Cuando vamos a la montaña, el lugar y la mente se funden en uno solo hasta que la naturaleza de ambos se altera. Es allí cuando comienza la verdadera aventura. Y así me siento yo… desde que comencé a hacer este podcast, algo dentro de mí cambió: veo con ojos más abiertos y escucho con oídos más atentos la naturaleza, lo cual ha alterado -en el mejor sentido de la palabra- toda mi vida.
La Caracola
Con esta frase comienza el episodio 18 del podcast, el último de la segunda temporada, porque resume todo lo que siento ahora por lo que hago. Aquí te dejo el episodio por si no lo has escuchado y ya te explico qué es lo que siento y lo que he hecho 🙂
Escribo esta publicación unos días después de haber renunciado a mi trabajo… un trabajo en el que estuve por nueve años y en el que fui inmensamente feliz, que no solo me dio abundancia, sino un lugar increíble, compañeros estupendos, un trabajo con valor, en fin… que con tantas cualidades puede ser que te preguntes por qué renuncié… y no sé si pueda explicarlo claramente, pero la cosa es que esa llamita de la pasión que sentí cuando arranqué y creé toda el área de comunicaciones allí… pues esa llamita ya estaba casi apagada, hace ya como dos años que solo tenía una pequeña luz y así, para una persona como yo, que es vida, pasión y aventura, pues era muy difícil seguir.
Hace rato que mi llama me tira para otro lado, para la montaña, los viajes, los deportes, entonces llegó la hora de seguir ese sueño y es así como doy por terminado un ciclo más, agradecida con el corazón por todos los aprendizajes, asustada por la incertidumbre que se avecina, pero emocionadísima de lanzarme al vacío. Ya lo dijo Bradbury en el episodio 7: «Ve al borde del precipicio y salta. Constrúyete las alas mientras caes».
De las aves
Pero bueno, a lo que vinimos, a hablar una vez más de estas preciosas criaturas que me tienen enamorada al ciento por ciento (menos mal a Dani también, jeje), y es por esto que quise escribir este poema que acompaña los cantos de las aves que vimos en una travesía por la región Otún Quimbaya.
Días atrás tuvimos la oportunidad de acompañar a tres pajareros a un viaje de avistamiento de aves, y yo detrás, con mi humilde grabadora y mi amado acompañante Atómico, persiguiéndolos, aprendiendo sobre ese mundillo alado tan fantástico, descifrando vocalizaciones, aguzando la vista y disfrutando de unos paisajes hermosos entre bosques de robles, cedros rosados y negros, palmas de cera, helechos arbóreos y nuestro favorito: el yarumo.
Esta salida hizo parte de un proyecto nuevo -que ojalá salga para contarles- y en el que pude grabé muuuuchos pájaros, pero muchos. Cuando llegué a casa y después de pensarlo mucho y comenzar a escribir por un lado y por otro, me salió este poema, porque -de verdad- es increíble que tengamos tantas a ves en nuestro país y no las disfrutemos como se debe.
No tengo muchas fotos de este viaje, quiero decir, no fotos de aves, pero sí del lugar tan espectacular que recorrimos y que, como dije en el episodio, espero sea otra historia en RSM, porque Rodrigo, Jeyson y Brayan son todos unos personajes increíbles.
De izquierda a derecha: Juan Felipe y Felipe, los productores del documental que se estaba grabando, Jeison, guía y pajarero de la zona, Rodrigo Gaviria, el maestro de los pajareros, yo, Dani y Brayan, guía y pajarero del Putumayo.
Aquí les dejo el poema completo por si lo quieren leer.
Las aves… ¿Qué sería del valle, el mar, la montaña, los ríos y las selvas sin su inspiradora presencia, sin sus atractivos movimientos, sus bailes alocados y sus curiosos gorjeos?
¿Qué sería de los bosques y las arboledas sin sus elaborados y perfectos nidos, sus nerviosos saltos de percha en percha, sus alarmantes y agudos llamados y sus ajetreados cortejos?
Qué sería del firmamento sin sus osados viajes, sus planeos cazando, analizando o huyendo; sus contemplaciones del paisaje, su búsqueda intensa de alimento.
Qué sería del mar, los ríos, lagos y humedales sin sus chapuzones juguetones, sus nados complicados y lejanos, sus hogares acuáticos o subterráneos.
Qué sería de la tierra sin su trueque de semillas, raíces y de insectos. De aquellos troncos olvidados donde se resguardan o de los peñascos empinados donde se protegen.
Qué sería del color sin sus trajes iridiscentes, viudos o camuflados, sus atavíos de plumas grandes, gruesas y delgadas. De sus envergaduras, o de sus enormes o diminutos tamaños.
Qué sería de las flores sin esos puntiagudos picos que las liban, y de la naturaleza en general sin aquellos aplanados, curvos, ganchudos, largos o afilados.
Qué sería del amor sin sus juegos coquetos que terminan en descendencia, su instinto protector a la hora de cuidar a sus pichones y su mirada siempre vigilante para advertir el peligro o lanzarse al ataque
Las aves… vuelan por el mundo, por el cielo, atraviesan océanos y continentes o nidan el mismo árbol, el mismo agujero tooooda la vida… sin importar dónde, cómo y cuándo las veamos… las aves nos cautivan, nos atraen y nos fascinan; nos convierten en aprendices de la vida y seguidores de su existencia para proteger aún más su presencia en la naturaleza.
Las aves… las aves son las joyas aladas del planeta.
La Caracola
Ya tenemos Instagram
Para terminar quiero contarte que el podcast ya tiene su propia cuenta de Instagram, porque quiero compartir por allí fotos, paisajes sonoros y las cositas que vayan surgiendo. Puedes encontrarlo así @relatossonorosdelamontana
¡Gracias!
Para terminar, quiero darte las gracias por hacer parte de este proyecto, por ser todo un Caminante Sonoro. Seguiré viajando y grabando, y buscando formas de hacer viable económicamente este podcast para no parar y gozarme más lo que hago. Ya sé que solo necesito poco, y lo poco que necesito lo necesito poco, así que ¡Gracias! y espero sigas pendiente de lo que se viene para Relatos Sonoros de la Montaña.
En este episodio -y en este texto- les voy a contar del viaje que hicimos Emilio (mi hijo) y yo con mi madre, la bella Lulú, el día que cumplió sus ochenta y tantos años. Sólo amor y admiración por esta increíble mujer que nos regala cada día su enorme sonrisa y esas ganas inmensas de vivir al máximo.
Antes de comenzar la lectura, quisiera pedirte que -si escuchas el podcast- diligencies una encuesta que estoy haciendo para conocer mejor a mis oyentes, o sea a mis Caminantes Sonoros, e ir diseñando nuevas estrategias para poder seguir viajando, grabando y mostrando este país a través de Relatos Sonoros de la Montaña. Puedes llenar la encuesta haciendo clic AQUÍ.
El viaje de cumple
Como información general voy a contar que mi madre (que es madre de crianza) no es colombiana, o bueno, ya lo es porque lleva casi toda la vida aquí, pero en realidad nació en República Dominicana, y desde la primera vez que vino a Colombia y la llevaron de paseo por Boyacá (por allá en los ’80, siglo pasado como diría mi hijo) se enamoró locamente de este departamento, por lo que siempre lo menciona y lo recuerda como lo más lindo del país. Por esta razón, para su cumpleaños número 83, decidí invitarla al lago de Tota, donde habíamos estado hace como 13 años.
Organicé que Emilio pudiera venir con nosotras (el segundo mejor regalo para ella) y busqué alguna actividad de montaña para que fuera más viaje de naturaleza, como me gusta y, por supuesto, pensando en grabar un episodio del podcast para mis Caminantes Sonoros (y lectores de esta web), para que conozcan otro lugar hermoso de Colombia.
Con tan buena fortuna di con Carolina, la que fue nuestra guía, y así logramos un paseo maravilloso de dos días. En el podcast solo sale la caminata, pero el día antes hicimos otro paseito a la isla de San Pedro, del lago de Tota.
Aquitania es un pueblito a orillas del Lago, esta es la iglesia principal y allí nos encontramos con Carolina, la guía, para ir al puerto y hacer nuestro paseo por el lago.
Éramos los únicos en el puerto, así que fue un recorrido tranquilo. En la isla solo había una parejita de paseo también; hicimos el recorrido, muy corto, escuchamos muchos pajaritos (¡tantas grabaciones que tengo y con ganas de compartir!) y nos fuimos para el hotel.
La madre y yo… ¿no es muy preciosa esta foto? tomada por Emilio.
El páramo
Ir a la montaña siempre será una aventura y un goce infinito. El domingo nos levantamos bien temprano, desayunamos y nos fuimos a recoger a Carolina al pueblo. Durante el trayecto hacia donde iniciaba la caminata, Caro nos contó sobre todo el proceso del sembrado de la cebolla (ella con su esposo también siembran), así como algunos de los problemas que se les presentan con la venta y distribución, una de las razones por las que reclaman los campesinos en el paro nacional (que aún no se ha acabo, entre otras cosas). Cuando tienes la oportunidad de estar con personas del campo, gente que vive de cerca las carencias o injusticias o inequidades que se padecen en este país, entiendes un poco las razones de tantas molestias.
La verdad es que una no tiene de qué quejarse, y menos al poder estar en un lugar tan hermoso con este páramo, que solo nos regaló paisajes, flora exhuberante y la fauna más fantástica que jamás pensamos llegar a ver. Las fotos no son lo más importante, pero es una manera de compartir con quienes no pueden -por ahora- ir a estos lugares.
Por eso las comparto con completa generosidad y espero que las disfrutes y las compartas igualmente.
La cantidad de frailejones, y sobre todo diferentes tipos fue un gran regalo, de verdad. Es común ver uno o dos tipos de esta familia en un páramo, pero aquí había jardines, vecindarios enteros. ¡Una belleza!
El cuerpo de agua que Carolina nos explicó era un nacimiento, tenía infinidad de colores que brillaban con la luz del sol. Daba tanto gusto ver esa agua cristalina… con un fondo entre verdes, rojos y ocres, toda una obra de arte.
Y hubo más, ¡mucho más!
Me gusta esta foto del venadito, porque tal cual nos pasó… estábamos admirando los frailejones cuando de repente lo vimos así: quieto, mirándonos desde hace rato. Todos los encuentros de esta travesía fueron muy bellos, sobre todo para mi madre que nunca había visto venados en libertad.
La llegada por supuesto pagó la caminata, que de todas formas fue muy corta (aunque a Emilio le hubiera parecido eterna, jeje), pero la verdad estar ahí con esa vista tan impresionante fue más que un regalo, fue el trofeo para estos dos campeones: mi mamá y Emi que, aunque a veces se hace el rudo, disfruta de la naturaleza igual que nosotras. Eso lo siento en las entrañas y por eso le insisto tanto que salga, porque es la mejor herencia que le puedo dejar, porque no sabremos cuánto tiempo más tengamos estos lugares tan bellos y de tan fácil acceso, así que agradecer a la Vida la oportunidad de estar aquí y al Planeta por ser tan extraordinario, tan diverso y tan desmedido (positivamente) con la belleza.
Si te saltaste diligenciar la encuesta, no lo olvides, jeje.
Y recuerda compartir el podcast con quien quieras. Es la mejor manera de apoyarme y de hacer que cada vez seamos más caminantes sonoros.
“La paz no es solamente la ausencia de la guerra;
mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión
difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz.”
Rigoberta Menchú, Nobel de Paz
El día que escribo esta publicación es sábado 15 de mayo, y por muchas razones me siento triste, así que me perdonarán esta introducción más «subversiva», pero necesitaba escribirlo. Si te molesta, puedes saltarte este pedazo y continuar donde está la primera foto; no pasa nada, de verdad.
Estoy triste porque el lugar donde vivo, Colombia, lleva más de 15 días de movilizaciones sociales, intentando gritarle a un país indolente y violento que nada está bien, que hay hambre, descontento, desigualdad y violencia contra todos los que no estemos de acuerdo con el ‘régimen’ en el que vivimos. Sí, el régimen de la clase alta de este país, de la oligarquía y el elitismo, del cual desafortunadamente yo también me siento parte, y tal vez por eso me duele, porque aquí estoy, en mi escritorio fino de madera, en mi apartamento propio, después de haber almorzado tranquilamente todo lo que quise… mientras afuera, hoy y desde siempre, hay gente que resiste con hambre, miedo, llanto y mucho dolor en la calle. Eso me hace sentir tremendamente triste. Y no porque deba estar allá yo también, no lo creo (también me da miedo, sobre todo de la violencia policial); sino porque tuvimos que llegar como sociedad a este punto que casi no tiene retorno pero al que tampoco le veo la luz…
En fin, que cuando escribí y grabé el episodio tenía fe en la humanidad, en el proceso de paz al que tantas personas (incluida mi familia) se ha opuesto; que escuchar la historia de William y de cómo sanó las heridas de la guerra, una guerra que le quitó un hermano, me daba esperanza en un cambio. Hoy no siento esa misma esperanza, pero como dice el libro que me estoy leyendo y que se los recomiendo («Esperanza Activa», de Joanna Macy y Chris Johnstone), honrar nuestro dolor por el mundo es legítimo y necesario.
«¿Cómo percibiríamos que nos estamos apartando de la trayectoria adecuada como sociedad? Nos empezaríamos a sentir incómodos. Si estuviéramos yendo en una dirección peligrosa, tal vez sintiéramos alarma; de suceder algo inaceptable, tal vez sintiéramos indignación. Si partes que amáramos de nuestro mundo estuvieran muriendo, lo que cabría esperar es pesar. Estos sentimientos son normales y saludables. Nos ayudan a percibir lo que está sucediendo; son también lo que suscita nuestra reacción».
Del libro Esperanza Activa
Mesetas es una población a unas tres horas de Villavicencio, que por muchos años solo se supo de ella por la guerrilla, la coca, los secuestros, etc., pero que después del proceso de paz pudo ver y soñar otra forma de vida, con la paz, con el progreso venido del turismo y de sus hermosos recursos naturales, entre ellos el cañón de río Güejar, al que fuimos invitados a conocer por Turem, una agencia del lugar, y hacer el rafting por el río.
(ojo, con esto no estoy diciendo que no tenga problemas, pero por lo menos no los de antes).
Salimos de Bogotá un viernes, hicimos el rafting el sábado y el domingo nos tocó regresarnos, pero las ganas de volver y conocer mucho más están intactas, porque lo que tiene esta tierra es lugares increíbles para conocer. Además del río y las hermosas cascadas, hay caminatas, avistamiento de aves y travesía por la Serranía de la Macarena, así que sin duda será un destino al que volveremos nuevamente.
Ahí estaba con mi grabadora capturando paisajes sonoros… el bosque que nos hablaba a través de los pájaros, las chicharras y el viento; el río que bajaba feliz cantando y las risas de todos los que estábamos allí maravillados con ese lugar salido como de la imaginación de un cineasta… pero no, es al revés, alguien ve estos lugares y luego los convierte en película y nosotros nos admiramos. Porque la belleza de la naturaleza supera la imaginación, vengan aquí y lo comprobarán.
Espero hayas disfrutado las fotos así como del episodio. Y espero entiendas y perdones las pocas palabras. Ya vendrán tiempos mejores.
Volvimos a la montaña, a la alta montaña, a la inmaculada nieve, esta vez «en el corazón de nuestros Andes», la Sierra Nevada del Güicán, El Cocuy y Chita, que también es Parque Nacional Natural y tierra sagrada para los U’wa.
¿Ya escucharon el podcast? Aquí se los dejo 🙂
Como lo mencioné en el podcast, este viaje fue el final de una travesía maravillosa y muy retadora -sobre todo para mí- de tres días en bicicleta, desde Bogotá hasta El Cocuy. Esa parte del viaje la narramos en dos videos que puedes ver AQUÍ y AQUÍ. Valen la pena, se los aseguro.
La cosa la planeamos así: El 27 de diciembre salimos de La Calera rumbo a Tunja (Boyacá); primera etapa de la travesía «Falta un Cocuy pa’las doce». Esa noche dormimos allí y al otro día (segunda etapa) salimos temprano rumbo a -según nosotros- Soatá, pero el camino fue más largo, o mejor con más desnivel de lo pensado, y nos demoramos mucho, nos cogió la noche -muy noche- y dormimos en un pueblo antes que fue Susacón. Un pueblo donde no había hotel, solo un señor con una tienda y un cuarto que alquilaba… qué más les puedo decir, imaginen el resto (Ah! y un perro me mordió la nalga).
A la mañana siguiente, nuestra última etapa, terminamos de bajar el cañón del Chicamocha y comenzamos la subida, muy dura. A menos de la mitad de camino yo no pude más. Realmente me pareció una etapa muy dura y pues renuncié. Me monté a la camioneta y seguí como escolta de Dani que la hizo completa, obviamente. De todas formas fue un gran reto para ambos, cada uno haciendo su propia «cumbre».
A El Cocuy llegamos el 29 de diciembre en la noche, a celebrar en un hotel maravilloso donde dormimos delicioso, camita rica, agua caliente (en Soatá nos tocó bañarnos con ¡agua fría!) y descansamos. El 30 nos fuimos a Güican a conocer a Diana, nuestra guía y a inscribirnos en la oficina de Parques Nacionales. Dimos una pequeña caminata y esa noche dormimos en una finca más cerca al punto del que saldríamos al siguiente día.
Fue muy lindo dormir en ese lugar, una casa completamente campesina, con perros y gatos, pájaros cantando y montañas para donde miráramos.
El esperado 31 de diciembre
Cómo disfrutamos darle sentido a estas fechas. Más allá de celebraciones de mucha gente, comida y trago, nos gusta conectarnos con nuestra amada montaña, agradecerle a Dios, a la vida, a la misma montaña todo ese año de viajes, retos y aventuras, y soñar con lo que se viene.
Así fue ese diciembre de 2019. Nos levantamos 3 de la mañana y salimos hacia la entrada del parque. Allí nos revisaron nuevamente que estuviéramos inscritos y comenzó nuestra caminata.
Lo primero que nos encontramos, como lo digo en el podcast, es el hermoso valle de Lagunillas… ver esos frailejones desde la cima en la que estábamos, tapando el valle como un tapete mullido es una belleza. Recuerdo que algunos que vimso estaban aún con hielo de la helada de la noche anterior: buen augurio de día despejado, como también nos lo hizo saber el cielo.
Cuando pasamos el río Lagunillas y comenzamos el ascenso, pudimos disfrutar de toda la luz de la mañana iluminando este paisaje que se regalaba solo para nosotros. Aquí les dejo algunas fotos del lugar.
Luego comenzó el duro ascenso por la roca laja, pero nos divertimos saltando y molestando los tres. Recordábamos otras aventuras, nos poníamos a cantar o a reírnos de las canciones, y así el tiempo se nos pasó volando, solo maravillados por ese impresionante paisaje que les narro en el podcast. Ver la vegetación crecer en tan inhóspito paraje era un milagro de la vida, de la Madre Tierra, del amor con el que ese lugar cuida a sus hijos los frailejones.
Llegar a la cima fue la mejor celebración del año. Solo estuvimos nosotros por mucho rato (luego llegó otro grupo), por lo que pudimos contemplar la belleza del Púlpito del Diablo y del Pan de Azúcar súper nítida. Llegamos hasta el borde de nieve, como siempre respetando los lineamientos del Parque. Y esa fue nuestra cumbre, y allí fuimos tremendamente felices unos minutos más.
Celebramos la Vida y el Amor, como siempre, agradeciendo ese maravilloso año que tuvimos, lleno de viajes, carreras, familia y un proyecto que nacía con todo el «perrenque» posible: Estoy Vivo.
Para finalizar, quiero compartirles la carta completa de los U’wa a la humanidad, la que cito en el podcast porque, aunque es triste y dura, es la verdad… nada de lo que dice se puede negar de nosotros, los Riowa, pero cada uno sí que puede intentar hacer una diferencia: con sus pensamientos, decisiones y acciones; en cada uno de nosotros está cambiar esa historia. De a poquitos, dando más ejemplo y menos crítica dañina, a lo mejor un día seremos muchos…
Carta del pueblo U’wa a la humanidad
Más de mil veces y de mil formas distintas les hemos dicho que la tierra es nuestra madre, que no queremos ni podemos venderla. Pero el blanco parece no haber entendido, insiste en que cedamos, vendamos o maltratemos nuestra tierra, como si el indio también fuera persona de muchas palabras…
Nosotros nos preguntamos: ¿acaso es costumbre del blanco vender a su madre? ¡No lo sabemos!, pero lo que los U’WA sí sabemos, es que el blanco usa la mentira como si sintiera gusto por ella: sabe engañar, mata a sus propias crías sin siquiera permitir a sus ojos ver el sol, ni a su nariz oler la yerba; eso es algo execrable, incluso para un “salvaje”.
Sabemos que el riowa ha puesto precio a todo lo vivo, incluso a la misma piedra; comercia con su propia sangre y quiere que nosotros hagamos lo mismo en nuestro territorio sagrado conruiria, la sangre de la tierra a la que ellos llaman petróleo… Todo esto es extraño a nuestras costumbres. Todo ser vivo tiene sangre: todo árbol, todo vegetal, todo animal, la tierra también, y esta sangre de la tierra (ruiria, el petróleo) es la que nos da fuerza a todos, a plantas, animales y seres humanos.
Pero nosotros le preguntamos al riowa: ¿cómo se le pone precio a la madre y cuánto es ese precio? Lo preguntamos, no para desprendernos de la nuestra, sino para tratar de entenderlo más a él, porque después de todo, si el oso es nuestro hermano, también lo es el ser humano blanco. Preguntamos esto porque creemos que él, por ser “civilizado”, tal vez conozca una forma de ponerle precio a su madre y venderla sin caer en la vergüenza en que caería un primitivo. Porque la tierra que pisamos no es sólo tierra, es el polvo de nuestros antepasados; caminamos descalzos, para estar en contacto con ellos.
Para el indio la tierra es madre, para el blanco es enemiga. Para nosotros sus criaturas son nuestras hermanas, para ellos son sólo mercancía. El riowa siente placer con la muerte, deja en los campos y en sus ciudades tantos hombres tendidos como árboles talados en la selva. Nosotros nunca hemos cometido la insolencia de violar iglesias y templos del riowa , pero ellos sí han venido a profanar nuestras tierras. Entonces nosotros preguntamos: ¿quién es salvaje?.
El riowa ha enviado pájaros gigantes a la luna (Siyora): a él le decimos que la ame y la cuide, que no puede ir por el universo haciéndole a cada astro lo que le hicieron a cada árbol del bosque acá en la tierra. Y a sus hijos les preguntamos: ¿quién hizo el metal con que se construyó cada pluma que cubrió al gran pájaro? ¿Quién hizo el combustible con que se alimentó? El riowa no debe engañar ni mentir a sus hijos: debe enseñar que aún para construir un mundo artificial el ser humano necesita de la madre tierra… Por eso, hay que amarla y cuidarla…
El ser humano sigue buscando a ruiria (el petróleo) y en cada explosión que recorre la selva, oímos la monstruosa pisada de la muerte que nos persigue a través de nuestras montañas. ¡Este es nuestro testamento!
Al ritmo que marcha el mundo, habrá un día en que un ser humano reemplace las montañas del cóndor por montañas de dinero. Para ese entonces, esa persona ya no tendrá a quien comprarle nada; y si lo hubiera, ese alguien no tendría nada que venderle. Cuando llegue ese día, ya será demasiado tarde para que el ser humano medite sobre su locura…
Todas sus ofertas económicas sobre lo que es sagrado para nosotros -como la tierra o su sangre- son un insulto para nuestros oídos y un soborno para nuestras creencias. Este mundo no lo creó el riowa ni ningún gobierno suyo, ¡por eso hay que respetarlo! El universo es de Sira (Dios) y los U’WA únicamente lo administramos. Somos tan sólo una cuerda del redondo tejido de la ukua (mochila sagrada para cargar coca), pero el tejedor es Él. Por eso los U’WA no podemos ceder, maltratar, ni vender la tierra ni su sangre, ni tampoco sus criaturas, porque éstos no son los principios del tejido.
Pero el blanco se cree el dueño, explota y esclaviza a su manera; eso no está bien: rompe equilibrio, rompe ukua. Si no podemos venderles lo que no nos pertenece, no se adueñen entonces de lo que no pueden comprar.
Algunos jefes blancos han horrorizado ante su pueblo nuestra decisión de suicidio colectivo como último recurso para defender nuestra madre tierra. Una vez más nos presentan como salvajes. Ellos buscan confundir, buscan desacreditar. A todo su pueblo le decimos: el U’WA se suicida por la vida, el blanco se suicida por monedas. ¿Quién es salvaje?
La humillación del blanco para con el indio no tiene límites: no sólo no nos permite vivir, también nos dice cómo debemos morir… No nos dejaron elegir sobre la vida… ahora elegimos sobre nuestra muerte.
Durante más de cinco siglos hemos cedido ante el blanco, ante su codicia y sus enfermedades, como la rivera cede en tiempo de verano, como el día cede a la noche… El riowa nos ha condenado a vivir como extraños en nuestra propia tierra. Nos tiene acorralados en sitios escarpados muy cerca de las peñas sa-gradas donde nuestro cacique Güicaní y su tribu saltó para salvar el honor y la dignidad de nuestro pueblo ante el feroz avance del español y del misionero.
Quizá una vez más el ser humano blanco viole las leyes de Sira, las de la tierra y aun sus propias leyes, pero lo que sí no podrá evadir jamás es la vergüenza que sus hijos sentirán por los padres que marchitaron el planeta, lo llevaron a su extinción y robaron la tierra del indio; porque al final de la fría, dolorosa y triste noche, aciaga para el planeta y para el indio, la misma noche que parecía tan perenne como la yerba, el error del ser humano será tal, que ni sus propios hijos estarán dispuestos a seguir sus pasos, y será gracias a ellos, a estos nuevos hijos de la tierra, como empezará a vislumbrarse el ocaso del reino de la muerte y comenzará a florecer nuevamente la vida… Porque no hay veranos eternos, ni especie que pueda imponerse por sobre la vida misma…
Siempre que el ser humano actúe con mala intención, tarde o temprano tendrá que beber del veneno de su propia hiel. Porque no se puede cortar el árbol sin que mueran también las hojas, y en el pozo de la vida nadie puede arrojar piedras sin romper la quietud y el equilibrio del agua. Por eso cuando nuestros sitios sagrados sean invadidos con el olor del hombre blanco, ya estará cerca el fin no sólo del U´WA, sino también el del riowa. Cuando él haya exterminado la última tribu del planeta, antes que empezar a contar sus genocidios, le será más fácil empezar a contar sus últimos días. Cuando estos tiempos se avecinen, los vientres de sus hijas no parirán fruto alguno, y en sus cada vez más cortas vidas el espíritu de sus hijos no conocerá sosiego. Cuando llegue el tiempo en que los indios se queden sin tierra, también los árboles se quedarán sin hojas, y entonces la humanidad se preguntará, ¿por qué? Sólo muy pocos comprenderán que todo principio tiene su fin y todo fin su principio, porque en la vida no hay nada suelto, nada que no esté atado a las leyes de la existencia. La serpiente tendrá que morder su propia cola para así cerrar su ciclo de destrucción y muerte. Porque todo está entrelazado como el sendero enramado del mono.
Quizá los U’WA podamos seguir nuestro camino. Entonces, así como las aves hacen sus largos viajes sin nada a cuestas, nosotros seguiremos el nuestro sin guardar el más pequeño rencor contra el riowa, porque es nuestro hermano. Seguiremos cantando para sostener el equilibrio de la tierra, no sólo para nosotros y nuestros hijos, también para él, porque también la necesita. En el corazón de los U’WA hay preocupación por el futuro de los hijos del blanco, tanto como por el de los nuestros, porque sabemos que cuando los últimos indios y las últimas selvas estén cayendo, el destino de sus hijos y el de los nuestros será uno sólo.
Si los U’WA podemos seguir nuestro camino no retendremos las aves que nacen y anidan en nuestro territorio; ellas podrán visitar a su hermano blanco si así lo quieren. Tampoco retendremos el aire que nace en nuestras montañas; él podrá seguir tonificando la alegría de los niños blancos y nuestros ríos deberán partir de nuestras tierras tan limpios como llegaron. Entonces la pureza de los ríos hablará a los seres humanos del mundo de abajo de la pureza de nuestro perdón.
Pueblo U’wa, Colombia. (2008)
La carta está en muchas páginas web, yo la saqué de AQUÍ.
Después de iniciar el 2021 con nuestro ascenso en familia al nevado de Santa Isabel, que si no lo escuchaste está por AQUÍ, comenzamos a celebrar la Vida con el cumpleaños del Atómico, mi compañero incondicional, motivador número uno e ilustrador del podcast, y quien cumple años en enero.
Y para que fuera lo más especial posible, nos fuimos para un lugar que nos encanta y que, paradójicamente, fue la primera salida que hicimos «juntos» hace cuatro años: Mundo Nuevo y las siete cascadas.
Aquí debo hacer un paréntesis, que no se notará en el podcast pero, para quien lea esta entrada. lo sabrá (secretamente), y es que hicimos dos salidas: la del cumple y una semana después volvimos. Resulta que, como ya dije, habíamos venido hace cuatro años, así que no recordábamos muy bien que digamos el camino; o mejor dicho, Dani recordaba uno y yo otro, y para ponernos de acuerdo, como era el día de su cumple, seguimos el que decía Dani, que nos llevó por un paraje muy hermoso (pero no vimos las cascadas) y a los ocho días volvimos y seguimos la ruta que yo decía, por la que nos encaramamos por todas las cascadas y grabamos más paisajes.
Como siempre, lo importante es gozar y en ambas salidas lo hicimos, y ambas tuvieron momentos preciosos que ya les voy a contar.
El cumple
Para el día del cumple salimos Dani, Samuel y yo, y llevamos todo el «fiambre» para comer a mitad de camino, es decir, en la laguna La Chucua.
Esa mañana el cielo amaneció muy despejado, como los bellos días de enero por estas tierras, así que disfrutamos de un recorrido, digamos que «calientito», para lo que puede ser calor a más de 3.000 metros de altura. En la foto siguiente sale la peña de Tunjaque, que es un mirador hermoso de La Calera y es el episodio 7 de RSM (lo puedes escuchar AQUÍ).
Cuando salimos de paseo, y ahora a grabar el podcast, obviamente hay muchos momentos y sonidos que no quedan en el episodio. Este fue uno de ellos: nada más comenzar la caminata, aún en la carretera, nos encontramos con una pareja de carpinteros que se estuvo ahí, a nuestro lado, ¡como por 15 minutos!, cantando y dándonos todo un show, del lado del barranco uno y desde un árbol cercano el otro. De verdad que ya en ese momento nos sentimos los más afortunados.
Tengo una grabación de su canto, pero esa la compartiré más adelante en otro proyecto que tengo en manos, para no perderse de TODO, TODITO, TODO lo que pasa cuando salimos a hacer un Relato Sonoro de la Montaña (¡Estar atentos!).
Mientras tanto, les comparto algunas fotos de nuestra caminata, que nos llevó por un bosque precioso, muy tupido, repleto de musgos, líquenes y helechos, como lo describo en el podcast. Verán que no exagero.
Ese día no encontramos el camino por las cascadas, sino que después del bosque llegamos de una a la Laguna La Chucua, donde disfrutamos del sol y de las bellas aguas de ésta. Celebrar la Vida en compañía del amor y la familia siempre será la mejor celebración 🙂
Al descender, nos encontramos con la cascada de la quebrada Calostro, que es la más alta y más cercana a la carretera, por lo que es más fácil de acceder a ella. Pero no por eso dejar de ser impresionante y muy hermosa.
Ocho días después…
Volvimos Dani y yo. Nos habíamos quedado con las ganas de encontrar las cascadas. Ya no hacía el mismo día azulado, sino que amaneció muy frío, lluvioso y nublado… por lo que casi casi que nos regresamos, pensando que nos llovería todo el camino y pasaríamos mucho frío, pero afortunadamente seguimos y disfrutamos nuevamente de la montaña, porque es allí donde definitivamente nos sentimos mejor.
Una vez dentro del bosque, tuvimos que trepar, escalar, agarrarnos de raíces y troncos, salvar nuestras vidas… (exagero un poco), pero encontrar toda esa VIDA vegetal y líquida mereció toda la pena. Estuvimos felices descubriendo agua por todos lados, dejándonos llevar por su canto musical, que si era cascada, que si era río, que si solo se veía a lo lejos.
Esta vez nos internamos al corazón del bosque, de la montaña, y los regalos no se hicieron esperar. Nada nos hubiera hecho sentir más felices porque lo tuvimos todo, incluidos -como siempre- el canto de los pájaros que ya no nos abandonan.
El agua sonaba por todo el bosque, no podíamos dejar de escucharla así que la seguíamos
*Alerta spoiler* Te invito a escuchar primero el episodio para que te imagines el recorrido, y luego veas las fotos; están en orden de aparición.
Por supuesto volvimos a salir a la Laguna, y como lo cuento en el episodio, era otro paisaje… es una belleza como el mismo lugar puede cambiar tanto con el sol, las nubes o la lluvia.
Disfrutamos diferente también. Disfrutamos dejándonos llevar por esa sensación de estar en un lugar sin descubrirse, virgen del contacto del hombre (en este caso un hombre y una mujer). Disfrutamos del silencio bullicioso del bosque, de la soledad y la compañía nuestra, que siempre es el mejor regalo.
La primera cascada
Así se trepa. Sin manos
Grabando paisajes sonoros
La felicidad y el amor
En la mitad del bosque
Caminantes Sonoros
Aprovecho por aquí para contarles que abrí un canal en Discord, una plataforma de chat pero digamos más especializada, donde se pueden crear grupos para «hablar» de temas más afines, en este caso, de las salidas de todos los episodios de RSM.
Esta aplicación tiene versiones tanto para PC como para dispositivos móviles (iOS y Android), o también la puedes usar desde el propio navegador. Es muy fácil, te dejo el link por si quieres apuntarte AQUÍ.