Intenciones

A veces me pasa. Que leo una frase y eso me inspira a escribir. A veces. Me pasa. Pero eso ya lo sabías, ¿verdad?

«La intención es que entre tú y yo jamás sea suficiente». Nohlan.

Que las conversaciones duren horas, los silencios eternidades y las miradas siglos. Sí, esa mirada.

Que los abrazos nos transporten como las olas… a una playa, a la montaña, a tu cama.img_4503-1.png
Que los besos nos gusten en todos sus sabores y posiciones. Seductores, mordelones, tiernos, excitantes, avasalladores.  Besos en los labios, en el cuello, en la espalda, en el sexo. Besos que chupen, que laman, que curen heridas viejas o aún abiertas. Besos de amor, de pasión y de ternura.

Que nuestra compañía siempre sume, jamás reste. Que llegues cuando quieras estar conmigo, que me vaya cuando necesite estar sola.

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Que cada momento que vivamos juntos nos haga crecer como personas, como amigos, como amantes. Que tus recuerdos abonen la tierra para que sigas creciendo y floreciendo, y si es juntos pues mucho mejor.

La intención es que tu mano se abra sinceramente  y tome la mía, y nos acompañemos un rato en este maravilloso camino que es la vida. Un rato. El que quieras tú, el que quiera yo.

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Pero que jamás sea suficiente.

PD. Las ilustraciones son de Sara Herranz

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Lucía y el Mar

«Así que yo emergí del mar y me senté en el borde de una isla, bajo el claro de luna».
Marc Chagall. Litografía. 1948

Desde que lo conoció, Lucía se sintió atraída hacia él. Le encantaba su manera de ser, su alegría, el color de su piel, su sonrisa. Sobre todo su sonrisa. Pero siempre lo vio como un amigo al que podía acudir y contarle sus viajes, sus aventuras, y él la escuchaba atento, se emocionaba con ella y viajaba a través de sus palabras.

Les encantaba hablar, hablarse, contarse la vida pasada y los sueños futuros. Ella también lo escuchaba atenta y aprendía tanto de él, porque él sabía mucho, conocía muchos lugares, había ido y venido por varios rincones del mundo y eso a Lucía le encantaba, le recordaba la exploradora que llevaba dentro y que alguna vez dejó escapar por vivir otra vida.

Pasaron mucho tiempo juntos, muchos años siendo amigos. Se sentían unidos por algo, quizá más fuerte que la amistad, pero no lo descubrieron sino mucho después, una tarde de historias cuando él -por fin-, con el sol brillando en el horizonte, la besó. Y a la vez que fue un beso inesperado, también fue un beso deseado. Rozarse los labios, entrar en sus bocas y bucearse fue como recorrer un lugar añorado, un lugar al que ya sabes cómo se llega, cómo se navega, cómo se disfruta.

Entonces se vieron con otros ojos, y la humedad de él junto a ella les produjo sensaciones nuevas, los hizo diluirse en pasión y deseo, se navegaron enteros todo el ser, todo lo que pudiera ser besado y acariciado con los labios, con las manos.

Todos los pensamientos y deseos de ambos giraban alrededor de los momentos en que podían sumergirse en su piel, dejarse llevar por sus brazos, oler su aliento marino, besarse, besarse, besarse.

Y sí, seguían siendo amigos, compartían -como siempre- tardes enteras de historias y risas, pero esperando el momento en el que pudieran navegar, navegarse. Se habían convertido en amigos y amantes, tal vez sin darse cuenta, tal vez con toda alevosía. Él la recorría completa, ella se dejaba. Disfrutaban y se disfrutaban cada minuto de poder estar juntos, hablando, riendo o dándose placer. Horas y olas pasaban disfrutando su piel, el cuerpo de ella (alado), y el de él (marino).

Hasta que el hechizo -como termina pasando tarde que temprano- se rompió. Ella descubrió que no sabía cómo amarlo, porque nunca había estado con alguien tan etéreo. Ella lo quiso tener, quiso su corazón, pero no supo cómo lograrlo porque su corazón era líquido, salado, marino. Nunca había tenido un corazón así, y por más que trataba de retenerlo se le deslizaba en la manos como un pez vivo, como una estrella fugaz. Entonces su pasión, que creyó era amor, se convirtió en tortura. Y comenzó a torturarse, a torturarlo, a herirlo, a dejarlo.

Él hizo todo su esfuerzo por entenderla, por quererla, pero no supo cómo, porque él tampoco había amado antes a una mujer así: terrenal, ardiente, viva pero a la vez confusa. Ella era violenta, explosiva, suave y cruel. Lo quería como lo hería. No supo cómo retenerla, cómo abrazarla sin que ella lo lastimara con palabras o bofetadas de silencio.

¿Cómo se recupera de un amor así? ¿Uno que te lo ha dado todo y de un momento a otro te lo quita? ¿Cómo se sobrevive a dejar la piel completa en un playa hasta que la misma arena la desaparece? ¿Qué queda después de un amor así?

Sólo lo sabe Lucía, porque fue ella quien, al final, los salvó a ambos del naufragio. Recogió los pedazos de corazón, los cosió uniendo perfectamente cada trozo, los de él, los de ella y los dejó en su lugar.

Sólo bastó una mirada al horizonte para recuperar su amor, que al final estaba soportado en algo más grande. Lucía y él (el Mar) seguirían siendo inseparables. Estaba escrito antes de que ambos llegaran a esta tierra. Ella lo amaba desde la eternidad, cómo no amarlo y desearlo si él lo era todo… era el Mar en el que ella siempre había navegado sin saberlo. No podría estar lejos de él porque hacía parte de él.

Lo que nunca podría era tenerlo, pero ¿Y qué se puede tener en esta vida de ciclos, mareas y fases lunares? Ni siquiera la vida misma se tiene; ni hijos, ni amigos, ni amantes.

Lo único que se tiene es lo que no se posee y en esa medida él siempre sería de ella. Y ella de él. Siempre.

 

 

 

 

 

El día en que ella se marchó

A veces el amor duele…

Cerré la puerta tras de mí como si así pudiera sepultar de algún modo mi pasado, mi vida con ella, nuestro amor. Como cuando se cierra con esa gran piedra el sepulcro de alguien que se ha ido y duele, y no se pueden soportar ni los recuerdos.

No iba a abrir nunca más esa puerta. ¿Para qué? Ella ya no estaba aquí, ni afuera, ni en el mundo. No estaba en mi mundo. De alguna manera que no pude comprender salió de mi órbita sin tan siquiera entenderlo. Porque yo la amaba, pero no con el amor que ella quería, porque ella era más que amor… ella me lo dio todo: cariño, deseo, ternura, lujuria. Ella era mi amiga, mi amante, mi compañera. Y yo… yo solo la tenía… No, ni eso, porque si la hubiera tenido nunca la hubiera dejado ir.

Con la correspondencia en la mano, apoyado en la puerta para que el peso de mi tristeza me tuviera en pie, caminé hacia el salón y me senté en el primer sillón que encontré. Me desplomé en él como si cargara una pesada piedra y cerré los ojos. Allí también hicimos el amor, pensé. Pero ya no, ya no está.

Como un autómata comencé a mirar sin ver los sobres que traje del buzón: recibos de servicios, una postal publicitaria, cupones de descuento, y un sobre blanco con el borde dorado que llamó mi atención. Le di la vuelta para saber quién lo mandaba y de inmediato reconocí su letra, y sentí una punzada seca en el corazón. ¿Cuándo lo había mandado? Acabábamos de despedirnos en el café de siempre, pero con la conversación más dolorosa que nunca.

Instintivamente olí el sobre, quería saber si ella aún estaba allí, porque su aroma lo conocía más que al mío, porque cuando ella estaba cerca de mí el universo no solo cambiaba de olor sino de color y de sabor. El mundo –para mí- era otro cuando ella atravesaba el aire. Pero nunca se lo dije.

Olí el sobre con los ojos cerrados, tratando de imaginarme cuándo lo había escrito, lo había cerrado y lo había enviado. Lo toqué como si acariciara su mejilla, mis dedos lo rozaron como cuando rozaba sus labios. Sentí miedo de abrirlo, pero inmediatamente lo rompí, como ella rompió mi corazón.

Eran tres hojas de un papel muy lindo, muy delicado, con borde dorado. Estaban escritas de su puño y letra con un plumón azul. Mi ojos alcanzaron a humedecerse de la belleza del sobre, del papel y de saberla a ella allí, un día escribiendo esto…

“Quiero recorrerte a punta de besos. Poblarte con mi lengua, con mi saliva. Quiero recorrerte con el tacto de mis labios, con cada una de mis papilas gustativas. Será una lengua de caricias que extenderé por todo tu cuerpo y tu olor se fundirá con mis suspiros.

Partiré de tus ojos, tu nariz y tu boca. Chuparé tus orejas para así humedecerte todo. Y bajaré por el cuello hasta tus hombros. Besaré tus brazos que tanto me gustan cuando me abrazan o me sostienen. Lameré todos tus dedos como objetos prohibidos del deseo.

Entraré en tus axilas y las inundaré, morderé tus tetillas con delicadeza, mirándote de vez en cuando para que te guste, para que quieras más. Y bajaré por tu pecho como quien pinta un lienzo con la lengua… hasta llegar a tu ombligo. Allí quiero rodearlo, besarlo, beberme todo de ti.

Seguiré bajando con mi respiración agitada y mi boca llena de deseo, deseo de ti. Llegaré a tu vientre… rodearé tu sexo para excitarte, para que me quieras allí, pero no. Aún no, aún quiero mojarme contigo. 

Te lameré y te chuparé las caderas como si quisiera comerlas –comerte- completo. Como la anaconda cuando abre su boca para tragar entera a su presa. Todo tú eres mi presa.

Y con la punta de mi lengua llegaré a tu sexo. Shhhhh…. Cierra los ojos para que puedas sentirme, sentir la electricidad que te recorre al tenerme allí para ti, queriéndote, regalándote el placer más antiguo y vibrante de la historia de la humanidad. Como la historia de nuestro mundo, comienza y termina allí.

Voy a comerte entero con mi boca, con mis manos, con mi cuerpo, con mi sexo. No quedará un lugar en ti donde yo no haya estado, donde no me hayas sentido, donde no hayamos muerto juntos”.

En la tercera hoja, un solo párrafo decía:

“¿Aún estás ahí? Escucha lo que ahora quiero decirte desde la tristeza que me invade: No era tu cuerpo lo que quería de ti, porque tu cuerpo, sin tu amor, no me alcanzó, no me permitió entender cómo llegar a ti, a tu corazón. Tu cuerpo dentro de mí y yo dentro de ti se habitaron, sí, se conocieron y fueron uno solo, pero las almas no… te busqué por todos lados y no pude encontrarte. Y no es que te perdiera, es que nunca te tuve. Tal vez eso es más triste que perderte, porque yo quería dártelo todo, porque mi amor lo tenía guardado para ti.

Que sepas que toda mi parte viva estuvo contigo. Violeta”.

Fue en ese momento cuando la enorme piedra -o la tristeza- que tenía encima me hundió tanto que me ahogué en el sillón.

Los regalos del Amazonas

Dedicado a Carolina, Juliana, Gabriela, Paula Sofía, Federico, Nicolás, Pablo y Martín. Guerreros del corazón.

Este año comenzó con el buen augurio de los viajes, una de mis mayores pasiones de la vida… Porque viajar te hace no solo conocer lugares sino -y mejor aún- conocerte a ti misma, saber todo lo que puedes dar, arriesgar, todo lo que puedes sorprenderte, lo que puedes llegar a amar. Y todo, todito, todo lo que se vive en un viaje queda guardado entre la memoria y el corazón, de acuerdo con la intensidad del momento y de lo que tenga para regalarte el viaje.

Acabo de llegar del Amazonas, y no sólo me quedaron imágenes, sentimientos, y emociones de un poder innombrable, sino que cada día que estuve en este mágico lugar fue para recibir un regalo… Amazonas es el regalo más maravilloso que he tenido este año (sí, ya sé que apenas comienza, pero desde ya está en el top uno), y es así como quiero contar mi travesía por esta tierra de colores, olores, sabores y texturas. Bienvenidos al deleite de los sentidos.

Día uno: Las ranas

El primer regalo que me dio la selva fue enfrentarme a mi miedo (terror) por las ranas, sobre todo esas verdes que desde niña no podía tocar. Creo que era la única de mi salón que no era capaz de tocar (mucho menos coger) una ranita verde divina que se había en cantidades alarmantes -para mí- en la Sabana de Bogotá.

Nada más llegar a Chacara de Curuja (reserva Brasilera), Panduro, el dueño del lugar, me llama aparte del grupo y me dice que si quiero conocer a Amparo Grisales y a Shakira. Yo, pensando que iban a ser miquitos le dije que sí.

Pero ojo, me escogió a mí de entre todo el grupo. ¿Por qué?

Dije que sí, estire los brazos y esperé a que sacara del balde los primates. Cuando sale una enorme rana verde con patas larguísimas… casi muero. Solté un grito y le dije: “No, lo siento pero le tengo pavor a las ranas, no me hagas esto”. Me reía de los nervios pero no iba a tocarlas, ni loca. Era mi temor más antiguo y no lo iba a perder ahora.

Panduro dulcemente me calmó, me dijo que tranquila, que yo podía, que ellas eran hermosas. Yo no podía verlas hermosas, o no quería. Hice todo el show posible para quitarme de encima las ranas y a Panduro pero no pude. Entonces llegó el momento de iluminación… «Carolina, la selva te está haciendo un regalo sólo para ti, tómalo».

Y fue como si soltara una carga… alcé nuevamente mis brazos y aterrada le dije a Panduro que pusiera a Amparo (la más grande) en mi muñeca. Apenas la sentí –fría y húmeda- quedé paralizada, pero un segundo después sentí algo. La miré… era hermosa, comencé a ver su color por el lomo y las machas atigradas de la barriga, sus hermosas patas pegadas a mi piel como chupas, y mis brazos se relajaron. Luego me puso a Shakira en la otra mano y me recorrió un corrientazo de felicidad, de enorme júbilo por tener la oportunidad única de sentir esos animales tan hermosos transmitiéndome su tranquilidad; yo tenía que hacer lo mismo, fue una simbiosis de amor entre ellas y yo.

Amé a Panduro. Por su amabilidad, por su ternura, por haberme escogido para hacerme ese regalo de vida. Aún no sé cómo me atreví a hacerlo, o sí, porque estaba allí para eso, para entregarme al viaje, a la aventura, desde el primer momento.

Día dos: La selva

El siguiente regalo vino el día que comenzamos nuestra travesía por la selva. Sí. Yo había visto selvas: en el Darién, en el Magdalena Medio, en Chocó, hasta Tical (Guatemala), pero esto fue más, mucha más que árboles, mucho más que la simple palabra selva, esto abarca una sensación de lugar que no puedo explicar porque no sé si las palabras logren describirlo. Sólo sé que cierro los ojos y lo veo nítido… la altura de los árboles, sus troncos salvajes, rodeados de otras plantas, con espinas, con raíces por fuera, agarrados de donde se pueda para sobrevivir, subiendo y subiendo para buscar la luz del sol.

Cierro los ojos y vuelven a mí los olores a humedad, los colores verdes y terracotas, la tierra mojada, el barro, caños y corrientes de agua por todos lados, en bosque cerrado como una cremallera, donde olvidábamos que había cielo, sólo veíamos troncos entrelazados, ramas secuestradoras, raíces cómplices, copas acaparadoras de luz, insectos grandes y pequeños, reptiles, sonidos de pájaros invisibles, ríos oscuros y misteriosos.

También una maloca, en mitad de esa gran cobija verde. La maloca de William que nos recibió como viejos camaradas, que nos dio alimento, nos dejó “guindar” la hamaca y dormir allí: chicos de Bogotá, de Cali, instructores, profesores, guías e indígenas dormimos en ese gran hogar que se forma dentro de una catedral vegetal, echa con el permiso de la selva, sin dañarla, sólo tomando lo que Ella le regale.

Día tres: La lluvia

Este día fue de caminata hasta la comunidad de San Pedro (donde viven indígenas Ticuna) y allí dormimos en la selva. Literal. Hamaca entre dos árboles con el mosquitero y un plástico encima por si llovía. Y sí, llovió, esa noche el regalo fue la lluvia, pero no una lluvia de ciudad o de finca, no una lluvia con apodo de aguacero. Fue agua en jarras, fue lluvia torrencial, poderosa, limpiadora. Llovió como si no hubiera un mañana, como debió de ser el diluvio universal.

Después de pasar por mi mente la preocupación de si tendríamos que evacuar, de que se me entró el agua a la hamaca y me estaba mojando, de pensar si a alguno de los chicos le estaba pasando lo mismo, entendí… siempre el poder de la lluvia trae un mensaje, así fue en Ciudad Perdida, así fue también aquí: «limpia Carolina… deja correr lo que no te hace crecer, limpia el espíritu, el cuerpo, el corazón. Renuévate que todo lo que hay aquí necesita de tu alma renovada».

Y amainó la tempestad, y por fin dormí. Y comencé un nuevo día limpia y preparada para los regalos que venían.

Día cuatro: Los delfines

Esa mañana comenzamos la travesía en kayaks por los brazos líquidos que se forman cuando las aguas suben. Parecían ríos, pero teníamos a la selva debajo nuestro. Es una imagen muy difícil de entender, no solo al estar allí sino al yo tratar de ponerla en palabras. Como está inundado, navegamos con los árboles debajo nuestro y lo que vemos son sus copas. Y aparece el cielo que había estado “escondido”. Y es azul, y se mezcla con los verdes, y navegamos pequeños ríos hasta salir a los lagos, y el gua se ve negra, refleja el cielo, las nubes. Está estática, como una fotografía, y nosotras remamos hasta que este reflejo es cortado por un delfín rosado.

El corazón se para los dos segundos que el delfín se deja ver. Y se para nuevamente las cinco veces que logramos verlo. Es un ser líquido, resbaladizo, tímido… ya no puedo estar segura de si lo vi, si existe, si fue verdad ese momento: completamente en silencio remamos hacia él… no movía el agua hasta que sacaba su lomo (estos delfines no tienen tan pronunciada aleta dorsal) y nos regalaba su tono rosáceo que rompía el agua negra del lago.

Ahora me acuesto, cierro los ojos, traigo a mi mente ese momento y puedo dormir tranquila. El delfín para mí siempre ha sido como un tótem, como un amuleto, como un mantra. Allí estará.

Día cinco: La gran ceiba

Para el penúltimo día tuvimos el regalo perfecto, la gran batería de energía que necesitábamos para irnos recargados y plenos. Una ceiba de 40 metros de altura y unos 500 años de antigüedad. Pentadra, hermoso nombre para Ella.

Sí, la actividad organizada era subirla, luego hacer un canopy por el lago y luego bajar en rapel por un árbol de capinurí. Fantástico para el alma aventurera, pero para mí, más allá de la aventura estaba el SER CEIBA, ese SER tan antiguo, tan enorme, tan grandioso… cuando subí a la plataforma pude ver más allá de todo lo que había podido imaginar que sería ver la selva desde arriba; no desde el avión, que es otra imagen maravillosa, sino ahí, con las diferentes capas de árboles. Ahí, encima de una SER que ha sentido toda la historia de una tierra golpeada por tantos personajes y momentos y ahí sigue, luchando por conservarse.

El tronco y las poderosas ramas de esta ceiba a 40 metros del piso eran tan suaves como la piel del amante, era suave al tacto, quería que la tocaran, que la acariciaran, que se enamoraran perdidamente de Ella (no sé porqué la siento mujer). Y yo sólo deseaba quedarme allí con la mejilla pegada a su piel, sintiendo esa poderosa carga de energía vital que desprendía a pesar de llevar allí tanto tiempo. Tuve ganas de llorar de alegría, de júbilo, de la emoción que me producía ESTAR allí con mi cuerpo, mi mente y mi corazón. Con ese SER.

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Todo mi viaje fue de conexión, de presente, de ESTAR. No hubo lugar a pensamientos fuera de ese gran espíritu selvático que me cobijó desde que toqué las ranas hasta que tatué con el huito un delfín en mi cuerpo.

Gracias vida por esos regalos. Se quedan conmigo hasta que desaparezca el universo.

PD. No hay fotos en esta publicación porque todas las imágenes están en mí, detrás de mis párpados. Porque ninguna foto le haría justicia a este mágico lugar.

Sólo puedo decir que alguna vez en la vida HAY que ir al Amazonas.

El momento perfecto

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2016 cierra para mí como un gran año: comencé una nueva vida, y puse en marcha dos pasiones que poco a poco me llevaron a otro nivel de mí misma, de mi existencia y de lo que pensaba era o quería.

De ambas aprendí que el momento perfecto es ahora, y eso es lo que quiero compartir hoy con ustedes, mis pasiones y mis motivaciones, lo que en este momento me tiene feliz y motivada para que el 2017 también sea una gran año.

«Inmerso en la corriente que acarrea todas estas vivas sensaciones, adquiero conciencia de que este ser que soy yo no es más que una minúscula pieza dentro del inmenso mosaico de la naturaleza». Haruki Murakami

Escribir

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Escribir siempre ha sido una pasión en mi vida. De pequeña tuve diario, luego fundé el periódico mural del colegio, estudié Comunicación Social, tuve una revista universitaria  (El Gusano), escribí en una revista ambiental y en el periódico Occidente (de Cali). Y aunque la vida laboral me llevó por otros lados, por años he llevado diarios de todos mis viajes, tengo decenas de cuadernos con escritos míos, con poemas de mis escritores favoritos, con recortes de imágenes que me inspiran, me enamoran o me entristecen. Tengo pasión por los cuadernos, los compro compulsivamente porque los amo: amo las ilustraciones, las tapas, la textura de las hojas, con rayas o desnudas.

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Y desde el año pasado no puedo parar de escribir. Comencé a tomar un curso de novela corta y ese fue el momento de la verdad: sentarme a escribir esa historia que tenía arrugada en mi corazón (junto al sentimiento que me producía) y en un mes la solté como me salió, y con ella su atadura. La he estado corrigiendo, mejorando y muy pronto tendré el manuscrito final para intentar sacarla a la luz editorial (¡a hacer fuerza para encontrar quién la publique!).

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Pero lo lindo es que no paré ahí: escribo sobre lo que siento, sobre cosas que me pasan, sobre mi vida, sobre correr, sobre el amor. Tengo más ganas y menos excusas y eso me lleva a escribir hoy este post.

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En 2017 quiero seguir escribiendo. Más y mejor. Y publicar.

Correr

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Esta pasión, como ya lo conté en otra oportunidad, me llegó como llega de pronto un aguacero y te lava y te deja otro sabor, te descubre otra persona. Así fue. Llegó la lluvia y me limpió de miedos y excusas y me hizo amar el running, en el paisaje más bello posible, Ciudad Perdida.

img_0854Farallones de Sutatausa, Cundinamarca

Y esa misma vida o destino o como queramos llamarlo, me unió a dos seres que me han hecho crecer y sobre todo creer en mí misma, que me inspiran y me llenan con su juventud, con su mirada fresca de la vida, de los instantes únicos, de vivir el presente, de disfrutar.

img_2252Represa El Guavio, Gachalá, Cundinamarca

Con disciplina y mucha pasión corrí todo el 2016, hice dos carreras y las dos las gané (2do. lugar), pero lo mejor fue que disfruté; disfruté -tanto- las montañas, los paisajes, el cielo y la compañía; disfruté como si hubiera vuelto a nacer, como si en ésta, mi nueva vida, tuviera otros ojos, otros pies, o mejor, hubiera recuperado los míos.

img_2658Monte Albán, Oaxaca, México

En 2017 quiero seguir corriendo con Cata y Andrés. Quiero conocer más lugares, correr más distancias y sobre todo, disfrutar.

img_0169La Calera, Cundinamarca

«Los pensamientos que acuden a mi mente cuando corro, se parecen a las nubes del cielo. Nubes de diversas formas y tamaños. Nubes que vienen y se van. Pero el cielo siempre es el cielo».

H.Murakami