta volver a tomar el carreteable unos cuatro kilómetros más y llegar al Encano, el pueblito que custodia la Laguna de La Cocha. Qué felicidad cuando vi la iglesia a lo lejos, ya sabía que era poco lo que faltaba.

Pero no iba a ser tan fácil la llegada: ya lo había dicho Edwin. Antes de la meta cruzamos un río cristalino, grande, con el agua hasta la cintura. ¡Qué maravilla! ¡Qué felicidad la gente que está loca!

Delante de mí iba una chica a la que alcancé antes de llegar al Encano, pero unos metros adelante me pasó refunfuñando. Yo la dejé porque la verdad no tenía tanta energía como para volver a alcanzarla y no era el plan. Al ver el desvío hacia el río, la chica comenzó a mandar insultos a diestra y siniestra. Pasó el río de la mano -y de la sonrisa- de Hugo (que ya era suficiente para estar feliz) y le respondió con otro madrazo y unos cuantos más al llegar a la meta, sabiendo que allí estaba la medalla de finisher, el gran Julián Castaño pasándonos un piña jugocísima y deliciosa y hasta plato de pasta ofrecida por la organización. Pensé: qué pesar terminar así algo tan bello. Pero bueno, cada uno tiene su camino.

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Llegué feliz, no me lo podía ni creer. Me sentí muy bien durante toda la carrera, no sufrí más allá de estar embarrada, pero no me dolió nada, no tuve frío, sólo puedo recordar ese camino con gozo y disfrute. Sólo puedo cerrar los ojos y pensar en esa montaña, en el deseo cumplido, en cómo el universo conspira para que mis sueños se conviertan en realidad, así suene a cliché. Así fue. Subí esa montaña y la amé.

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Gracias infinitas a Edwin por la hospitalidad, a Elkin y todo el equipo de Aire Libre & Aventura; a Harold, a Hugo y a la gente de Pasto Runing. Y a Dani por ser mi persona favorita.

Una historia en 60 segundos

Todo un reto esta propuesta: escribir una historia visual -de mujeres- en sesenta segundos.

Cómo narrar en tan poco tiempo. Sí, se puede. Sólo es cerrar los ojos y dejar que las imágenes vuelvan a ti.

Volver al Camino de Santiago me recordó que aún tengo mucho que aprender de éste, y que el Camino nunca se termina, sólo cambia su curso.

Mi Camino sigue… desde que llegué y tomé el que menos esperaba, ese Camino que ahora me hace feliz, me hace soñar y planear y reír y correr y trepar todas las montañas que quiera. ¿Eso era lo que me tenías guardado? al final siempre es lo que tú quieras, no lo que yo piense… y tal vez por eso es que el destino es una palabra con truco, porque creemos en él o dejamos que él nos lleve, y a lo mejor somos nosotros quienes lo construimos o lo inventamos o lo dirigimos.

Yo sólo puedo llamarlo el Camino… el Camino que me conduce a la montaña, al mar, al amor.

Protesto

Hoy, mucho más que otros años, me siento con la obligación de decir lo que tengo dentro, lo que me sale de los ovarios, porque estoy harta de callar y de tener que tragarme lo que pienso por no polemizar, o porque no me digan feminista, mamerta, puta, lo que sea.

Me encanta leer lo que va a pasar en España con la huelga de mañana 8 de marzo. Qué chimba que las viejas hagan paro y manden a la mierda a todos aquellos y aquellas que aún creen que el feminismo es un invento cultural.

Yo no iré a la huelga, pero sí PROTESTO con toda mi alma, mis tetas y mis ovarios -y cito el gran artículo de Lorena G. Maldonado– porque, aunque haya tenido muchas más opciones y oportunidades que otras mujeres, he vivido -y vivo- en carne propia la discriminación, el abuso y la falta de igualdad de género que viene desde mi familia paterna y materna, pasó por mi ex matrimonio, tocó a mi hijo y flota en mi nueva relación.

PROTESTO por todas las veces que de pequeña en mi casa no me dejaron hacer algo porque era «cosa de niños»: trepar árboles, montar a caballo a pelo, enlazar vacas,  bañarme desnuda o en calzones, tener bicicleta, acampar, salir de noche con un amigo -sin mi hermano varón-, aprender a manejar carro.

PROTESTO por todas las veces en que me tocó parar a algún rollo, enamorado o novio porque solo nos dábamos besos y él ya creía que sería sexo de penetración. No amigos… el sexo no es solo penetración (pero eso daría para otro gran artículo que no voy a desgastarme escribiendo ahora) y los besos no quieren decir que «tenga» que haber ese tipo de sexo.

PROTESTO «por la primera vez que me llamaron “puta” siendo aún «virgen», pero me lo han repetido varias veces a lo largo de mi vida: por tener sexo, o por decidir no tenerlo«.

PROTESTO por todos y cada uno de los comentarios condescendientes, babosos, groseros, violentos o crueles que he recibido por ser mujer mientras estudié, mientras trabajaba, o viajando, haciendo deporte, de fiesta, en el cine, de compras, caminando, en mi propia casa…

PROTESTO por todas las veces que recibí comentarios de doble sentido de amigos, familiares y colegas… gente cercana… y solo me reí. Protesto contra mí misma por haber dejado que pasara.

Y podría quedarme protestando hoy y mañana, y el año entero, porque seguro todos los días habrá un acto pasivo-represivo-agresivo en contra de una mujer. Pero bah… ya saqué lo que tenía que sacar. Ya lo dije, no sé si triste, decepcionada o enojada, o las tres.

Solo quiero reivindicar mi cuerpo, mi pensamiento, mi espacio y enseñarle a mi hijo lo valiosa e igualitaria que es la condición femenina y masculina. Y ya.

 

La montaña todo lo cura

Este no es el tipo de relatos que me gusta escribir, pero siento que si no lo saco de mí, si no logro dejar ir esas imágenes de mi memoria para que solo sean eso: fotografías de algo lejano, que ya pasó, no voy a poder volver a mi presente. Y lo último que quiero es no volver. La montaña hace parte de mi vida, sus relieves y perfiles son los mismos de mi cuerpo, y no habrá nada que me aleje de ella.

Sentado en una nube de cristal
pintando de esperanza el color de la ciudad
en las montañas tendrás la oportunidad,
si tienes el valor, solo si tienes la actitud.

Cuando aparece el arcoíris
es porque un rayo de luz se ha abierto paso entre las nubes,
hermano es la actitud
cuando el agua se abre paso entre rincones imposible
es la magia o la constancia,
hermano es la actitud
si las raíces de aquel olmo
se juntaron con el viento y levantaron el cemento
hermana es la actitud
si hay una fuerza que es capaz incluso de mover montañas
es la fe que te acompaña…

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Llevaba los ojos cubiertos con un pañuelo. Mi mano derecha entrelazada con la mano de Dani; mi mano izquierda relajada, tranquila. Mis pies cargando con el peso de mi cuerpo y guiándome a oscuras pero segura. Mi guía era (y es) mi confianza, mi bastón; por él tenía (y tengo) la mente abierta a sentir el camino debajo de mis pies, a imaginar el paisaje que sabía sería la más grande sorpresa, el más grande regalo que él me quería hacer en un mirador inolvidable: La Ermita de la Peña.

Pero esa imagen no llegó. De un momento a otro  mi mano se soltó de la suya y todo se convirtió en una tormenta de gritos, groserías, empujones y un halo de violencia perturbadora, propia del miedo y el odio se apoderó del lugar sagrado en el que nos encontrábamos. La montaña tuvo que ser testigo de un evento difícil de narrar por no decir de recordar y tratar de olvidar.

Dos hombres armados y tapados nos empujaron y amenazaron con improperios, groserías e intimidaciones de todo tipo, hasta de disparar un tiro al aire. Nos tiraron al suelo, en una plancha de concreto donde alguna vez hubo un helipuerto y de donde esperábamos segundo antes ver la panorámica más increíble de la ciudad.

“Les vamos a quitar todo hp… y el que se mueva le damos mala vida”. Nos quitaron celulares, cámaras, relojes, dinero… uno a uno nos requisaron a las malas para quitarnos lo que a ellos les parecía de valor. Pasó una media hora durante el tiempo que estuvimos retenidos por estos dos hombres cargados de resentimiento, de rencor, que nos dejaron claro varias veces que eso era lo único que sabían hacer, y que el que se moviera lo mataban.

Durante el tiempo que nos tuvieron retenidos, no recuerdo haber tenido pensamiento o imagen alguna en mi cabeza. Solo miraba al suelo, y las pocas veces que levanté la cabeza me aterraba la cara de mis compañeros, sus rostros de angustia y miedo, el mismo que seguro transmitía yo. 

“Bueno hp… ahora esto es lo que van a hacer: van a seguir subiendo hacia Guadalupe; ni se les ocurra bajar porque los vamos a estar esperando para quemarlos. Cuidado hp se bajan que los encendemos a plomo”. Y se fueron. Y nosotros nos quedamos ahí. 

Yo no podía pararme, no podía –ni quería- entender lo que había pasado. No lo creía.  Hasta que sentí los brazos de Dani que me rodearon por detrás y entendí que estaba viva, y él también, y todo el grupo. Temblaba y lloraba. Dani me ayudó a pararme. No podíamos decir nada, no era necesario. Nuestros cuerpos abrazados se estaban diciendo todo lo que se podía decir en un momento así: ‘Estoy aquí. Estoy vivo/a. Estamos juntos. Nada más importa’. O por lo menos eso fue lo que «oyó” mi corazón con ese abrazo, en ese momento. Y no lo voy a olvidar nunca.

Sentado en una nube de cristal
pintando de esperanza el color de la ciudad
en las montañas tendrás la oportunidad
si tienes el valor, solo si tienes la actitud…

Estoy sentado en una nube de cristal
escribiendo este mensaje con el alma
mirando al cielo y con las lágrimas cayendo
con toda sinceridad me están saliendo
la fuerza de uno mismo es la fuerza del huracán,
como la lava ardiendo saliendo de un gran volcán
no hay quien lo pare, como el amor de una madre
y las lecciones de un gran padre,
eso es cierto y tú lo sabes bien
lo que no te mata te hace más fuerte,
yo tengo la fuerza y no tengo miedo a la muerte,
si eres capaz de respirar eres capaz de continuar,
solo súbete a tu nube, a tu nube. 

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Foto de Dani Caribe Atómico

Estábamos sanos y vivos, que más que un consuelo, era (y es) una verdad del tamaño del universo. Y otra verdad: la montaña siempre nos cuidó, así fuera de una forma extraña, pero ella siempre dispone la energía perfecta, que para mí viene de lo más sagrado, de Dios, pero usted puede pensar diferente, seguro que también viene de «ahí».

La montaña nos protegió de que esos seres cargados de venganza nos hirieran, ni en lo físico ni en lo emocional, porque seguimos caminando hasta llegar a la cima que nos estaba esperando: El Aguanoso. El punto más alto de los Cerros Orientales. Y vimos la ciudad a 3.550 metros, la gran Bogotá, esa urbe donde crecen personas sanas, deportistas, amantes de la montaña como nosotros; pero también hombres y mujeres sin oportunidades, cargando a sus espaldas las desigualdades sociales, el odio y el resentimiento por un sistema que no los incluye, sólo los señala, los estigmatiza y los separa.

Y a partir de ese momento, el de esa foto de todos -sin nada material, solo nuestras sonrisas-; a partir de ese momento, la montaña nos cambió el horizonte que pensábamos sería poner un denuncio e irnos a casa.

Llegó la Policía a nuestro encuentro y con ella un despliegue que ni en las películas de «policías y ladrones» hubiéramos podido imaginar. Y como esta parte de la historia estoy segura de que Caribe Atómico próximamente la contará mejor que yo (además porque la vivió), sólo resumiré diciendo que, gracias a dos celulares logramos dar con la ubicación de las cosas robadas: los atracadores las habían dejado escondidas en el camino por el que habíamos subido, probablemente para volver más tarde por ellas, o porque se sintieron amenazados por la Policía, o porque simplemente la montaña seguía cuidando de nosotros.

Dani, José, otros dos compañeros y un escuadrón de la Policía volvieron a subir el sendero hasta encontrar la bolsa con todos los objetos robados. TODOS. Sólo se perdió el dinero en efectivo que los tipos se lo llevaron en los bolsillos. Pero TODO lo demás se recuperó. La montaña nos lo regaló.

Entonces, es muy difícil entender este sentimiento entre el miedo del atraco y la emoción de recuperar lo robado, más la aventura que fue recuperarlo.

Dani me dice: «es sólo una historia… como en el cine… se acaba, prenden la luz y te vas». Y ya. Puede ser que tenga razón…

Sentado en una nube de cristal 
pintando de esperanza el color de la ciudad 
en las montañas tendrás la oportunidad, 
si tienes el valor, solo si tienes la actitud. 

No quiero que te sientas mal, 
tienes otra oportunidad 
súbete a tu nube de cristal, 
es tu esperanza.

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Esto pasó hace dos días, y parte de querer escribirlo era eso: para por lo menos las escenas dolorosas dejarlas plasmadas como un cuento, uno que nunca hubiera salido de mí sino fuera de esta manera, pero ya salió. Y esta tarde lo escribí, prendí la luz y me fui.

Salí a correr, a sentirme viva, libre y segura. A dejar que la montaña se me metiera por los pies hasta llegar a mi memoria y me ayudara a seguir borrando ese momento, porque no voy a dejar que algo así me amedrente. La montaña es mía, es de todos, y ella nos cuida.

Lo que nos pasó fue duro, sí; y se siente dolor, desespero e impotencia. Pero como dice Calamaro: el amor es más fuerte. El amor por la montaña es más fuerte que cualquier otro sentimiento; esto que vivimos al final es un episodio de la vida y lo más increíble de todo es que fue un episodio con final feliz.

No hay nada más qué decir, tengo otra oportunidad… yo tengo la fuerza y no tengo miedo a la muerte. Si eres capaz de respirar eres capaz de continuar, solo súbete a tu nube, a tu nube*. 

*Nubes de cristal, de Green Valley.

PD. No dejes de llevarme a la montaña.