Mi primer ascenso a más de cinco mil metros, mi primera cumbre, la primera vez que vi tanta nieve, mi primer viaje con Dani. Son muchísimos los recuerdos que tengo de este lugar y esta aventura. Las dos veces que he visitado Perú me ha regalado paisajes imponentes, sobrecogedores, inolvidables.
Aquí está el episodio 13 de Relatos Sonoros de la Montaña. Después de haber gozado del trópico colombiano en El Carare (Episodio 12 que si no escuchaste está AQUÍ), ahora nos vamos a las altas montañas de la región de Ancash, Cordillera Blanca, Perú.
Tal vez uno de los primeros deseos que me dijo Dani que tenía, cuando comenzó nuestra vida juntos, fue éste: «Quiero ir a la Cordillera Blanca, ¿vendrías?». Yo ya había estado en Perú, haciendo el camino Inca y me había parecido un país maravilloso; sus montañas y sus picos nevados me deslumbraron desde aquel momento, así que ni corta ni perezosa le dije que sí.
Pero yo nunca había escalado, no sabía la diferencia (o el significado) de un arnés, un piolet, una cordada o que había ropa especial de «alta montaña».
La llegada a Huaraz, la población epicentro de toda la actividad montañista que se realiza en la Cordillera Blanca, fue llegar a un «salpicón» de culturas muy interesante y a la vez colorido. Por un lado los indígenas, población altamente mayoritaria en Perú, por otro los montañistas, muchos de ellos extranjeros -más extranjeros que nosotros, es decir, del otro lado del charco-, y por último los «huaraceños», mezcla social de todo lo anterior.
Recuerdo haber pasado unos días maravillosos en esta ciudad, en un hotelito que conseguimos donde ya éramos como «dueños» porque nos estuvimos como 10 días. Caminábamos siempre la misma ruta a la plaza o parque principal, comíamos en una pizzería donde nos atendía un venezolano que era cirujano… revisábamos información de montañas, veíamos los partidos de las eliminatorias del mundial y nos quedábamos hipnotizados contemplando el misterioso Huascarán y toda la Cordillera Blanca desde algunos puntos de la ciudad. Fue un viaje maravilloso, de verdad, creo que a partir de ahí recontraconfirmé mi amor eterno por las montañas. Y compartirlo con Dani era ya más de lo que podía pedir.
La travesía al valle de Ishinca se llevó varios días (y mucho presupuesto, todo hay que decirlo). Desde que contactamos con nuestro guía David en la oficina de guías locales en Huaraz, planeamos hacer tres cumbres: El Ishinca, el Urus y el Tolkiarajo, en ese orden para ir cogiendo «fuerza en la raíz del cacho». Llegaríamos al refugio que había en el valle, una casa de piedra muy grande, habilitada para recibir montañistas y ese sería nuestro campo base.
Compramos algunos víveres, sobre todo nueces y frutas para llevar y tener como apoyo a la alimentación que ofrecía el refugio. Lo que no sabíamos en ese momento es que aquella alimentación estaría muy por debajo de nuestras necesidades protéicas (bueno, de todo montañista) y eso lo sentiría -sobre todo- nuestro cuerpo.
Ahora parece una anécdota más, pero en su momento este hecho nos afectó muchísimo, tanto que tuvimos que regresarnos antes de tiempo, no pudiendo hacer la última cumbre, porque físicamente nos sentíamos descompensados. La comida del refugio era pobre en nutrientes y poca en cantidad, dos elementos altamente incompatibles para personas que están gastando energía a más de 4.000 metros de altura. Sufrimos pero también nos reíamos con los desayunos de té de coca o café instantáneo, con galletas de sal. Y ya. ESO a las dos de la mañana para hacer una cumbre, jajajajaja. De verdad que nos salvaron «las pepitas» como le decía Dani a las nueces y semillas.
Digamos que «pagamos el desconocimiento» del lugar. Después entendimos que lo que hacen los escaladores ya curtidos en este lugar es traer su propia comida y propio chef y solo usar los baños o el alojamiento en el refugio. Pero bueno, «esas no son penas», y nada fue tan grave como para dañarlos la posibilidad de ser muy pero muy felices.
Primero, el refugio estaba en un lugar que si lo describo no me lo creería, pero ahí va la foto.
Nos gozamos la cumbre al Ishinca, la primera de las tres cumbres y donde Dani le «perdió» el miedo a las alturas (mentiras, aún lo tiene, jeje).
Las clases de rapel que nos dio David, que terminaron en un descenso mío como de 30 metros mientras caía una leve capa de nieve. Fue muy hermoso.
Las tardes sentados cerca al fuego en el refugio jugando «ahorcados», la triste noticia de la eliminación de Colombia en el mundial y tener que aguantar la cara de prepotencia de varios ingleses, jajaja. Nos gozamos el valle y esas majestuosas montañas que lo rodeaban, los cielos estrellados, la imagen vívida de la vía láctea que tan hermosamente plasmó Dani en la portada del episodio. Disfrutamos de ver a las «cholitas», las indígenas, llegar en faldas y chanclas, con los dientes dorados, sonriendo y sin hablar español (solo quechua).
Y por supuesto, la cordada: David, Dani y yo. Fuimos un equipo maravilloso, todos los días bañado por los chistes del Atómico, las carcajadas, la «intensidad» de David
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Como siempre, GRACIAS por leerme y escucharme. Recuerda que compartir tanto el podcast como esta publicación me ayuda mucho a llegar a más caminantes sonoros, así que la invitación siempre será a replicar Relatos Sonoros de la Montaña por tus redes sociales o con amigos y familiares.