Etapa once

«Volveré a encontrame con vosotros volveré a sonreír en la mañana volveré con lágrimas en los ojos mirar al cielo y dar las gracias…pokito a poko entendiendo que no vale la pena andar por andar         que es mejor caminar pa’ ir creciendo…». Chambao

Boo de Piélago – Caborredondo: 24 kilómetros

311 kilómetros acumulados.

Anoche fue noche de lujo: solo dormimos Nacho y yo en el cuarto. Eran dos literas, ambos nos quedamos en las de abajo. Ufff… qué diferencia, ¡una noche sin ronquidos! Jajajaja

Esta mañana desayunamos y tomamos una parada del tren -porque toca, no se puede ir por la carrilera, sino el desvío es de kilómetros-. En Mogro nos bajamos y a caminar. Esta etapa fue de tooooodo asfalto. Las otras por lo menos tenían mar, pero bueno. Esta fue más corta y el último tramo con vistas verdes, eso me gustó.

Hasta Santillana del Mar fui con Nacho. Era nuestra última etapa juntos, de dos que hicimos, jeje. Pero en estas caminatas es mucho lo que alcanzas a sentirte enlazado con algunas personas. No todas, ¿eh? Porque gente es lo que hay, pero hay personas que guardan una similitud contigo, por caminantes, deportistas, por seres especiales, no sé. Algo une en este Camino.

Asfalto y zonas industriales hasta tomar un caminito campestre para llegar a Santillana del Mar, que dicen es el pueblo de las tres mentiras, porque ni es santa, ni es llana, ni tiene mar. Jeje, qué buen nombre 🙂

Allí me despedí de Nacho y continué, seis kilómetros más hasta Caborredondo, donde había un albergue también muy reconocido en el Camino, así que decidí llegar hasta allí. Al salir de Santillana me pareció algo muy gracioso: me encontré a un viejito que subía una cuesta y comenzó a preguntarme que para dónde iba, que de dónde era, bla bla bla. Y de pronto me dice: qué raro que vayas sola, ¿no? Pues no… es mi camino, normal… y entonces dice: en mi casa te puedes quedar, vas a estar a gusto. ¡Plop! Y le veo yo los ojitos de viejo verde… Jajajaja!! Le di las gracias y seguí. Y me dice: o vas a Santiago y vuelves, aquí te espero. ¡Qué risa! 

Aunque el camino fue asfaltado, todo el tiempo hubo campo: sembrados de maíz, vacas y hasta una iglesia muy antigua. Estuvo lindo eso. Lo malo fue que comenzó a dolerme la pierna… qué piedra… menos mal me faltaba poco; bajé el ritmo y llegué.

Comí (o sea almorcé) en el bar de al lado. Aún no logro volverme autosuficiente, y eso que Dani me manda foto y todo de los bocatas que se arma, pero es que yo ni me acuerdo de parar en un supermercado cuando los veo. Ya mejoraré, para eso tengo días, jeje.

Lo bueno es que los menús son baratos; bueno, 10 euros pero incluyen dos platos, pan, postre y vino! ¡Qué más puedo pedir!. Donde estuve hoy, por ejemplo, era un bar de pueblo: tooooda la gente era local -y yo-. Y daban un cocido de primer plato, que es como una sopa de fríjoles blancos con unas hierbas verdes y pedazos de cerdo y morcilla, luego solomillo de jamón ibérico y postre arroz de leche… ¡ B U E N Í S I M O ! Qué delicioso comí, además de probar algo nuevo. 

Ahí estuve mucho rato porque había que esperar para comer, y todo ese tiempo me puse hielo en el pie. Después me fui a ver unos acantilados que me dijo mi avanzadilla eran bellísimos, estaban a unos 500 metros del albergue.

Bueno… no hay palabras para describir lo que fue llegar y estar en ese lugar. Completamente sola… bajé casi hasta las piedras donde golpeaba con toda la violencia el mar. Era violencia, era fuerza, era pasión desbordada. Fue un momento muy íntimo, fue un momento de mente en blanco; escuchar el sonido de las olas que golpean la roca es un murmullo que hipnotiza o te hace meditar, pero no hay pensamiento, solo los sentidos estallando y la piel erizada. Estar allí, conectada a ese lugar y a mi ser interior, sin prisa ni pensamientos ni miedos… fue un momento único. Gracias Dani, de alguna manera lo compartimos 🙂

Volví al albergue y había llegado un argentino. ¡Qué alegría! ¡Un latino! Y divino apenas me vio me regaló un pin de la flecha amarilla del Camino, y una pulsera con una manito. Mañana les muestro foto. Un ser genial. Hablamos un rato, seguro mañana caminamos juntos, me encanta conocer estos seres y descubrir sus Caminos, tienen mucho que enseñarme. 

Todas las personas que he conocido en el Camino me han enseñado algo, así ya no estemos juntos. Compartimos el Camino, estamos unidos por él. Y aprendo. Eso es lo que más me gusta, porque un día entenderé mi propio Camino.

Datos interesantes

– El albergue de peregrinos Izarra es muy famoso por su hospitalero, Alex. Cuesta 6 euros y tiene sábanas. Está super bonito! Encontré un libro -o él me encontró a mí- y me tiene cautivada: «La reina Urraca», de la edad media. Una mujer que le toca ser reina en la Edad Media… ya se imaginarán. Está buenísimo.

– Estamos en el albergue cuatro franceses, un alemán, el argentino y yo. Es raro, después de estar en otros con 30 o 50 personas, pero ese es el Camino. Genial.

– Me encontré una abuelita, viniendo del acantilado, y me dice: ¡pero para qué te quedas aquí si aquí te aburres! ¡No hay nada que ver! ¡Este pueblo es feo! Yo ¡alucinaba! Jajajaja! Después de venir de ver semejante espectáculo marino, y esta señora me dice que por qué no me fui a Cóbreces… qué ciegos estamos a veces…

Etapa diez

«Me haces volar, me haces soñar, me haces sentir tranquilo en la oscuridad. Me haces sentir, me haces llorar, me haces sentir que ya no existe gravedad. Me haces reír, me haces cantar, me haces pisar el suelo de la realidad…» Zoé

Ese es el camino… todo me lleva a él.
Güémez – Boo de Piélago

287 kilómetros acumulados. 

Cantabria. Después del día endemoniado de ayer, ya dije, esta mañana fue apacible y serena… me dejé envolver por la luz naranja del amanecer y los sonidos azules del campo: los pájaros, los cascabeles de las vacas y las ovejas, las campanas de la iglesia vecina, el sonido de mis pasos acompasados… el silencio de mi mente en calma. No hay rumores, no hay nadie por aquí. Amanece en mi cuerpo con la calma de un camino que no lleva prisa. Tengo que aprender a ir más lento.

Caminé sola hasta Galizano y allí se me unió un rato un español de Valencia. Siempre es que una colombiana en estas lejanías llama la atención, y él quería saber por qué estaba aquí (buena pregunta, jeje. Ojalá encuentre la respuesta). Al llegar a ese pueblo se podía tomar un «atajo» de 3 kms por la carretera o irse por un caminito de tierra bordeando el mar… obviamente me fui por el caminito que resultó ser un acantilado y el regalo fue una obra de arte: 3 kms de costa, campos de maíz a la izquierda y el inmenso mar Cantábrico a la derecha; acantilados y playas de surfistas. 

Pasados 12 kilómetros, una enorme playa para cruzar. Me quité los zapatos y caminé descalza; me encanta el agua fría en los pies. Llegué a Somo, me comí un bocadillo de tortilla de chorizo, café con leche y rumbo al embarcadero. Fueron 20 minutos en barquita para cruzar a Santander, capital de Cantabria. Amo este mar…

Pasado el barco me encontré con Nacho, el madrileño con el que estuve conversando anoche y me invitó a una cerveza! Wow! Qué delicia cerveza, jeje. Cruzamos juntos la cuidad por una alameda muy bella y fresquita. 

Salimos de la ciudad, él se quedó tomándose algo en otro lugar y yo continué con el sol acuestas por una vía paralela al tren, la bauticé «la vía de las lagartijas» porque salían de todos lados, es más, me tocaba esquivarlas porque sino las pisaba. El sol estaba pegando durísimo; me remangué el pantalón (muy sexi, por cierto, jajaja) para sentir brisa en las piernas. ¡Qué calor! Llevaba 24 kms a cuestas pero bien, tranquila. Hoy era mi día.

Llegué a Bezama sobre las 3pm. Un pueblo extrañísimo. Yo no sé aquí la gente dónde hace la compra, porque no hay una tienda ni por equivocación. Parecen pueblos fantasmas. Al que se le acaben los huevos o la leche, ¡de malas!

Faltaba poco para llegar pero estos son los peores kilómetros. Estaba contenta de que no me doliera la pierna, por fin creo que es prueba superada, pero me comenzó a doler el hueso de abajo del talón derecho. ¡Noooo! ¡Es un chiste! Jajajaja! ¡Si no es aquí es allá, o más acá! …muchos kilómetros encima. 

Y yo sé que más de uno lee esto y pensará «pero qué loca, qué necesidad hay de hacerse tantos kilómetros, por qué no para y ya, pero quién la persigue, pero qué es lo que busca, pero, pero… bla bla bla». En cambio otros, los «tostados» como yo, saben que «esas no son penas», saben de lo que hablo. 

Saben que cada kilómetro me hace más fuerte, que cada vez que creo que no puedo -y puedo-, creo más en mí. Que esto es la vida, echar pa’ lante, que estar loco es parte de lo que hace esta vida fascinante. Que si no se sabe que no se puede, entonces sí se puede.

Cuál es la gracia de que todo venga del super… noooo!!! Sufrir tiene sus recompensas. El ánimo que me dan mis amigas y amigos, la Pandilla Atómica, mi mamá que es la más orgullosa de mí, Emilio que descubre a través de mí un mundo con otra mirada. Eso es más importante que parar e irse a un hotel o tomar un tren y volver. 

Tengo que dejar que el dolor fluya, sentirlo y dejarlo ir. Cojear sí, hasta que ya no cojee más. Porque ese día llegará, y cuando vea para atrás seré más fuerte y estaré muy orgullosa de mí.


Datos curiosos

– El paso de la barquita de Somo a Santander costó 2,80 euros.

– Estoy en Boo de Piélago, en el Albergue de Peregrinos de Piedad. 12 euros y es el más «chic» hasta ahora. Dos camarotes en el cuarto, toalla «de verdad» y sábanas! No hay que dormir en la bolsa, jejeje!!! Mucho lujo para una peregrina como yo 🙂

– Paré en un barcito a comer un pincho de jamones y había cuatro viejitos y fui la sensación: no me dejaban comer preguntándome de dónde venía, para dónde iba, por qué lo hacía… jajaja! ¡Al final lo voy a saber seguro!

– Arnau va fuerte en Laredo, en plenas fiestas. Dani va delante corre que corre, llegaba hoy a San Vicente de la Barquera. Carlos y Stefanno van una etapa delante de mí, en Santillana del Mar; son muy buena avanzadilla con los consejos que me mandan. Qué grupo tan bello, caminamos juntos pero separados, pendientes uno del otro. Qué increíble cómo se cruzan las vidas en este Camino (que es la vida misma), y unas personas se quedan en ti, otras siguen. Ya son más los días que no estoy con ellos y sin embargo ahí vamos todos.

Etapa nueve

«El camino es la vida misma contenida en unos días»

Laredo – Güemez: 29 kilómetros

256 kms. acumulados.

Reescribo esta entrada hoy… sábado? Jeje, no sé que día es de la semana 🙂

De todas formas, la frase de entrada sigue conteniendo lo que fue la jornada, como es la vida misma. Pero quiero ahondar un poco más en los mimentos hermosos que viví ahora que me siento «serena». (Qué bello es nuestro idioma… encontrar palabras tan hermosas y descriptivas como ésta)

La jornada comenzó con una caminata de 5 kilómetros por la extensa playa de Laredo. Ya era de día porque la barquita que debía tomar para pasar una ría salía a las 9am, así que no me levanté tan temprano y pude disfrutar del mar y de la playa.

Tomamos una barquita -digo «tomamos» porque éramos como seis peregrinos esperándola- y atravesamos al otro lado. Dos euros por tres minutos de barca, jeje. Pero me encantó que «conducía» al Camino.


Pasé un pueblo que se llama Santoña, famoso por sus anchoas, y luego vino otra playa, más pequeña, y un ascenso por una pequeña montaña. Cómo me sentí de feliz en ese momento, porque eso es lo que a mí más me gusta, tierra, vegetación, barro… hice algunos videos para los amigos y al llegar arriba me esperaba una vista maravillosa: playa a la izquierda, mar de frente y playa a la derecha. Emocionante, fascinante… estaba feliz de caminar la playa, sola, diafrutando de ua temperatura fría pero agradable, buscando conchitas en el mar. 


Llegué a Noja, pasé el pueblo y comenzó el pavimento… ya saben que es lo que menos me gusta, pero ya sabentambién (y lo hablo todo el tiempo con mi «bastón» Dani: esa es la vida, ese es el camino…).

Pavimento, pavimentos… por momentos me metió el camino por una trocha de animales, pero en general todo era asfalto. Las fuerzas comenzaron a decaer, no encontraba dónde tomarme un café, en fin. Pero seguí. La pierna ya dolía. Llevaba 18 kilómetros.

En el kilómetro 22 me encontré un carro que bajó la velocidad; era un señor de barbas blancas, hermoso. Me saludó: buenos días peregrina, vas para Santiago? Yo le dije que sí con una gran sonrisa, y me dijo: pero te falta mucho! Yo le dije: no llevo prisa (eso me quedó sonando… será verdad?). Me dijo que dónde pararía, le dije que en Güemez y me dijo: ah! En mi albergue, allá te esperamos. Te faltan ocho kilómetros. Ya… ya sabía, jeje, pero los kilómetros a veces se vuelven millas naúticas (que creo son más largas) y eso fue lo que me pasó en esos ocho kilómetros.

Carretera desolada, asfalto, sol picante, desolado, ni casas ni personas ni animales ni cosas. Nada. 

Cuando me faltaban como 5 kilómetros me encontré con una pareja de alemanes que se peleaban horrible, ella lloraba y gritaba y él también gritaba. Eso me sorprendió durísimo, pensé en las peleas, en las lágrimas, en los conflictos innecesarios… ¿por qué se llega hasta eso? ¿Por qué terminamos convirtiendo un sueño (el camino, la vida en pareja, lo que sea) en una pesadilla? Quedé muy golpeada con esa imagen de esos dos… y me afectó internamente, lo que se revierte en más ansiedad y deseos de parar y vuelve el dolor…

No llegaba al albergue, comencé solo a pensar en kilómetros, en metros, ya no veía nada a mi alrededor. Y la pierna doliéndome, y el albergue que no llegaba. Sola con mis demonios. (Tengo miedo de volverme un monotema con lo mismo: la pierna, el pavimento, el cansancio… además porque es lo que hay).

Pero -como siempre se llega a algún lugar- llegué al albergue y todo cambió. La nube negra se fue disipando hasta que desapareció. Hice nuevos amigos -españoles-: Nacho, Tony y Sonia, compartimos con unos alemanes también, hubo cena comunal y una charla sobre el albergue que es muy especial y visitado: hoy éramos 65 peregrinos! Eso no había pasado antes.

El dueño del albergue, Ernesto, nos contó sonre sus viajes por el mundo: 27 meses recorriendo Africa y América del Sur, hace como 30 años, para entender la hospitalidad, la solidaridad, el amor de todas las personas, en este caso los peregrinos.

 Fue muy lindo. Me acosté tranquila aunque triste, no sé ni de qué. O sí, de eso, de no tener nada que contar excepto mis miedos, de cargar inútilmente con demonios que solo son lastre. No vale la pena, lo sé, pero tengo que encontrarlos para poder ir dejándolos… si es que lo logro.

Datos interesantes

– El albergue se llama «la cabaña del Tío Peudo» y el aporte es voluntario. Dan la cena y el desayuno.

– 65 personas en el albergue, de 20 nacionalidades diferentes, mayoría franceses. Obvio, yo fui la única colombiana.

– El cocinero del albergue es colombiano, se llama Omar. Fue bueno ver un compatriota, así esté españolizado, jeje.

Etapa ocho

Fue solo un momento / lejos de mi centro / pero ya regresé. La meloncalía / todo lo cubría / suerte ya lo pasé. En verdad nunca me arrepentí. Todo lo vivido / de algo me ha servido. Todo viene y va / y yo sigo entera aquí…» Violeta Venegas

Castro Urdiales – Laredo: 24 kilómetros


Cantabria. Esta fue una etapa muy extraña… Salí 6:30 de la mañana, no dormí casi porque dejé mis tapaoídos en Pobeña y anoche hubo como tres roncadores y quitasueños. Qué mal! Qué rabia no poder levantarme y darle un almohadazo a más de uno! 

Así que salí temprano, pura noche (amanece casi a las 8am); pero noche estrellada, no hacía frío, todo calladito caminé a oscuras mucho rato por una carretera destapada. Al rato sentí deseos de voltear y me encuentro con el amanecer a mis espaldas… yo sé que las fotos ni se acercan a la realidad, pero así lo capté.

Qué instante más poderoso. Creo que grité y todo: ohhhh nooo!!! Es que era «demasiado», jeje.

Seguí caminando tan feliz… y el camino torció hacia una trocha. Se oía solo el canto de los pájaros y el caer del agua de un río cercano. Ya sabía también que el mar estaba vigilante a la derecha.

Me metí por un bosquecito y una luz roja entraba por los árboles. Era el sol! 

Cómo no describir ese momento… veía el punto rojo rojo enfrente, entre los arbustos. En cuanto salí a un clarito me encontré con esta imagen. 

Me quedé un rato observando esta belleza… dando gracias a la vida, a Dios, a mí misma, a mi mamá, mi hijo, a Juan José, a mis amigos… di gracias por todo lo que tengo, y todo es amor, amor de verdad. Esto puede sonar como que me estoy volviendo loca, jeje, pero es lo que pasa por mi mente y mi corazón cuando estoy en lugares así: toca fibras muy profundas. En esos momentos de éxtasis es como un soplo, como un orgasmo de vida, es felicidad pura. 

Seguí caminando, era muy bonito el sendero. Encontré unas ovejas con campanitas, ¡lindas! Pero me acordé de un video que ví en Facebook donde una cabra embestía a una señora y me dio miedo (¡maldito FB!).

Dejé el camino de las ovejas y entré a un pueblito; luego llegó la carretera y con ella los demonios…

El dolor de la pierna se intensificó. Me puse los audífonos para no escuchar los carros, canté toda mi lista de música en español, pensaba mil cosas, pero el dolor volvía. Paré, me comí un banano, me tocó meterme al monte mil veces a hacer pipí (tomo mucha agua) porque como es carretera no hay casi lugares. Uffff… estas partes de pavimento son duras.

Le mandaba audios a Dani que es como mi bastón y mi avanzadilla del camino, él me regresaba otro con ánimos o con las mismas locuras que yo… llegué a Linedo, paré en una estación de servicio y me zampé un paquete se Doritos de queso (los peores) con un agua amarillenta que se llama Solaris (mejor no saber qué tiene). El señor de la estación me dijo que faltaban cinco kilómetros para Laredo, mi final de etapa.

Los sufrí, no sé porqué tanto… es que no encontraba a qué aferrarme. El paisaje era solo pavimento y carros de ida y vuelta, intersecciones, fatal…

Pero llegué.

Bajé muriéndome unas escaleras y afortunadamente el albergue estaba a la entrada, no a la salida de la ciudad, jeje. Hoy sí que lo agradecí. 

Es un convento de monjitas. La que me atendió es peruana. Ritual de llegada, salí a almorzar, hay fiestas así que me tocó mercadito medieval. Mientras el almuerzo -ya es ritual también- pido una bolsa de hielos y me la pongo en el pie mientras como. Me sentó genial!

Compré los tapaoídos y una crema con árbica y caléndula para mi patica. La verdad me siento mucho mejor, y me alegro porque mañana si no estoy mal son 30 kilómetros. Pero ya sé que mañana es una etapa de mar y montaña entonces me hace ilusión 🙂


Datos interesantes

– El albergue costó 10 euros y es una habitación con dos camas. Hoy duermo con una alemana.

– Las monjitas tienen varias actividades para los peregrinos: a las 7pm la misa (que iré porque hoy de verdad tuve un momento muy místico, y si estoy aquí es por algo). Luego a las 7:45pm «encuentro musical» de los peregrinos: en ese trataré de no estar, yo soy muy antisocial para esas cosas. Y a las 8pm cena conpartida: las monjitas sirven el primer plato y lo demás lo ponen los peregrinos. Yo compré una torta vasca en un mercadillo medieval que había en el casco antiguo.

– Cuando se camina por vías de carros, el caminante siempre debe ir por el carril contrario, es decir, por la izquierda, para que vea y lo vean. 

– Dani va en Boo de Piélagos: se compró «playeras», o sea tenis de calle, y va volando, jeje. Arnau debe estar en Pobeña (atrás) y Carlos y Stefanno van en Noja (delante). Stefanno sigue mal de las ampollas y ahora con dolor en un muslo. Ayayay!

– Kilómetros acumulados: 227 kms. 

– Kilómetros restantes: 621 kms.

PD. Siendo las 7:36pm ya acabó la misa y fue… súper bonito! Qué gozo tan grande se siente cuando hay tanto amor y tanta paz en un lugar… la misa estuvo hermosa. Al final el padre nos dio una bendición especial. Más bendiciones para el camino! Las lágrimas brotan en todo momento, estoy muy muy sensible… estoy muy feliz.

Etapa siete

«Y es cuando tú me miras desde allá / y sonriéndome me regresas hasta ti / y conoces bien mi habilidad de volar de divagar entre los mundos». Zoe

Pobeña – Castro Urdiales: 16,3 kms.

Ayer fue un día complicado, turbio, con muchos demonios rondando la cabeza. El dolor y la inflamación en la parte baja de la pierna, que no es tobillo ni empeine pero tampoco tibial (oh dios…), ese dolor me trajo hasta el albergue pensativa… qué me está diciendo el cuerpo, el camino… qué hacer…
En la noche decidí quedarme en Pobeña y descansar un día. Inmediatamente pensé: ya no será una etapa, será un día… me acosté. 

A la mañana me despedí de Carlos y Stefanno; allí ya se separaba otra vez el grupo, pero ese es el Camino, cada cual tiene su propio recorrido. Eso no duele, por el contrario, es un alivio habernos encontrado.

A las ocho ya estaba solo el albergue. Me arreglé, saqué mis cosas y me fui a un cafesito a desayunar. Luego me senté en una silla del parque con una bolsa de hielo en el pie. Hacía mucho frío.

Estaba ahí, solamente ahí, dejando que el hielo hiciera el milagro. 

Yo no sé si esto se llama ser terca, testaruda, loca, montañera, caminante, peregrina, pandillera o todas las anteriores juntas. Pero me paré, me puse la maleta y ya por instinto comencé a caminar. Caminé 16 kilómetros.

No fui capaz de quedarme quieta. Sigo pensando que cualquier cosa que me pase en los pies está relacionada con «seguir», y tal vez tenga miedo de «seguir» porque no sé hacia «dónde», pero tampoco me puedo parar, no me quiero parar. Ni aquí no en la vida.

Subí la montaña -100 escalones- y la playa de ayer se veía preciosa… Me dio gusto verla desde ahí y saber que el mar me acompañaría un buen rato. Eso seguro q me dio fuerzas 🙂
El camino fue muy ameno con el mar al lado, aunque fue carretera. Pero fue algo muy diferente a lo de ayer. Claro, anímicamente yo estaba mucho mejor también. Estuve cantando, haciendo videos, recordando a mi hijo. Estuve contenta.

Llegar a Castro Urdiales fue lo mejor. Tal y como me dijo Dani, me iba a encantar (gracias Dani por traerme con tus historias hasta aquí. Eres la mejor «avanzada» que tengo! Jeje).

Caminé la playa descalza, metí los pies al mar. ¡Qué lugar hermoso! Me sentí fuerte otra vez. Y no es que no me doliera la pierna, pero dolía menos, era más la emoción de haberlo hecho, de no haber parado, de ser capaz de avanzar, así fuera poco, pero de avabzar.

Lo que creo es que el Camino no me está diciendo que pare, solo me dice que recuerde lo que busco, que busque lo que quiero yo, que vaya a mi ritmo, que camine sola, que piense, que divague, que descubra las señales que tiene para mí, las que me darán felicidad y sorpresa y alegría y tristeza. Todo espera por mí. Solo tengo que seguir.

Datos curiosos

– El Albergue aquí también es de peregrinos. Donación de 5 euros. 10 camarotes en un minicuarto… hoy será gran noche. Jeje. 

– Cada vez que se llega a un albergue es un recuento de heridas, ampollas, inflamaciones, etc. Eso une a los peregrinos. Dias cuatro y cinco pueden ser los más difíciles porque es cuando sale todo… yo espero que al día diez ya esté «curada de espantos». Vamos a ver, jeje. La ampolla del dedo gordo aún no sana del todo.

– Había otra playa muy cerca del albergue. Me pasé la tarde allí con una bolsa de hielo en el pie y oyendo el rumor de las olas. Qué delicia… escribí en mi diario, escuché el sonido del mar, me dormí… descansé.

– Carlos y Stefanno llegaron a Guriezo. Dani está disfrutando de un albergue maravilloso en Güemez (ya iré!) y Arnau en Bilbao curando sus ampollas. ¡Todos somos unos titanes!