Cordada al Urus

Mi primer ascenso a más de cinco mil metros, mi primera cumbre, la primera vez que vi tanta nieve, mi primer viaje con Dani. Son muchísimos los recuerdos que tengo de este lugar y esta aventura. Las dos veces que he visitado Perú me ha regalado paisajes imponentes, sobrecogedores, inolvidables.

Aquí está el episodio 13 de Relatos Sonoros de la Montaña. Después de haber gozado del trópico colombiano en El Carare (Episodio 12 que si no escuchaste está AQUÍ), ahora nos vamos a las altas montañas de la región de Ancash, Cordillera Blanca, Perú.

Tal vez uno de los primeros deseos que me dijo Dani que tenía, cuando comenzó nuestra vida juntos, fue éste: «Quiero ir a la Cordillera Blanca, ¿vendrías?». Yo ya había estado en Perú, haciendo el camino Inca y me había parecido un país maravilloso; sus montañas y sus picos nevados me deslumbraron desde aquel momento, así que ni corta ni perezosa le dije que sí.

Pero yo nunca había escalado, no sabía la diferencia (o el significado) de un arnés, un piolet, una cordada o que había ropa especial de «alta montaña».

La llegada a Huaraz, la población epicentro de toda la actividad montañista que se realiza en la Cordillera Blanca, fue llegar a un «salpicón» de culturas muy interesante y a la vez colorido. Por un lado los indígenas, población altamente mayoritaria en Perú, por otro los montañistas, muchos de ellos extranjeros -más extranjeros que nosotros, es decir, del otro lado del charco-, y por último los «huaraceños», mezcla social de todo lo anterior.

Recuerdo haber pasado unos días maravillosos en esta ciudad, en un hotelito que conseguimos donde ya éramos como «dueños» porque nos estuvimos como 10 días. Caminábamos siempre la misma ruta a la plaza o parque principal, comíamos en una pizzería donde nos atendía un venezolano que era cirujano… revisábamos información de montañas, veíamos los partidos de las eliminatorias del mundial y nos quedábamos hipnotizados contemplando el misterioso Huascarán y toda la Cordillera Blanca desde algunos puntos de la ciudad. Fue un viaje maravilloso, de verdad, creo que a partir de ahí recontraconfirmé mi amor eterno por las montañas. Y compartirlo con Dani era ya más de lo que podía pedir.

La travesía al valle de Ishinca se llevó varios días (y mucho presupuesto, todo hay que decirlo). Desde que contactamos con nuestro guía David en la oficina de guías locales en Huaraz, planeamos hacer tres cumbres: El Ishinca, el Urus y el Tolkiarajo, en ese orden para ir cogiendo «fuerza en la raíz del cacho». Llegaríamos al refugio que había en el valle, una casa de piedra muy grande, habilitada para recibir montañistas y ese sería nuestro campo base.

Compramos algunos víveres, sobre todo nueces y frutas para llevar y tener como apoyo a la alimentación que ofrecía el refugio. Lo que no sabíamos en ese momento es que aquella alimentación estaría muy por debajo de nuestras necesidades protéicas (bueno, de todo montañista) y eso lo sentiría -sobre todo- nuestro cuerpo.

Ahora parece una anécdota más, pero en su momento este hecho nos afectó muchísimo, tanto que tuvimos que regresarnos antes de tiempo, no pudiendo hacer la última cumbre, porque físicamente nos sentíamos descompensados. La comida del refugio era pobre en nutrientes y poca en cantidad, dos elementos altamente incompatibles para personas que están gastando energía a más de 4.000 metros de altura. Sufrimos pero también nos reíamos con los desayunos de té de coca o café instantáneo, con galletas de sal. Y ya. ESO a las dos de la mañana para hacer una cumbre, jajajajaja. De verdad que nos salvaron «las pepitas» como le decía Dani a las nueces y semillas.

Digamos que «pagamos el desconocimiento» del lugar. Después entendimos que lo que hacen los escaladores ya curtidos en este lugar es traer su propia comida y propio chef y solo usar los baños o el alojamiento en el refugio. Pero bueno, «esas no son penas», y nada fue tan grave como para dañarlos la posibilidad de ser muy pero muy felices.

Primero, el refugio estaba en un lugar que si lo describo no me lo creería, pero ahí va la foto.

Nos gozamos la cumbre al Ishinca, la primera de las tres cumbres y donde Dani le «perdió» el miedo a las alturas (mentiras, aún lo tiene, jeje).

Las clases de rapel que nos dio David, que terminaron en un descenso mío como de 30 metros mientras caía una leve capa de nieve. Fue muy hermoso.

Las tardes sentados cerca al fuego en el refugio jugando «ahorcados», la triste noticia de la eliminación de Colombia en el mundial y tener que aguantar la cara de prepotencia de varios ingleses, jajaja. Nos gozamos el valle y esas majestuosas montañas que lo rodeaban, los cielos estrellados, la imagen vívida de la vía láctea que tan hermosamente plasmó Dani en la portada del episodio. Disfrutamos de ver a las «cholitas», las indígenas, llegar en faldas y chanclas, con los dientes dorados, sonriendo y sin hablar español (solo quechua).

Y por supuesto, la cordada: David, Dani y yo. Fuimos un equipo maravilloso, todos los días bañado por los chistes del Atómico, las carcajadas, la «intensidad» de David

Tantos recuerdos en tan poco tiempo… y ¡habrá más! Atentos a las redes sociales de EstoyVivo en Instagram y Facebook.

Como siempre, GRACIAS por leerme y escucharme. Recuerda que compartir tanto el podcast como esta publicación me ayuda mucho a llegar a más caminantes sonoros, así que la invitación siempre será a replicar Relatos Sonoros de la Montaña por tus redes sociales o con amigos y familiares.

El coloquio de la aves

Relatos Sonoros de la Montaña. Episodio 12

«Cuando estemos dispuestas a despertar nuestros sentidos, nos espera la Madre Naturaleza para enseñarnos algunas de las lecciones más tiernas, como la manera de escuchar a la Vida».

Sarah Ban Breathnach

Después del evento tan triste de la isla de Providencia, que fue el episodio nueve y que, si no has escuchado, te lo dejo por AQUÍ, me sentí más unida a mi familia -y viceversa-, por lo cual me invitaron a pasar la Navidad en Casa Nueva, la finca de mi hermano mayor en El Carare, Magdalena Medio, a unos kilómetros de Cimitarra (Santander).

Así que, como para pasear a mí solo me lo tienen que proponer y ya tengo la maleta lista, nos fuimos mi mamá y yo a esas bellas tierras bajas, como me gusta llamarlas. Fue un viaje hermoso, desde el inicio, porque la carretera es entre montañas, cruzando la cordillera central, luego se baja al valle del Magdalena Medio con el río Magdalena custodiando el camino, hasta llegar a esas vastas planicies de El Carare, enmarcadas por la cordillera oriental y la Serranía de los Yariguíes.

Estuve ocho días descansando, leyendo, escribiendo y más que nada conectada con la exuberancia de su biodiversidad que alborotó todo mi ser, como esa primera ráfaga de viento marino que sientes al bajarte del avión en una ciudad costera. Como lo digo en el podcast, ya había estado aquí en otras ocasiones, pero también en otras circunstancias; es ahora cuando me siento más conectada y sensible con la Vida silvestre, sobre todo la alada, la cual intenté capturar en algunas fotos que les voy a compartir, y con mi grabadora de audio, principal insumo del podcast.

Como ya lo he dicho en otras ocasiones, no soy pajarera (qué más quisiera), por lo que no tengo los nombres de todas las aves, pero si sabes el de alguna, no dudes en dejármelo como un comentario.

Aquí está la galería de los conocidos: Una pareja de carpinteros que estaba haciendo un nido y me tenían fascinada siguiéndoles la pista, las loras (quedó a contraluz, que perdonen) y una tingua, según me dijo Dani porque yo no tenía idea, pero él es amante de esta especie.

Esta sección es bella. Están las tres rapaces, dos aves negras que creo son «hervidores», que los llaman en los Llanos, pero no estoy segura, los bellos «periquitos» que comen del pasto y están en todos lados. Luego está el hermoso turpial, con el pico encorvado, diferente al de tierras altas y la tijereta que tiene un vuelo espectacular.

Mi sección favorita trae estos dos carpinteros reales que me tuvieron toda una tarde loca persiguiéndolos, tomándoles fotos y grabándoles este hermoso juego (o cortejo, no lo sé), pero que fueron la sensación en toda la casa, ya que nunca los habían visto antes. ¿Qué tal la suerte?
Nota: Perdón por la mano de maraquera…

Estas son mis desconocidas. La primera cantaba muy duro y pues la foto me quedó algo borrosa, pero era enorme. La otra creo que es un bichofue aunque un poco más cafecito, la siguiente es una cosita muy hermosa, toda popocha y tenía su nido en el árbol al lado de la casa que le dicen «malvecino» (al árbol, no al pájaro, jeje). Sigue un pequeño colibrí…. estaba muy lejos y me costó encontrarlo y enfocarlo y por último también creo que es un bichofué.

El ganado es protagonista muy importante de esta finca -y de estas tierras- porque, como lo digo en el podcast, ha reemplazado miles de hectáreas de bosque, al ser una de las fuentes principales de negocio de la región; una situación muy triste y desafortunada, no solo para los ecosistemas que conviven allí y se ven afectados con la tala de bosques, sino también por lo que significa para mí el negocio de la ganadería (soy vegetariana). No voy a ahondar en esto porque me cuestionó terriblemente, al tener que enfrentar mis principios e ideales con el modo de vida de personas que quiero con el alma, y aunque no estoy de acuerdo, si algo he aprendido en mis años de «ambientalista» es a no ser tan dura a la hora de juzgar, porque en esa área todos tenemos alguna responsabilidad por hacer parte de un sistema que no nos da más opciones (o bueno, sí las hay pero ya dije: no voy a discutir sobre eso, tal vez otro día, tal vez más adelante).

Quedémonos hoy con estas imágenes y con el coloquio de las aves que me regalaron sus cantos, su paz y su amor en mi viaje.

Esta es la casa, y a la derecha, debajo del segundo piso está la sala de las hamacas, mi lugar favortio. Y el primer cuarto fue donde dormí. Las sillas de montar son colección de mi hermano que toda la vida ha amado los caballos y, obviamente, hicimos cabalgata, pero ese será tema para otro relato 🙂

Gracias por escucharme y por leerme. Recuerden que esta publicación -como el podcast- son producciones que disfruto mucho hacer, y que espero le lleguen a muchas personas. Cada vez que compartes o hablas del podcast me estás ayudando a que seamos una comunidad más grande de «Caminantes Sonoros».

¡Nos vemos pronto en la montaña!

La portada, como siempre, de mi amado Atómico, recogió algunas de las aves de las que hablé en el episodio. A ver si las identificas 🙂

Estoy Viva

Esta semana tuve un pensamiento recurrente a partir de estas dos palabras (Estoy Viva), nombre además del movimiento que fundé con mi compañero Dani Caribe Atómico, y expresión usada en ocasiones para referirse simplemente al hecho de respirar.

Recuerdo que en una excursión con niños del colegio donde trabajo, llevaba una pañoleta que decía así: «Estoy Viva», y un pequeño, dentro de su mundo concreto y literal, la observó y me preguntó: ¿Eso qué quiere decir? Que sino ¿estarías muerta?.

Me hizo mucha gracia, pero me quedé pensando en la respuesta y le dije: No. Es un recordatorio de que cada minuto de vida es un regalo para gozar por estar vivos, como lo hacemos hoy (estábamos en un lugar hermoso en Suesca).

Puede ser que mi respuesta lo haya dejado más confundido, más que nada por su edad, pero espero que algún día tenga la oportunidad de volver a pensar en ello, o de estar disfrutando del aire libre, de la naturaleza y tenga esa sensación de alegría que invade el cuerpo completamente y te hace decir: ESTOY VIVA.

Volviendo a esta semana, por alguna razón le volví a dar vueltas a la expresión, tal vez porque he tenido unos días muy intensos de emociones maravillosas en la montaña y con mis seres queridos, entonces quise hacer una recopilación de esos momentos, personas y cosas que me hacen sentir viva, requeteviva, porque es ahí, en ese eterno instante, cuando respiro por una razón más fuerte que llevarle aire a los pulmones.

Estar viva no es solo una respuesta corporal, es también un descubrimiento vital que nos lleva un paso más allá en la conciencia.

Y quería compartirlo con ustedes, porque sé que cada una de nosotras (esto incluye hombres), si hace su propia lista, seguro encontrará más de una razón para decirlo y sentirlo también.

Entonces aquí va la mía. Espero que te ayude a inspirarte.

Lo que me hace sentir viva

  • El beso de mi amado cuando aún estoy dormida.
  • El canto del turpial todas las mañanas.
  • El rostro hermoso y tranquilo de mi hijo cuando duerme.
  • La vista del cielo despejado y rosado al amanecer.
  • El olor del café recién molido -y recién hecho-.
  • Una canción que me recorra todo el cuerpo con su melodía o su letra.
  • Un sendero húmedo, cubierto de musgos y líquenes.
  • El vuelo desprevenido del colibrí.
  • La exuberante belleza de las flores (mi favorita: la del magnolio).
  • El tacto frágil y mullido de un frailejón.
  • La existencia de la risa cómplice y del placer compartido.
  • La melancolía que me deja una narración triste.
  • Sentirme vulnerable y llorar por eso y por mucho más.
  • Estar sola en mi casa y que no pase el tiempo a la misma velocidad que todos los días.
  • La caricia del viento en mi cara cuando monto bicicleta.
  • La sorpresa de un paisaje cuando salgo a correr, así sea el mismo recorrido.
  • La existencia de otros seres vivos. Todos. Amados y cuidados.
  • El correr vertiginoso de las nubes en una cima.
  • El zapote, el chontaduro y el aguacate.
  • El antojo de una copa de vino.
  • Sentir su cuerpo desnudo junto al mío.
  • El cariño eterno contenido en una conversación con una amiga/o que no veo hace años.
  • La lectura en silencio, en mi cama, con un bolígrafo.
  • Llevar cuadernos y tener algo que escribir -diferente- en todos.
  • El momento en el que me llega la inspiración y no paro de escribir (como éste).
  • Sentarme en el balcón cuando hace solecito. 
  • Emocionarme ante la inmensidad de un plano infinito de montañas.
  • Planear un viaje.
  • Caminar la montaña y que mis pasos solo me regalen más y más paisajes.
  • El jueves que escucho mi podcast al aire.

Y lo dejo ahí porque sino creo que no acabaría. Me da alegría saber que puedo seguir, eso también me hace sentir viva, jeje.

Te invito a que busques un cuaderno, una hoja o en tu celular y hagas tu propia lista. Si quieres la podrías compartir con el hashtag #EstoyVivaCuando y las publicamos en la cuenta de EstoyVivo ¿Te suena?

Como siempre, gracias por leerme.

La doncella de la montaña

Relatos Sonoros de la Montaña. 2da. Temporada. Episodio 11

Antes que nada, ¡Feliz 2021 para mis oyentes sonoros! Me siento emocionadísima de poder seguir en este proyecto que tantas alegrías me regaló el año pasado, a pesar de haber sido un año tan duro. Siempre le daré el crédito a este hermoso proyecto porque me hizo concentrar mis ideas y desarrollar algo para mí y para todas aquellas personas que disfrutan de ir a la montaña, o de que les narren una historia para viajar con el corazón…

Aquí está el episodio por si no lo has escuchado.

Y aparte de la narración del podcast, quiero dejarte una anécdota maravillosa que vivimos antes de la travesía, así como algunas fotos de ésta para que te ayuden a imaginar -junto con los paisajes sonoros del podcast- mucho mejor este hermoso viaje.

Como cuento en este episodio, hace ya unos cuatro años que nos gusta ir a la montaña al finalizar el calendario. En el 2017 nos fuimos para Chingaza, que es la historia con la que arrancó este podcast y que si no la conoces, la puedes escuchar AQUÍ.
Nota 1. Vimos el oso de anteojos!!!
Nota 2. Es el episodio que tiene más descargas, jeje.

Así que para este año, que estábamos con nuestros hijos, y después de planear muchos viajes que el Covid (y el presupuesto) nos dañaron, Dani tuvo la maravillosa idea de que fuéramos al Nevado de Santa Isabel, el Poleka Kasue o traducido como «doncella de la montaña» o «princesa de las nieves», de la lengua de los indígenas Quimbaya, que habitaron sus cercanías.

Nuestros chicos tienen 15 años ambos, están en la pura y dura adolescencia y, a pesar de venir de casa de montañistas y deportistas, no es que les anime mucho salir, más que nada por la edad, pero si se les invita nunca dicen que no. Así que ésta no fue la excepción.

El viaje infinito

Tengo que contar esta historia, más que nada para que quede guardada para la posteridad -aunque no haya fotos ni grabaciones, sólo la vivimos los cuatro, jeje- porque ha sido el año nuevo más extraño pero también más hermoso que hayamos podido tener, y estoy segura de hablar por todos.

Salimos de Bogotá rumbo a Manizales el 31 de diciembre. Nuestro viaje iba fenomenal, todos contentos, la carretera avanzaba con normalidad. Pero al pasar el peaje de Mariquita, el empleado nos dijo que la carretera de Letras (único camino «decente» a Manizales») estaba cerrada por un derrumbe.

Tenaz… íbamos tan bien y tan contentos… Dudando un poco de que la única carretera para llegar al centro del país (porque La Línea también estaba cerrada, también por derrumbes), llamé a la línea de Invías a confirmar la información, y me dijeron que había paso a un solo carril. Así que tomamos la decisión de seguir, así nos tomara «un poco más tiempo» por el represamiento del tráfico. Pero había vía, así que había esperanza.

Cinco horas después de no movernos más de dos o tres kilómetros, la luz al final de túnel (figurado, no hay túnel, ojalá), la esperanza se perdió. No se movía el tráfico y era infinito. A veces bajaban tractomulas y uno que otro carro, pero nosotros no nos movíamos más que 100 metros cada hora. Comenzamos a perder la moral y a pensar opciones… ¿nos regresamos? ¿esperamos? Dani recordó que había una ruta por una población llamada Murillo, que él sabía que los ciclistas la hacían. Así que a las cinco de la tarde nos regresamos a Marinilla, con el respectivo trancón de bajada.

Comimos y arrancamos sobre las siete de la noche por esta vía alterna, que era angosta pero en buen estado. Eso sí, cuarvas sobre las curvas porque estábamos subiendo -una vez más- la cordillera, por otro lado, y una vez dejamos la población de Murillo la vía empeoró gradualmente hasta convertirse en una trocha o algo así como quebrada sin agua. Una vía desolada, iluminada solo por la hermosa luz azul de la luna que había llenad dos días antes.

Pero el camino cada vez estaba en peor estado, y eso que íbamos en camioneta. De pronto pasó un carro, lo que nos dio certeza de ir bien, pero la angustia de la hora (once de la noche) y nada que llegábamos. El paso era casi a 10 kilómetros por hora, ya no había señal de celular, nos guiábamos de verdad por la luz de la luna. En un momento Dani paró el carro, apagó las luces y nos dijo: miren allá fuera… era el Kumanday, el imponente Nevado del Ruiz. Gracias a la luna se veía perfectamente con toda la nieve iluminando el cono y alrededor de nosotros el paisaje adornado de las siluetas de los frailejones, los tímidos pero a su vez aguerridos guardianes del páramo. Esa era nuestra compañía.

A las doce en punto volvimos a parar, a admirar esta bella fotografía que solo guardará nuestra memoria poética en algún lugar del corazón. Nos abrazamos, nos dimos el año nuevo. Todos estábamos felices; Dani y yo siempre muertos de la risa y emocionados de todo este inhóspito paisaje y la aventura, y los chicos, la verdad que los chicos increíbles, también relajados y motivados. Obvio incómodos con la saltadera del carro, pero contentos riéndose y haciendo chistes. Siempre nos sentiremos orgullosos y agradecidos con la inmensa fortuna que es tener estos dos hermosos seres en nuestras vidas.

El mercado

Pasadas las doce, en un momento vimos unas luces de carro adelante. Era un camión que pasó y en la parte de atrás llevaba unas canastas de frutas, esas que se usan también para la cerveza (para que se ubiquen, jeje). Nos hizo luces y siguió.

Pasados unos metros de pronto vemos en la carretera una canasta… ¡se le había caído al camión! Qué extraño,. Unos metros más adelante otra, y otra y así vimos como cinco. El conductor no se habñia dado cuenta que con esas movedera se le estaba cayendo lo que llevaba.

De pronto, cerca a un río de aguas termales, vimos otra canasta con una bolsa blanca adentro. Ya la curiosidad nos ganó y Dani se bajó a ver qué era… ¡pues era un mercado! Ahí, tirado en la mitad de la nada, ¿Qué hacemos? ¡Pues lo echamos al baúl! Era menos grave que dejarlo en ese lugar por donde nada ni nadie pasaría. Y más Adelante ¡OTRA! con tomates cherry. Nos reíamos mucho, no nos lo podíamos creer, a la vez que nos daba un pesar imaginando todos los posibles escenarios de el conductor llegando a su casa sin el mercado… pobre, la verdad, pero ya ni modo, jeje.

Llegamos a la 1:30 am al hotel que, muy queridos la verdad, nos estaban esperando y nos habían guardado la cena de año nuevo. Qué cansancio… más de 20 horas en el carro, y todas manejadas por Dani. No dejo de sentirme impresionada, agradecida y orgullosa de él por su templanza y buen genio para toda ocasión. O bueno, para casi toda 😉

Esa fue la aventura que precedió nuestra travesía al Santa Isabel.

Las fotos

Ahora les dejo algunas fotos del ascenso al borde de nieve.

Aquí comenzó nuestra caminata, con la suerte de que solo éramos los cuatro y nuestro guía Lucho.
Mi protagonista favorito: Emilio. Su palabra favorita: Normal.
El encuentro más hermoso: el venado soche ¿No es como una aparición mitológica?
La llegada a la nieve.
Hasta los lupinos quedaron congelados con la nevada de la noche anterior
Rastros de la nevada
Los «magos» con sus capuchas, jeje, ya entre la nieve, la lluvia y el frío
Ahí vamos con nieve y agua.
Esta foto la tomó Dani, a un pajarito. ¿No es hermosa?

Espero que les haya gustado la historia y las fotos del recorrido. Como este año será un episodio mensual, estaré compartiendo más material adicional para que haya más contenidos.

Recuerden que la mejor forma de apoyar el podcast -y esta página- es compartiendo. Cada vez que hay un nuevo «caminante sonoro», lo están esperando muchas historias: las contadas y las que vienen.

Gracias a todos por seguirme, escucharme y leerme.

Un año para no olvidar

Hoy es mi cumpleaños. Mi cumpleaños número cuarenta y siete… y antes que sentirme aterrada por estar cada vez más cerca de los cincuenta (que lo estoy, es la verdad), quiero aprovechar este espacio, mi espacio, mi blog personal, para agradecer una vez más por todo lo que ha sido este año (más) que, ni en sueños hubiera podido creer todo lo que iba a pasar.

Y no lo digo solo por la llegada del Covid19, que puso en jaque a todo el mundo, todo un mundo lleno de personas reales, frágiles y temerosas de esta extraña enfermedad (en la que me incluyo), sino por lo retador que pudo ser para todos enfrentarnos a ese miedo ciego, y sentirnos cada vez más vulnerables en un sistema que colapsó y comenzó a botar piezas por todos lados, dejando tanta gente tirada en el camino.

De una forma extraña todo lo vivido me dio la oportunidad de comenzar «empresas» que para mí han sido muy importantes este año, que me han hecho crecer o encontrar nuevas facetas en esta misma mujer, profesional y ambientalista que me considero. Por supuesto que tuve y tengo retos, pero como una forma de celebrar mi cumpleaños, es decir la vida, mencionaré lo que me hará recordar este 2020.

Del Podcast

Diseñar, escribir, grabar, editar y producir Relatos Sonoros de la Montaña ha sido de lo más lindo que me dejó este año. Nunca me lo hubiera ni siquiera pensado para mí, y ahora ya tengo diez episodios y muchas ganas de seguir adelante y mejorar en todo sentido. Volver a la narrativa literaria fue un ejercicio maravilloso, y aún más encontrar una voz para contarlo.

Cada vez que intento algo nuevo puedo descubrir un talento en mí que me ayuda a acercarme a esa opción de vida que quiero, más centrada en estas posibilidades y en escribir o crear que es lo que más me gusta hacer. Ya veremos cómo sigue el 2021.

Por lo pronto, quise hacer este recopilatorio con las bellas ilustraciones de mi Dani Caribe Atómico, que se fajó con esas hermosas portadas, y por supuesto invitarlos a escuchar los episodios si aún no lo han hecho.

Están en Spotify, Google Podcast, Apple Podcast, Spreaker, Deezer, Himalaya Podcast, y muchas más. Y por supuesto, en esta página web también 🙂

De la sostenibilidad y el cuidado del planeta

El medio ambiente es un área (completa, no media, jeje) de la vida en la que siempre he creído y he buscado la manera de acercarme cada vez más. No por nada estudié medio ambiente y ciencias sociales cuando me fui a España, y en mi años mozos escribí es revistas donde apenas se comenzaba a hablar de ecología y yo quería cuidar los animales que se veían afectados por la caza. Recuerdo que en el colegio, para una feria de la ciencia, por allá en los 90, hice un trabajo sobre la capa de ozono, cuando aún sonaba como algo muy raro creer que se estaba abriendo un hueco… en fin.

Que la cuarentena me llegó como la «excusa perfecta» para fortalecer mis ganas de llevar un estilo de vida más sostenible, para alinear mi cuerpo y mi alma con el planeta, y mucho parte de este tiempo se la he dedicado a leer, estudiar, entender y sobre todo ACTUAR.

Durante estos ocho meses largos inicié un cambio real para aportar a un planeta más sostenible. Dejé de comer carne, reduje a lo mínimo la compra de plásticos en casa, sobre todo en lo que tiene que ver con aseo y cuidado personal y comencé a hacer mis propios productos (sin envases plásticos, reutilizando). Separé juiciosamente los residuos (reutilizables, reciclables y compostables), inicié el compost, busqué proveedores locales y orgánicos para verduras y otros productos y bueno, así voy. Siendo valiente, constante, disciplinada y organizada. Sino, no lo lograría.

Y solo como abrebocas les cuento que para el otro año habrá más, quiero compartir mi experiencia con más personas que sé que quieren hacer algo pero a veces se sientes abrumadas, o no saben por dónde comenzar. Vamos a lograrlo, porque muchas gotitas de agua pueden hacer un inmenso mar. No hay acción pequeña, todas cuentan, y mientras más conciencia tengamos nos será más fácil ir ajustando algunos hábitos que le hacen mucho daño a nuestro planeta, ese que somos, del que hacemos parte. El planeta no está afuera de nosotros, y solo es éste; recordémoslo.

Del amor

Incluyo aquí mi relación personal porque, como a muchos, también la afectó el Covid19, pero solo para fortalecerla más. Vivimos una cuarentena juntos y salimos adelante queriéndonos más, entendiéndonos mejor, apoyándonos y sobre todo: soñando con ese mundo que queremos para ambos JUNTOS.

Gracias DaniChan por querer lo mismo que yo, por dar de tu parte como yo, por haber aprendido a respirar antes de hablar y por haberme enseñado a soltar antes de controlar.

El amor es una gran empresa que siempre siempre valdrá la pena.

Y hubo muchas actividades más, a pesar del encierro: leí un montón, en digital y papel; escribí también mucho, en los guiones del podcast, en la web y en mis diarios; dejé de usar Facebook (¡qué paz!), le tejí una mochila a Dani, hice yoga (aunque lo dejé, ejem…), mi balcón tiene ahora un durazno lleno de flores, cociné un montón y muy saludable, pasamos el cumple No. 15 de Emilio en casa, no me corté el pelo en todo este tiempo, trabajé desde la mesa de mi comedor (lo cual me tiene remal de la espalda, pero bueno); lo único es que hice menos ejercicio, pero bueno, espero pronto poder volver a arrancar, un poco más suave.

Y es así como termina este 2020 para mí, con tantos agradecimientos y ganas de seguir creando y moviéndome en este mundo que nos mostró -una vez más- que nada es lineal, todo es cíclico y hay que mover las energías para que haya más y más energía. Ese es el propósito para el 2021 y con ese me despido.

Espero pasen bien este tiempo, con ustedes mismos, en familia, como quieran. Cuídense mucho, vayan a la montaña y no dejen basura 🙂

PD. Como dato adicional les cuento que ésta será la última entrada del 2020. Descansaré un poco de las redes, por lo que también descansaré de Instagram. Quiero regalarme de cumpleaños un mes conectada netamente a la naturaleza y a crear lo que quiero para mí en el año que viene. Ya les contaré 😉