Etapa veintinueve

«El Camino es la vida misma condensada en unos días..»

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A Seixas – Arzúa: 30 kilómetros

A dos días de llegar a Santiago…

Hoy fue uno de esos días geniales, de esos inolvidables y, como siempre, es un regalo del Camino. No por lo paisajes, o las montañas, o el mar. Hoy fue por seres humanos, seres que amo en esta vida que sólo existe aquí, ahora, para mí. Mis amigos del Camino.

Fue nuestro último día juntos y en esta etapa pasábamos por un lugar muy especial: Melide, ciudad reconocida por su pulpo. Además, aquí se unía el Camino Francés a nuestro Camino Primitivo, un gran cambio -y una gran prueba para quienes veníamos caminando en la paz y la soledad del Primitivo y sobre todo, del Norte.

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Arrancamos a caminar (ya saben, Vicente y yo). El amanecer estuvo hermoso de toda hermosura, como los más bellos del Camino del Norte. Caminamos por varios pueblitos sin ningún lugar para parar -es muy chistoso esto de no encontrar ni una tienda, ni una panadería, nada!-. Como a los 10 kilómetros por fin un lugar donde tomarse un café. Allí llegaron al rato los ingleses y Juan y quedamos de vernos en Melide para comer pulpo.

A los quince kilómetros llegamos a Melide y lo primero que nos sorprendió fue la cantidad de peregrinos: salían de todos lados, de todas las calles, de cualquier tienda. Peregrinos y más peregrinos. Wow… a prepararse. Vicente y yo nos despistamos un poco y terminamos a la salida de la ciudad, con lo que nos tocó regresaron para ir a la pulpería donde habíamos quedado con los ingleses. Dos kilómetros pa’trás.

Llegamos a la famosa Pulpería Ezequiel. Ya habían llegado Juan, Richard y Tony. Pedimos nuestro pulpo. La verdad tenía miedo de si me iba a gustar o no, porque lo había probado en Fonsagrada y no me gustó, pero éste estuvo D E L I C I O S O; tan delicioso que pedimos dos raciones, con botella de vino blanco completa entre Vicente y yo. Luego tarta de queso de la casa, y orujo para finalizar.

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La infanta y su corte 🙂

Salimos de allí recontentos, muertos de risa, con un solazo que castigaba las risas que nos echábamos con todo el vino que teníamos. Y a caminar con ese sol y con esa cantidad de gente… era impresionante, estábamos aturdidos del vino y del montón de gente que veíamos. No se podía caminar sin decir «permiso, permiso» porque todo el tiempo gente en el Camino.

Cuando nos faltaban como quince kilómetros paramos a tomar algo, cerveza, jeje, y al rato pasó Richard también con cara de moribundo. Paró, se tomó una cerveza también y seguimos los tres juntos. En Azúa habíamos reservado un albergue todos juntos, así que no teníamos prisa por llegar. La cama estaba asegurada.

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Cuando llegamos a Arzúa, ya estaban Felipe, Atonio, Juan y Tony tomando cervezas! mejor dicho, esos hombres iban a celebrar a lo grande! Nos bañamos, Richard regaló lavada de ropa para todos en máquina (ehhhh!) y nos quedamos el resto de la tarde ahí hablando y riéndonos. A las ocho nos fuimos a cenar todos juntos, nuestra última noche. Qué grupo tan maravilloso; tan diferente y a la vez unidos. Los quiero a todos, es la verdad.

Me alegra que el Camino me haya dejado estar sola esa primera etapa del Norte y que luego me regalara estos chicos, porque fue una manera de reencontrarme con «el otro» muy especial, sin presiones, solo por un día que se convirtió en una semana y más. Qué increíble es poder vivir y sentir así, de verdad. ¿Cómo podría ser que a vida fuera solo esto? El día. Nada más existe, no hay expectativa diferente, no hay renuncias ni decepciones. Sólo lavar la ropa y que se seque. Y seguir caminando…

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LA ÚLTIMA CENA

Etapa veintiocho

«No hace falta motivos para el Camino. Él mismo es el motivo».

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Lugo – A Seixas: 32.6 kilómetros

Hoy fue una etapa súper bonita. Salimos como a las siete de la mañana, todavía súper oscuro y desayunamos en una plaza antes de salir de la ciudad. Lo gracioso es que, nosotros madrugando a caminar, y cientos de personas aún por ahí de las fiestas de anoche.

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La neblina seguía muy baja, como ayer. Muy baja mucho tiempo, con agüita de esa que parece que no moja pero cuando te das cuenta tienes el pelo empapado. Tal cual. Casi hasta las once de la mañana estuvo así; a veces no veíamos más allá de cinco o seis metros. Fue tan bonito… tan especial… tan diferente a todo lo que hemos visto antes. Esos son los regalos que más disfruto del Camino, esas sorpresas del paisaje, del clima, del terreno. Amé.

Caminé todo el rato con Vicente, así que no tengo un minuto para pensar; hablamos y hablamos y nos reímos y hablamos. No se nos acaba la cuerda, somos como dos locutores de radio haciendo un programa, jajaja.

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Cuando llegamos a Ferreira nos comimos un bocadillo y una cervecita, hacía un sol ardiente. Al rato llegaron Felipe y Antonio y nos invitaron todos lindos, a tortilla y a ooootra cervecita, jeje. Salimos de allí y -como siempre- esos últimos kilómetros fueron los más duros: por el calor y porque ya queríamos llegar. Y eso que sabíamos que sería etapa larga, lo que pasa es que a veces parar un tiempo largo hace que cueste más arrancar.

Llegamos al albergue, perdido en un pueblito de tres, cuatro casas. Como era 12 de octubre (festivo) todo estaba cerrado, entonces no hubo dónde comer. Compramos un pan de esos artesanales de un señor que los vendía en un carrito apenas llegamos al albergue y jamón de una máquina que había afuera.

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Poco a poco fueron llegando todos los compañeros peregrinos del Camino. Pasamos la tarde delicioso tomando sol y hablando del día de mañana, porque es nuestra última etapa juntos. Los ingleses terminarán el sábado y nosotros (Vicente y yo) el domingo. Jeje, me hace gracia haber hecho todo el Camino con Vicente, no me lo hubiera esperado, pero fue muy divertido, para qué. Creo que hasta el tono de los relatos es diferente, porque estaba más «distraída», ahora lo noto.

Como a las ocho juntamos nuestras comidas e hicimos la cena: bocatas del pan que compramos con lo que todos tenían: pedazos de tortilla, de jamón ibérico, sardinas, hasta unas anchoas salieron por ahí. Y cerveza de la máquina. Fue una gran cena de amistad y mucha cofradía. Richard, el inglés, me bautizó «La infanta», porque tengo toda una corte de chicos, jajaja.

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Dani ya acabó el Camino. Ayer se fue para Madrid y en dos días viaja a Canarias. Será raro seguir caminando sin él…

Etapa veintisiete

 

«El presente es lo que nos une.
El futuro nos lo creamos en la imaginación.
Sólo el pasado es la pura realidad»
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Simone Weil

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Castro Verde – Lugo: 22 kilómetros

A 100 kilómetros de Santiago… no me lo puedo creer.

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Esta mañana pasó algo muy gracioso: estábamos todos súper dormidos, y de pronto a las 6:45am, automáticamente, se prendieron las luces del cuarto (donde estábamos todos). Así, de una, nos dejó parados de la cama, jajaja!! y -obviamente- de mala hostia (como dirían los españoles).

Salí con Vicente, Felipe y Antonio y desayunamos en el bar del pueblo, mientras amanecía. Comenzamos a caminar con los primeros rayos de sol por sendero, luego bosque, algo de montaña y de carreteables y al final por carretera asfaltada. Fue una etapa corta y suave; se me pasó súper rápido. Además teníamos ilusión de llegar a Lugo porque estaban en fiestas.

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Y sí, muchas fiestas: mercadillo medieval de artesanías, comidas tradicionales, los bares llenos de gente y nosotros, los peregrinos de chancla y ropa ajustada, jeje.

El albergue era enorme, ya aquí encontramos mucha gente que no habíamos visto durante el Camino, y es porque no todo el mundo inicia en el mismo lugar. Lugo es como ciudad intermedia y mucha gente comienza aquí su Camino. De todas formas, el parche sigue junto y tomamos camas juntas. Vino el ritual, que ya ni lo menciono siempre, porque siempre es el mismo, jeje, y salí a buscar dónde comer con Vicente. Al final terminamos comiendo pizza; muy chistoso pero estaba delicioso y no habíamos comido en todo el Camino. Y luego nos metimos a una tienda de gomitas!!! compramos boladas, jajaja.

Después volvimos al albergue. Vicente se fue a dar una vuelta con los otros, pero la verdad yo preferí quedarme en mi litera, dormir, escuchar música, leer… quiero un poco de soledad. Vicente dice que soy antisocial y estoy ¡totalmente de acuerdo! A veces puedo ser muy querida, pero a veces prefiero la soledad, «cuzumbosola» como me decía mi papá.

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Este rayón estaba en la tabla debajo de mi litera. Me hizo gracia porque era de alguien de ¡Colombia! ¡Y este año! Lo máximo, jeje.

Etapa veintiséis

«Amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la distancia entre uno y lo que se ama». Simone Weil

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Fonsagrada – Castro Verde: 33 kilómetros

Gran etapa. Larga, de montaña, muy verde, como más me gusta.

Salimos con las primeras luces del sol, hacía un frío que pelaba. Caminamos entre la neblina bajando como diez kilómetros, hasta que llegamos a un bar súper bonito -y bien dispuesto- en el final de un bosque como de cuento, todo de piedra, con chimenea prendida. Ah… qué bien se estaba. Entramos a desayunar y a calentarnos un poco.

Ya saben que cuando hablo en plural es con Vicente, mi fiel coequipero. Tenemos buen ritmo de caminata, buen rollo para la charla y lo mejor, nos reímos un montón. Aunque me está haciendo falta caminar sola… pero bueno, ya tendré tiempo de «volver a mí» cuando comience las etapas a Fisterra. La verdad es que me la paso muy bien con todos estos tipos: los ingleses, Juan, Felipe, Antonio y Vicente. Sólo es disfrutar lo que te regala el Camino, porque estoy convencida de que tiene un propósito, porque así es la vida, nada es gratuito, lo que pasa es que nos cuesta ver «las señales», encontrarle el sentido. Esto es lo que hay y todos son grandes personas y me tratan con cariño. Debo ser agradecida. Mejor dicho, lo soy y por eso soy feliz en este presente que me gratifica cada mañana, cada día, cada semana… recibo lo que llega con amor porque estoy abierta a entender «el por qué» me llega, en todo encuentro un sentido muy interno, muy para mí, regalos de la vida, del Camino.

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Caminamos entre subidas y bajadas los treinta kilómetros. ¡Wow! vuelvo a caminar un montón, a muy buen ritmo y soy la más feliz de todas. Llegamos al albergue, muy bonito también, como todos los de Galicia. Como llegamos pasada la hora del almuerzo, nos tocó comprar en el súper y hacer de comer. Todos terminamos comiendo juntos porque a todos nos tocó lo mismo, entonces fue gran parche: todos compartimos algo de comer o de beber: papas fritas, aceitunas, cerveza, hasta Cava compraron los ingleses, deliciosa! Y nos quedamos echando lora (o sea, hablando bobadas) hasta la hora de cenar y el combo se creció y nos fuimos a un bar todos a comer juntos. Hamburguesas con tocinera, jajaja, muy chistoso comer eso por aquí, pero estaban buenas.

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La noche fue pesadilla sin fin. Todos en el mismo cuarto, roncaron por lo menos cuatro diferentes. Parecía una banda de guerra. Dios… me estoy volviendo quejetas con lo de los ronquidos, jeje, pero de verdad el nivel de tolerancia va bajando drásticamente. Falta poco, falta poco.

(Qué gracioso, acabo de decir que soy agradecida y disfruto de todo, pero los ronquidos me tienen desesperada! mentiras, de verdad me molesta pero he sido súper tranquila, hay otros peregrinos que amanecen echando madres, yo no 🙂 )

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Etapa veinticinco

«Si caminas solo, irás más rápido. Si caminas acompañado, llegarás más lejos».
Proverbio chino.

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Castro – Fonsagrada: 20,5 kilómetros

Nuevo parche: Vicente y yo. Víctor ya nos dejó una etapa, lo que hace que sea difícil alcanzarlo. Así que «adopté» a Vicente, que no me deja ni a sol ni a sombra. Es gracioso… porque pensaba que este camino sería como el del Norte, en soledad, pero desde que salí de Oviedo no he tenido una sola etapa sin compañía. Pero es lo que me ha regalado el Camino, por algo será…

Esta fue otra etapa corta, pero es que el Camino Primitivo no tiene tantos pueblos intermedios (con albergues) como para hacer un poco más. Ayer y hoy, o eran 20kms, o se volvían 40kms, y… no gracias.

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Arrancamos con el amanecer (como a las 8am) y en subida hacia unos molinos eólicos. Estos parques por aquí son increíbles, hay muchísimos y producen un sonido muy extraño… es como si fuera una fábrica que estuviera muy lejos, pero están ahí, al lado nuestro. Son como vigilantes de la montaña, del viento, del sol… y la luna.

El amanecer estuvo hermoso, es el regalo del día. Con estas vistas, ¿cómo no caminar feliz? Me fui con Vicente hable y hable y hable. Es que no paramos de hablar. Menos mal, porque estuvo durillo al principio, pero entre la charla y las risas se nos pasa el tiempo y ni nos damos cuenta. Luego vino una bajada suave, un campo muy bonito y otra bajada a lo salvaje. Y ¡Por fin! un bar, y llegamos a Galicia.

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Seguimos por un camino muy llano, muy rico de caminar, hasta tres kilómetros antes de Fonsagrada que fue la subida más brutal. Como que no nos la esperábamos, así que nos dejó con la lengua afuera, ¡mal!

Llegamos los primeros al albergue, súper temprano. Dani me había dicho ya que los albergues municipales en Galicia estaban muy bien y de verdad, súper grande, bonito, limpio… tres cuartos enormes de literas, muchísimas. Los baños increíbles, modernos, con madera, me encantó.

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Nos bañamos, lavamos la ropa y nos fuimos a buscar dónde comer bien rico. La chica del albergue nos recomendó un lugar típico con menú peregrino de 10 euros. Allí nos encontramos con los ingleses (Richard y Tony) y con Juan. Comimos todos juntos, con vinito, delicioso. Hemos hecho muy buen parche con ellos y con Felipe y Antonio.

Está bien compartir un poco más, estaba muy en-cerrada en mí y compartir con la gente también es chévere. Con Vicente me río como enana, y estar de buen humor pues trae buenos pensamientos. Lo disfruto así también.

Por la tarde dormí un poco, leí mi libro de la reina Urraca (que nada que lo termino), por la noche fuimos a comprar mercadillo e hicimos cena en el albergue. Hice unos bocatas de jamón ibérico, aguacate, queso y tomate. Vicente quedó matado, jajaja, qué chistoso porque no tenía nada de raro; lo que hace el aguacate (aprendido de Dani).

Olvidé decir que como llegamos de primeros, nos cogimos una mini habitación de dos literas (huyendo de los roncadores) y preciso nos tocaron un señor australiano y su hijo; con quienes coincidimos días atrás un par de veces y el señor mayor ronca… que da miedo. Pobre de mí esta noche 😦

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Aquí comienza Galicia